Querido J:
El amigo Monegal, que tiene la importante misión de explicar la tele a los ciegos por conveniencia, contaba el otro día en la radio la gansada de un humorista de Buenafuente. Parece que, con mucha ceremonia, el humorista abrió un librote que identificó con el Corán y se puso a leer unos párrafos. Uf, tremendo. La ancestral violencia de los creyentes. Acabada la lectura lo cerró y lo mostró a los espectadores. Era la Biblia, claro, y la moralina relativista, tan obvia que dolía. Como te he dicho alguna vez, los ateos sabemos mejor que nadie que no todas las religiones son iguales. La gansada se produjo en el cargado ambiente que ha provocado el happening que promueve para hoy Terry Jones, un pastor de ovejas de California que quiere quemar unos cuantos ejemplares del Corán en la plaza pública. Aún no se sabe qué hará: el miedo y la histeria de Occidente han convertido al pastor en el interlocutor privilegiado de la Autoridad, desde el Papa hasta el presidente de América. Los dos le ordenan que ceje y, cada minuto que pasa, el pastor se siente mejor. La quema de libros es un símbolo de lo peor de la Humanidad: las llamas se ven desde la Inquisición hasta Auschwitz. Por lo tanto, el método elegido por el pastor sólo provoca mi desprecio. Pero ni un paso más.
Cuando Monegal acabó de explicar el chiste, le dije con notable gravedad:
- Hay una diferencia. Si alguien planeara la quema de biblias, el presidente Obama habría dicho muchas cosas. Pero jamás habría dicho que era un gesto imprudente.
Sigo pensando que la respuesta del presidente americano es mucho más preocupante que las intenciones del pastor. El presidente Obama ha dicho que el pastor pone en peligro muchas vidas de americanos. Hubiese comprendido que semejante barbaridad la hubiese dicho un imam barbudo, pero no el jefe de una nación libre. Obama legitima que la respuesta a la quema de libros sea la quema de hombres. La equiparación es puramente espantosa. Y la materialización del espanto no es, en absoluto, un ejercicio retórico. Si mañana, y en nombre de Alá y su venganza, alguien destroza una vida americana, el presidente Obama sólo tendría un modo de ser coherente. Decir:
- Es lógico.
Cualquier reacción ante un hecho simbólico que traspase los límites del símbolo es una aberración impropia de un hombre civilizado. Obama podría haber condenado el gesto, calificarlo de repulsivo y de abyecto; podría haber advertido, incluso, que provocaría una quema de biblias o acciones de parecido voltaje emocional. Pero nunca tendría que haber dado por lógica la principal diferencia pragmática entre los dos libros: ningún cristiano reaccionaría ante la quema de biblias destrozando infieles en una estación de tren. Las palabras, flojísimas e inmorales, de Obama llevan consigo otra siniestra equiparación entre quemas librescas y humanas. Y esta atañe, por así decirlo, a las filas propias. En Irak y Afganistán, América ha liquidado (y sigue liquidando) a miles de musulmanes. Esta actividad ha provocado desesperadas respuestas islámicas. Quemas de hombres. La única posibilidad moral que Obama tiene de justificar las invasiones es la defensa de un orden donde puedan quemarse biblias y coranes y hacérselo sobre lo más barrido. ¿Invadir Irak y Afganistán, pasar a fuego hombres, mujeres y niños en nombre de la libertad duradera y luego convertir a un estrafalario pastorcillo en responsable de las futuras matanzas de americanos? Hombre, hombre. Es improbable que la hipocresía socialdemócrata haya alcanzado un grado semejante en cualquier otro lugar y circunstancia de nuestro tiempo.
Antes de ponerme a escribirte me he entretenido en un ejercicio de sacrilegios. Te lo adjunto a continuación. Trata de nuestro mundo. Ninguno de esos sacrilegios ha costado una sola vida. Nadie pronunció la palabra imprudencia. Si se hicieron condenas fue en nombre de la dignidad ofendida y no del miedo. Es lo que tienen las religiones desarmadas. Sal al aire libre y respira hondo.
Aparece el primero de Los Cantos de Maldoror, del Conde de Lautreamont, que mezcla religión, sexo y crimen (1867). Nikos Kazantzakis escribe La última tentación de Cristo (1960) y Scorsese la lleva al cine (1988). Buñuel parodia la Última Cena en Viridiana (1961). Fernando Arrabal le dedica un libro a un joven cagándose «en Dios, la Patria y todo lo demás» (1967). Monty Python estrena su sátira religiosa La vida de Bryan (1979). Godard dirige Yo te saludo, María, versión carnal de la concepción de Jesús (1984). Madonna coquetea con un Cristo negro en su vídeo Like a Prayer (1988) y aparece «crucificada» en su gira Confessions on a Dance Floor (2005). Oliverio Toscani retrata para Benetton a un cura y una monja besándose (1991). Sinead O'Connor rasga ante las cámaras una foto del Papa (1992). Marilyn Manson escenifica la quema de una biblia en su gira Antichrist Superstar (1996). José Saramago escribe El Evangelio según Jesucristo (1998); a su muerte, la edición portuguesa de Playboy lo homenajea colocando a Jesús en un burdel. El fotógrafo José Antonio Montoya publica Sanctorum, una serie de figuras católicas en poses sexuales (2002). Javier Krahe enseña «cómo cocinar un Cristo», Maragall saca una foto a Carod-Rovira jugando con una corona de espinas en Jerusalén y Leo Bassi parodia al Papa en su espectáculo La Revelación (2005). El Museo de la Catedral de Viena exhibe Religión, carne y poder, de Alfred Hrdlicka, que incluye una orgía apostólica (2008). La Galería de Arte Moderno de Glasgow, en una exposición a favor de los derechos de los gays, pone una biblia a disposición del público para que deje en ella sus comentarios (2009). En Rótova, Valencia, un joven se quita la hostia de la boca y la pisotea ante el cura en plena misa de la Divina Aurora (2010).
Todos estos actos más o menos cargados de sentido, sarcasmo y brutalidad han sido posibles por algo que caracteriza a nuestro mundo laico: la constatación de que no hay ninguna creencia sagrada. Que dan igual Dios, Lenin, la Democracia o el Horóscopo. Estos actos se produjeron en un estado de ánimo muy lejano al insidioso respeto que se exige en nombre de la espiritualidad islámica y que ya empieza a extenderse peligrosamente a todas las espiritualidades. Nada más cierto que el islam ha vigorizado a Cristo. Un estado de ánimo, el de la civilización, en el que, lógica y bravamente, ninguna opinión puede ser respetable.
Sigue con salud,
Arcadi Espada