Es lo de menos

'Es lo de menos'. Unas palabras muy repetidas en Euskadi, especialmente cuando se trata de asuntos relacionados con la política y que provocan sentimientos encontrados. La sociedad vasca parece la sociedad del descuento permanente. Todo importa menos de lo que parece. La sangre nunca va a llegar al río -aunque lleve llegando al río que son nuestras calles desde hace muchos años-. Nada es lo que parece ser. No hay que dar tanta importancia a los retos, a las promesas, a los proyectos. Parece que la superviviencia de la sociedad pasa por restar importancia a lo que va a pasar: ¿No va a ser para tanto, qué importan las palabras, no nos enzarcemos en discusiones bizantinas sobre nombres!

Da igual que la selección de fútbol se llame de Euskadi o de Euskal Herria. Como debería dar igual que quien lo dice se llame Joseba Etxeberria o José Echeverría. Y eso en un país que vivió como escándalo que un ciudadano -con mala uva, por supuesto- se dirigiera a Carod-Rovira como José Luis. A lo que éste respondió con indignación: «Josep-Lluis, por favor». Y todos dándole la razón a Carod-Rovira. Pero diciendo inmediatamente, cuando de alguna cuestión que nos afecta directamente se trata, que las palabras, las denominaciones no importan. Es lo de menos. Lo importante es que la selección sea oficial.

Claro que para ello habrá que saber qué significa que sea oficial. O igual da la mismo, es lo de menos lo que signifique el término oficial. Igual no significa otra cosa que cuando se aplica a los automóviles, a los coches que usan las autoridades. La selección oficial como coche oficial, al servicio de las autoridades, que en este caso me imagino que serán los futbolistas.

Entiendo que estos deportistas poco o nada habrán leído de Koldo Mitxelena, quien se enfurecía cada vez que escuchaba la frase de que no se debe discutir por meras cuestiones semánticas: «¿Si es lo más importante del lenguaje!», acostumbraba a decir enrabietado. Razón tenía el gran profesor. Porque cuando alguien dice que las palabras no importan es preciso ponerse en guardia y ver la trampa que nos están tendiendo.

Todos los descuentos tienen algún fin: sacar los productos que han quedado viejos, aligerar los 'stocks', salvar las cuentas renunciando a los márgenes habituales si con ellos no ha sido posible vender todo lo que se pretendía. De la misma forma, cuando nos dicen que no debemos preocuparnos por las palabras, que eso es lo de menos, lo que nos están diciendo realmente es que les dejemos hacer a ellos, que ellos ya saben cómo hay que llamar a las cosas, que nosotros nos hagamos los tontos, que nos fiemos de ellos, que les dejemos el terreno del manejo del lenguaje a ellos. La reacción del PNV manifiesta con claridad esa trampa: tantos años dejándoles seguir con el manejo del lenguaje, riéndoles las gracias, y ahora se asustan con la consecuencia.

En algo puede tener razón el deportista que afirmaba que lo de menos era el nombre de la selección vasca de fútbol. Hay cuestiones mucho más importantes en las que también funcionamos con la táctica del descuento, de la minimalización, de restar importancia a los problemas para no tener que enfrentarnos a ellos. El mismo día en que el citado deportista afirmaba que lo de menos era el nombre de la selección se podía leer en los periódicos que el alcalde Bilbao iba a acatar una sentencia del TSJPV que obliga a colocar la bandera constitucional en el Ayuntamiento. Vivimos en una sociedad en la que el acatamiento de las sentencias por parte de las autoridades es noticia. Y puede que sea noticia porque no es costumbre. Lo que sucede habitualmente deja de ser noticia, según el principio de que 'perro muerde a hombre' no es noticia, pero sí 'hombre muerde a perro'.

Las leyes y las sentencias judiciales son la gramática de la sociedad. Las leyes y las sentencias de los tribunales son las palabras, los nombres que nos permiten entendernos en la sociedad para poder comunicar y convivir. Pero también en ese lenguaje de la sociedad lo de menos parecen ser los nombres, las leyes y las sentencias, y lo que importa es la oficialidad, que en este caso es el sentimiento de cada uno, su voluntad, la propia subjetividad no sometida a las normas del lenguaje.

Algo que se ve claramente en la explicación dada al acatamiento: no se acata por devoción, sino por obligación. Faltaría más. Estamos hablando del espacio público. Estamos hablando de política en un Estado aconfesional. Estamos hablando de política laica, no confesional. Las devociones son confesionales. Las devociones pertenecen al ámbito de la Iglesia. Las devociones, los devocionales, las confesiones no deben tener lugar en el espacio público que es la política democrática.

Uno paga los impuestos por deber ciudadano, es decir, por obligación. Como uno paga las multas impuestas por la, a veces arbitraria, policía local por obligación, y no por devoción. Como uno cumple las reglas de circulación por obligación. A nadie se le exija devoción por una ley particular. Es más: democracia consiste precisamente en poder estar en contra de una ley, no creer ni en su verdad, ni en su oportunidad, ni en su justicia. Pero nada de ello exime de tener que acatarla, de tener que cumplirla para que la convivencia sea posible. En este país que tanto discute sobre el porcentaje del Impuesto de Sociedades, se puede estar contra el porcentaje del marginal en el Impuesto de la Renta, dos puntos por encima de territorio común, es decir, dos puntos por encima de Cantabria o de La Rioja, pero sin que quien esté en el caso pueda dejar de pagarlo.

Y siguiendo con los descuentos, el futuro ya no es lo que era, en frase tópica cuyo autor desconozco. Antes el futuro era más o menos indefinido. Ahora no: es limitado. En el último descuento está limitado a veinte años -según Ibarretxe-. Del 'muy largo me lo fiáis' del clásico parece que pasamos a plazos más cortos. ¿Quién se puede asustar por un futuro de sólo veinte años? Se trata de descontar, de quitar el miedo a la apuesta, de tratar de transmitir que la apuesta es seria para quien la hace y la quiere ganar, pero el resto no debemos preocuparnos, porque no es para tanto.

Pues para quien esto suscribe sí es para tanto, pues, con suerte, veinte años es lo que me puede quedar de vida y es todo mi futuro. Por lo que Ibarretxe no me descuenta nada. Y la llave que da para mi futuro es una llave que no quiero utilizar para que unos decidan sobre otros en la misma sociedad, sino para guardarla en un cajón, y sentarme a hablar con mis conciudadanos y ver si, sobre la base del acuerdo que ya alcanzamos hace más de veinte años, somos capaces de refundarlo y no tener que transformar la llave en una espada salomónica que amenace con cortar en dos al niño cuya vida es fundamentalmente futuro.

Nos están amenazando con la guerra -Pernando Barrena y Batasuna-, una guerra muy creíble por la amenaza de todos los males que acompañan a la violencia ilegítima, como nos lo recuerda una y otra vez ETA. Y nosotros jugando al juego de las rebajas y los descuentos en una especie de enero adelantado. Ni las palabras significan lo que significan, ni los nombres denominan nada -en un país en el que la autoridad educativa competente quiere hacer del euskera lengua principal en la enseñanza, lengua que posee un refrán que dice 'izenak badu izana', 'el nombre tiene existencia'-, ni el futuro es lo que era, ni las leyes y las sentencias valen gran cosa, ni la gramática institucional merece respeto alguno, jugando a la oficialidad oficiosa del deporte. Como si no hubiera falta de libertad, exceso de amenazas, asesinatos. Como si en una sociedad en la que esas tres cosas existen, falta de libertad, exceso de amenazas y asesinatos políticos, el resto de asuntos fueran inocentes, ingenuos, cosa de juegos de niños. Aunque en euskera siempre hayamos sabido diferenciar el juego de las cosas serias de la vida: 'jokua ez da jolasa' -'el juego (la apuesta) no es un juego'-.

Pero el niño cuyo nacimiento es la excusa para las celebraciones que tocan en esta época del año, era un niño cuyo futuro estaba en el dolor y la muerte en la cruz. Y sólo así era niño de esperanza y de futuro. Sin descuentos ni rebajas.

Joseba Arregui