¿Es inevitable otra guerra en las Malvinas?

Suenan tambores de guerra en el Atlántico Sur. Con una extensión de 12.000 km2 y una población de menos de 3.000 habitantes, siempre pareció impensable que las Malvinas fueran a convertirse en objeto de discordia internacional. En medio del frío Atlántico Sur, lejos de la civilización, habitadas antiguamente sólo por ovejas y unos pocos colonos, las islas no poseían atracción alguna para nadie. Pero, pese a todo, han sido disputadas desde el siglo XVIII.

Los exploradores franceses las denominaron Les Malouines (que los españoles convirtieron en Malvinas). Los británicos las ocuparon parcialmente en el siglo XVIII y definitivamente en 1833, cambiando el nombre por el de Las Falklands. A pesar de la ocupación británica, Argentina afirmó que las islas eran parte de su territorio. El mismo argumento que la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, volvió a presentar hace sólo unos días en la ONU.

La discordia entre Argentina y el Reino Unido sería más fácil de resolver si no fuera por el hecho de que en 1982 la dictadura militar que entonces imperaba en Argentina ocupó las islas a la fuerza, desencadenando una breve e intensa guerra durante 74 días, que fue ganada por los británicos y que se cobró la vida de 655 argentinos y de 258 británicos. Como legado adicional de muerte, los soldados argentinos colocaron 18.000 minas de tierra bajo el suelo de las islas.

Para los británicos, fue la más popular de las guerras desde 1945, y la sangre de los muertos permanece como un obstáculo formidable para la reflexión racional. Esta semana, un periódico londinense señalaba que «las tensiones entre Londres y Buenos Aires se incrementan dramáticamente, con un plan de urgencia militar británico en camino. De hecho, Washington declaraba hoy que permanecería neutral en el caso de otra guerra en el Atlántico Sur, algo muy sorprendente».

¿Qué ha provocado hablar nuevamente de guerra? Es fácil de adivinar. El mismo asunto que ha habido detrás de muchos conflictos internacionales en los últimos 50 años: el petróleo. Durante más de cuatro décadas, los británicos sospecharon de la existencia de petróleo en el océano alrededor de las Malvinas. En los años 70 hubo tentativas por parte de compañías británicas de perforar en busca de crudo y canalizarlo hasta la playa de Comodoro Rivadavia, una ciudad petrolera en la costa argentina. Allí se refinaría y vendería a los mercados mundiales para beneficio de todos. Parece que los generales argentinos no se conformaban con una parte de los beneficios, sino que los querían todos. El resultado fue la guerra de 1982. Por desgracia, parece que el actual Gobierno de Kirchner también quiere todos los posibles beneficios.

Se presume que el lecho submarino puede contener hasta 60.000 millones de barriles de crudo, cifra superior a las actuales reservas de petróleo británicas y argentinas. Sin embargo, hasta hoy nadie ha contado con los recursos necesarios para perforar aguas tan difíciles. Una situación que ha cambiado gracias a las nuevas tecnologías. De hecho, la Asamblea Legislativa de las Malvinas acaba de informar que la compañía petrolera británica Desire Petroleum comenzará esta semana los trabajos «si el clima lo permite». De inmediato saltaron las alarmas en Argentina. Un decreto recién firmado por la presidenta Cristina Fernández afirma que «todo buque que se proponga atravesar aguas jurisdiccionales argentinas hacia las islas, tendrá que solicitar autorización previa al Gobierno». Esto equivale a una declaración de guerra, ya que Argentina considera aguas jurisdiccionales suyas las que el Gobierno de las Malvinas ve como propias.

Parece que los seres humanos no pueden ser felices sin hacer la guerra. Es posible, por supuesto, que la amenaza bélica la haya creado Cristina Fernández para ganarse el apoyo público y conseguir otro mandato presidencial. Pero esa posibilidad tiene menos importancia que esta pregunta: ¿quién tiene la soberanía sobre las Malvinas; es decir, quién tiene derecho al petróleo?

En el siglo XVIII, las islas del Atlántico Sur eran, en teoría, propiedad de España, pero los únicos que se ocupaban de ellas eran los franceses -tras la visita del explorador Bougainville- y los británicos. Al declararse Argentina independiente del imperio español (1816) asumió (por proximidad geográfica) que las islas le pertenecían, pero las emplearon sólo para enviar allí a partir de 1820 a los criminales. Muy pronto, Argentina abandonó las islas. Estos hechos históricos, en pocas palabras, suponen la base para afirmar su soberanía sobre un territorio por el que Buenos Aires nunca ha hecho nada en absoluto para desarrollarlo o poblarlo. En perspectiva, es una pretensión muy débil.

En 1833, los británicos establecieron una colonia permanente en las Falklands. En lo sucesivo, el territorio fue habitado, desarrollado y controlado por ellos. Sabían que el territorio podía pertenecer a otro país, pero lo ocuparon. En eso se basa la afirmación británica sobre su soberanía. Como podemos ver, también es un argumento débil, no menos que el aducido por Argentina. Sin embargo, los británicos poblaron y desarrollaron las islas. Hoy, más del 90% de sus habitantes son británicos y así desean permanecer.

En medio de dos afirmaciones débiles sobre soberanía, parece que la solución sensata sería pasar por la negociación. Pero ninguna de las partes desea hacerlo. Los argentinos han declarado una y otra vez, como han hecho esta semana, que ellos desean «cumplir con la obligación de reanudar con el Reino Unido las negociaciones sobre soberanía». Pero no han aceptado otra cosa que no sea la plena soberanía. De la misma manera, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Londres declara: «Argentina y el Reino Unido somos socios importantes. Tenemos una íntima y productiva relación en una variedad de asuntos. Nos gustaría añadir el tema del Atlántico Sur a esta lista». Pero los británicos, del mismo modo, se niegan a hacer concesiones sobre soberanía.

La única alternativa, parece, es otra guerra. Eso le gustaría a muchos en ambos países. Pero sería otro estúpido y trágico conflicto. Antes de que la cuestión explote en una guerra, es el momento para que la facción fuerte -los británicos- haga serias y duraderas concesiones. Existen al menos dos consideraciones que el Reino Unido debería tener en cuenta.

Primera, los británicos deben darse cuenta de que ganaron la otra guerra gracias a la ayuda de Estados Unidos y de otros aliados occidentales, incluyendo Francia. Las Malvinas están muy lejos de Gran Bretaña, y los aviones de guerra podrían llegar a las islas sólo si se les permitiese repostar en las bases americanas. Ahora, sin embargo, Obama ha dejado claro que no ayudará en el caso de otra contienda. En palabras de un portavoz del Departamento de Estado: «Nuestra posición es de neutralidad. Estados Unidos reconoce la administración de facto de las islas por el Reino Unido, pero no toma partido en las afirmaciones sobre soberanía de cualquiera de las dos partes». Los británicos deben también entender que defender las Malvinas es muy caro. En este momento, mantienen una fuerza de defensa de 1.200 efectivos en las islas, y el coste de mantener comunicaciones también es muy alto.

Segunda, aunque es indudable que el Reino Unido disfruta de un fuerte apoyo internacional gracias a las preferencias pro-británicas de los isleños, el hecho es que las reclamaciones argentinas, por débiles que sean en sustancia, no desaparecerán. Un columnista en The Guardian de Londres esta semana se refiere a una propuesta que apoyo de lleno. El periodista dice: «La mejor esperanza para unas Falklands estables y prósperas es un reavivamiento del leaseback bajo la supervisión de Naciones Unidas». ¿Qué es leaseback? Es de hecho una propuesta que los británicos han estado sugiriendo a Argentina desde 1982. Técnicamente, se puede definir como venta de una propiedad con arreglo simultáneo de arriendo de vuelta al vendedor. En efecto, esto es lo que ocurrió hace varias décadas cuando la República de China dejó Hong Kong en manos de los británicos durante 100 años. El acuerdo permitió a los británicos transformar Hong Kong en una de las ciudades más desarrolladas de Asia.

En el caso de las Malvinas, leaseback significaría transferir la soberanía de las islas a Buenos Aires con leaseback a Gran Bretaña para administrarlas en nombre de los isleños. La idea contaría con la ventaja de garantizar los derechos de los isleños al tiempo que se le concedería a Argentina soberanía nominal. La cuestión del petróleo dejaría de tener importancia, ya que las compañías británicas petroleras saben que necesitan una base en tierra firme para poder funcionar, y esta base se acordaría dentro de las condiciones del leaseback.

Por supuesto, es posible que no se encuentre petróleo en el mar alrededor de las Malvinas. En tal caso, Argentina rápidamente (y de forma previsible) se olvidaría del asunto, la amenaza de guerra se desvanecería y los isleños volverían tranquilamente a su pesca y a sus rebaños de ovejas.

Henry Kamen, historiador británico. Su último libro es El enigma del Escorial, Espasa Calpe, 2009