¿Es Madrid un agujero negro?

Madrid es un agujero negro con una fuerza atractiva irresistible. Absorbe con facilidad las energías de las poblaciones periféricas y convierte ciudades históricas como Toledo, Ávila o Segovia en ciudades dormitorio.

La enorme fuerza gravitacional que todo lo atrae no sólo responde a un modelo de éxito, sino a un proceso histórico. La fascinación por las ciudades y sus aires de libertad obedece a un fenómeno universalmente extendido. No hace falta ninguna planificación para ello, se da de un modo casi mecánico.

Para lo que sí hace falta planificación es para corregir los movimientos que se dan de modo aparentemente inevitable. La política, en efecto, está para corregir lo que parece irremediable, porque lo que se produce por sus propias fuerzas no necesita del impulso del Gobierno.

Que Madrid suscite un atractivo irrefrenable, que la villa que describieran Benito Pérez Galdós o Pío Baroja sea hoy irreconocible, y que a la Gran Vía se le esté poniendo cara de chino no es necesariamente una buena noticia para todos. En pocos años hemos visto crecer el techo de la capital, primero la Torre Picasso, y luego las cuatro torres, que ya son cinco. La zona financiera emula a la City de Londres, y los cinturones se le van quedando pequeños a una urbe que padece obesidad mórbida.

En un contexto de brecha territorial y poblacional, Madrid se encuentra literalmente en el centro. Qué duda cabe de que el tránsito de villa a megalópolis oriental que se está produciendo se debe en gran parte al mérito de una buena gestión de la que algunos petimetres con ínfulas de tirano deberían aprender. El capital que ha desperdiciado una ciudad como Barcelona, que desde el 92 hasta nuestros días ha visto la pérdida masiva de estudiantes, el éxodo de empresas, el deterioro de la convivencia y la pérdida de relevancia cultural, nos debería obligar a ser cautos a la hora de intervenir en las grandes ciudades.

Pero Madrid, y su fuerza irresistible, que combina el buen hacer y una lógica estructural imparable, también tiene efectos colaterales para el resto de la nación, y para sí misma, que hay que tener en cuenta. No solo está provocando un vaciamiento de las periferias regionales, sino que está viendo una concentración de población en un territorio reducido que necesariamente genera malestar. Empieza a ser una ciudad con unas tensiones internas que antes no existían. La desigualdad social es inevitable en ciudades enormes, la distancia entre grupos es cada vez mayor, y la creación de guetos es problemática.

Los movimientos de sístole y diástole que vemos al empezar y terminar el día recuerdan a un gran organismo que bombea flujos excesivos de sangre a través de arterias esclerotizadas. La contracción y dilatación que vive diariamente la ciudad, con desplazamientos masivos de población y atascos kilométricos, en comparación con las capitales de provincia envejecidas y despobladas, supone un contraste entre la España vacía y la España abarrotada que es inaceptable.

Madrid es una ciudad cada vez más incómoda, con trayectos excesivamente largos, polución, problemas de aparcamiento y distancias insalvables. La inversión en infraestructuras para hacer esto viable es desmesurada, y se vuelve obsoleta en plazos muy cortos.

La vida familiar es mucho más compleja que en una ciudad mediana, y los padres de familia buscan domicilio en el extrarradio, lejos de su lugar de su trabajo. Las distancias son tan largas que es impensable volver a casa a la hora de la comida, y cada vez es más frecuente que ambos padres salgan pronto y lleguen, con suerte, a la hora de la cena. Madrid, como toda gran ciudad, no sólo se traga la población de los alrededores, sino también la población futura que en esas condiciones tendrá más difícil ver la luz.

El crecimiento urbanístico en PAUs y las grandes manzanas aisladas en barrios residenciales generan un tipo humano particular, individual y con menos conciencia de lo público. A modo de fortalezas posmodernas, uno no entiende bien de qué amenaza se defienden esos castillos, pero al pasear por sus calles fantasma es inevitable preguntarse para qué tipo humano se está construyendo la nueva ciudad, porque serán los hijos de este urbanismo los que mañana nos gobernarán.

Con sus escaparates de neón y sus torres financieras, Madrid puede producir en algunos políticos una fascinación oriental, como al turista en Moscú o en Shanghái, que les ciegue para ver la realidad española en su conjunto. Pero todo gran edificio tiene su fachada trasera y sus sombras, y tanto más cuanto más alto. Y eso le pasa a Madrid, que en su camino hacia el cielo está provocando sombras cada vez más alargadas.

Si la capital es un agujero negro, también es un agujero de gusano. Es un atajo en el espacio y en el tiempo que nos puede conducir a un destino no deseado, que no es la distopía capitalista con la que penan algunos, sino la realidad oriental que tememos muchos.

[Advertencia para el lector: cuando hablo de Madrid, no hablo de Isabel Díaz Ayuso. Si hablase de Isabel Díaz Ayuso, no hablaría de Madrid].

Armando Zerolo es profesor de Filosofía Política y del Derecho en la USP-CEU.

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