El pacto fiscal constituye el primero de una nueva serie de pasos conducentes a la integración europea. Según la canciller alemana, el siguiente será la unión política. El nuevo "palo" es el Tratado de Estabilidad, Cooperación y Gobernanza en la Unión Económica y Monetaria (pacto fiscal), y también hay una nueva "zanahoria": el Tratado del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), firmado hace un mes. Los dos van unidos: en el futuro, ningún país que no se atenga a las nuevas normas fiscales podrá acceder al dinero del MEDE. Estos son pasos nuevos e importantes hacia la unión política, pero aún quedan por salvar varios obstáculos.
El elemento clave del nuevo tratado es la necesidad de equilibrar casi por completo los presupuestos nacionales. Algo que habrá que garantizar cambiando leyes nacionales y en algunos casos constituciones. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea comprobará si los países adaptan sus respectivas leyes. De no ser así, se podrán imponer multas cuantiosas.
La estructura de gobernanza contempla la celebración de cumbres de la zona euro preparadas por el Eurogrupo, pero la Comisión no tiene un papel definido. Las únicas salvaguardas contra la posible división entre países de la eurozona y países con otras monedas radican en la propuesta de que el presidente de la primera informe al Parlamento europeo y que invite a los líderes de los países que, estando fuera del euro hayan firmado el pacto, a una reunión anual y a todas las demás reuniones en las que se debatan cuestiones relativas a la competitividad o a la "arquitectura global de la eurozona".
El precio del pacto fiscal se cifra en grados de integración distintos. Aunque los irlandeses digan "no" en su referéndum, el carácter vinculante del tratado no estará sometido a ningún derecho de veto. El documento señala que entrará en vigor cuando lo ratifiquen 12 Estados de la eurozona. Británicos y checos ya lo han rechazado. El tratado acentúa sobre todo la integración dentro de la eurozona. Los países que están fuera de ella no tendrán que aplicar sus normas aunque firmen el pacto. De ahí que en uno o dos años pueda haber una zona euro con normas fiscales y una estructura de gobernanza propias. En resumen: ya no estamos ante un mecanismo de cooperación de toda la Unión Europea, sino ante el núcleo político de la UE.
Hasta el momento, toda esta labor se ha realizado en gran medida de espaldas a la población. La necesidad de legitimidad democrática ha hecho que se consulte a los Parlamentos nacionales, que han votado el tratado constitutivo del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), llegando incluso el Bundestag alemán a dar el visto bueno a los rescates de Grecia. Sin embargo, el control de los Parlamentos nacionales no es el único método de legitimación política. También están los referendos y las campañas electorales. La consulta irlandesa y diversas elecciones nacionales venideras serán exámenes de legitimidad. El primero en pasar el suyo será el presidente francés. En la eurozona, en este año también hay comicios en Eslovaquia y Austria. Además, existe la posibilidad de que se adelanten otras elecciones, sobre todo en Grecia e Italia, gobernadas por tecnócratas.
Una dirección obligada siempre suscita reacciones centrífugas, y el impulso que conduce a una mayor integración choca con resistencias. El pacto fiscal lo han firmado 25 países, pero más impopular resulta el impuesto sobre las transacciones financieras. Hasta hace bien poco, la armonización de las políticas fiscal y social ha sido tabú en Europa. El apoyo de la población es la clave del éxito. Cuando se imponen decisiones impopulares el riesgo de descarrilamiento es alto. El referéndum irlandés puede abrir la caja de Pandora: suscitará en todo el continente más debates sobre la legitimidad del pacto fiscal. Si la canciller Merkel entra en campaña, quizá tenga que hacerla más en Irlanda que en Francia. Un resultado positivo en Irlanda podría dar un nuevo empujón a los planes de unión política, pero un voto negativo podría dañarlos gravemente.
Una unión política, para poder tener éxito, no puede ser intergubernamental. A la larga, el intergubernamentalismo no funciona, ya que precisa de unanimidad y carece de fuerzas que puedan mantenerlo unido en situaciones de conflicto. Una de las razones que explican la eficacia de la integración europea es su capacidad de adaptación a circunstancias cambiantes: ante cualquier crisis, la solución europea es conjugar las soluciones sustantivas con la concesión de poderes a las instituciones comunes. Y así debería ser también ahora.
El riesgo de descarrilamiento es enorme. El método no ha sido inclusivo. Alemania insta a una mayor integración imponiendo normativas fiscales más estrictas, que suponen un primer paso hacia la unión política. Pues bien, Alemania no podrá hacerla sola. Si no cuenta con la colaboración de Francia, el proceso no tendrá posibilidades de éxito. Las fuerzas centrífugas francesas (que van desde la extrema izquierda a la extrema derecha) tienen mucho peso, pero también las de otros países europeos. Por el momento, la unión política suscita más preguntas que respuestas. Sin embargo, este nuevo debate sobre el futuro de Europa no ha hecho más que comenzar y su resultado no sólo dependerá de la voluntad política de los dirigentes nacionales, sino de la legitimidad social de sus decisiones.
Por Piotr Maciej Kaczynski, jefe del programa de política e instituciones de la UE del Center for European Policy Studies. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo