Es la libertad, no la economía

Habría que pararse a pensar de verdad qué es lo que queremos colectivamente, como sociedad. Y también, si tiene algún sentido utilizar la discriminación positiva como motor de cambio social, en lugar de como un cauce más para que la libertad y la igualdad sean reales y efectivas para todos, cuando sea necesario. La economía viene después.

La cuestión es si la sociedad en su conjunto está legitimada para anteponer un supuesto «modelo colectivo» a la libertad individual. Si alguien piensa que sí, que esto último es legítimo jurídicamente, entonces, es que desconoce el significado de la libertad. Sólo las perspectivas políticas totalitarias pretenden algo así, dotar al ejercicio de la libertad de un contenido preciso, con lo cual, deja de ser una opción para convertirse en una especie de mandato. Primero, como soft law o recomendación carente de legitimidad democrática, a menudo, emanada de organizaciones internacionales de «notables» descerebrados, que nadie ha elegido y que no responden nunca de nada ante los demás. Después, como imposición legislativa y, en fin, como tipo penal perseguible de oficio.

La tiranía avanza y es cada vez más urgente plantarle cara. En este contexto, los españoles necesitamos algo más que políticos pragmáticos, bienintencionados. Necesitamos posiciones claras de verdadera defensa de la libertad. No se puede permitir que los derechos y libertades que son inherentes a la propia dignidad personal se ignoren, ni tampoco que se tergiversen, privándoles de su esencial dimensión de libertad. La pretensión del socialismo ha sido siempre convertir los derechos individuales de libertad en derechos colectivos de prestación. Muchos consideramos que esta es la clave de la lucha política actual, contra la supuesta corrección política de lo anterior.

El contradictorio Derecho de la Unión Europea (UE) tiene mucho que ver con todo esto. Porque se mueve en aguas indefinidas, donde confluyen supuestas opciones políticas divergentes, en un contexto de organización internacional incierta, una especie de cruce entre organización supraestatal de corte federal y organización internacional de integración. La UE vive en permanente tensión entre esos dos polos de organización pública. Y adolece de una crisis permanente de identidad, aunque se permite desde ahí dar orientaciones, a su vez, procedentes de grupos de presión que trasladan a normas comunitarias objetivos concretos, intereses de distintos sectores económico-sociales. Esto es lo que se conoce como la «comitología», esotérica y pomposamente… Algo tan oscuro, organizativa y políticamente, no puede dar a luz nada incuestionable y claro. El resultado es una especie de buenismo impostado, encima. «Por sus frutos les conoceréis».

Y de ahí procede, según esgrimen los populares, esa política de paridad femenina obligatoria, ofensiva y denigrante para cualquier mujer sensata, que reniega de estar bajo sospecha de falta de capacidad, sólo por el hecho de ser mujer. Pero lo que es más importante aún, esas cuotas o porcentajes se imponen porque no se quiere reconocer la realidad y la libertad de las mujeres para hacer lo que les parezca mejor, sin imposiciones casi militaristas, de tener que encajar en la cuadrícula del estadillo… Qué se pretende, ¿que las mujeres puedan sentirse realizadas de distintas maneras, optando en verdadera igualdad de oportunidades con los hombres?, o, por el contrario, más bien, impedir la libre opción de cada uno, que podría arrojar el legítimo resultado social que fuera.

Isabel María de los Mozos y Touya es profesora titular de Derecho Administrativo en la Universidad de Valladolid.

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