Es hora de una democracia más participativa

La conversación entre don Juan Carlos y Jesús Hermida difundida el 4 de enero del nuevo año, con formato aparente de entrevista televisiva de un periodista al Rey, ofreció muestras de que la democracia que el Monarca contribuyó a traer y que fue ratificada en referéndum en 1978 por personas de la generación del Rey y de Hermida no está adaptada a las nuevas generaciones. Tampoco cumple un requisito básico: la equiparación de todos los ciudadanos desde la perspectiva de género, es decir, mediante la igualdad de derechos y de oportunidades para hombres y mujeres.

La preferencia ciudadana hacia la Monarquía, que todavía en 1998 era de un 72%, frente a un 11% para la República, en 2012 descendió al 53% y 37%, respectivamente. La opinión de los jóvenes fue decisiva para esos datos generales: según el barómetro del CIS de 2011, mientras que el 45,6% de la población entre 55 y 64 años situó su nivel de confianza en la Monarquía entre 7 y 10 puntos (de 0 a 10), en la franja de edad de entre 25 y 34 años el 25,6% no tenía ninguna confianza y un 7,9% la evaluó entre 2 y 3 puntos.

Ese declive monárquico, especialmente entre los jóvenes, no se puede saldar con referencias a las incidencias familiares y personales que han deteriorado la institución o a la repercusión de la crisis económica sobre esos juveniles ciudadanos, que tanto el Rey como el príncipe Felipe se encargan de resaltar siempre que pueden. Porque, por encima de todo eso, los ciudadanos que no tenían edad para votar en 1978 la Constitución no son receptivos al recuerdo de lo logrado en la Transición para establecer las reglas del juego democrático. Los esfuerzos del Rey y de Hermida por rememorar acontecimientos que entonces fueron decisivos (incluido el logro del consenso y la desactivación del 23-F) solo tienen eficacia sobre la generación que vivió aquello, pero no sobre las que estuvieron obligadamente ausentes y tienen derecho hoy a participar en la adaptación de aquellas normas a las exigencias democráticas del momento actual o en el establecimiento de otras.

Dentro todavía del marco de la Monarquía, don Juan Carlos, que tanto agradecimiento dedicó a su padre cuando recordó que con su renuncia al trono logró “que la generación más mayor o más vieja respetara a los más jóvenes”, no se aplica ahora el cuento y, a pesar de la excelente preparación que aprecia en el príncipe Felipe —que con sus 45 años no es ya un niño—, no da un paso atrás y le cede los trastos. La afirmación de don Juan Carlos de que se encuentra “en buena forma, con energía y, sobre todo, con ilusión para salir adelante”, operación tras operación, a trancas y barrancas con sus caídas y con su edad, no se sostiene y a él mismo le cuesta sostenerse. Abdicar sería un detalle en favor de la Corona y rejuvenecería esa institución constitucional.

Tampoco los dos grandes partidos —PP y PSOE—, beneficiarios políticos actuales de aquel consenso de la Transición y principales avalistas del diálogo Rey-Hermida, hacen nada para actualizar la democracia e incorporar a ella a las nuevas generaciones. Como el Rey, pero sin el aplauso de Hermida, utilizan la Constitución más como un freno que como un estímulo, olvidando que, lejos ya las presiones fácticas que permiten explicar las renuncias de la etapa constituyente, es hora de establecer una democracia más participativa, avanzada socialmente y con menor protagonismo de los partidos políticos, fracasados en su obligado funcionamiento democrático y contra los que la ciudadanía va levantando su indignación por el incremento indecente de la corrupción, según constatan las encuestas y las redes sociales.

Otra carencia esencial de la democracia de hoy, todavía, es la resistencia masculina a que las mujeres —tan personas y ciudadanas como los hombres, resulta triste tener que recordarlo— disfruten del derecho a la igualdad de género, establecido en la Constitución, pero no suficientemente cumplido por los poderes públicos, a los que corresponde (artículo 9.2) “promover las condiciones” para que sea real y efectiva y “remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud”.

La estupenda película documental Las constituyentes, dirigida por Oliva Acosta, muestra el meritorio papel desempeñado en el proceso constituyente por 27 mujeres (21 diputadas y 6 senadoras, sobre un total de 598 parlamentarios) que lucharon por la equiparación femenina. En la votación de la preferencia del varón en la sucesión en el trono finalmente se ausentaron.

Resulta revelador el diálogo propiciado por el documental entre varias de las constituyentes con parlamentarias actuales de los diferentes partidos, ya que las dificultades de las mujeres en 1977 para figurar en las listas electorales son muy similares a las de hoy, 36 años después, a pesar de lo legislado sobre paridad: los hombres figuran en los primeros puestos, y solo en el caso de que cesen acceden a los escaños las mujeres, situadas inicialmente en puestos secundarios. En la actual legislatura, la sustitución de 32 diputados ha permitido que ocupen escaño en la Cámara Baja 139 mujeres, cerca del 40% previsto legalmente.

Bonifacio de la Cuadra

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