Es mejor apoyar al THAAD que morir

Corea del Sur avanza en sus planes que lo convertirán en el anfitrión de un sistema avanzado de defensa antimisiles – conocido como “Terminal High Altitude Area Defense”, o THAAD – que implementará en colaboración con el ejército de Estados Unidos. La decisión del presidente surcoreano Park Geun-hye ha suscitado controversia; y, China y Rusia se oponen a la misma, y a su vez algunos comentaristas predicen el comienzo de una “Nueva Guerra Fría”.

Sin embargo, China y Rusia deberían agradecer la llegada del THAAD, porque alivia la necesidad que tiene Corea del Sur o Japón de buscar otras opciones de defensa, que podrían incluir el desarrollo de armas nucleares.

Corea del Sur y Japón tienen una buena razón para reforzar sus defensas. La amenaza de agresión por parte de Corea del Norte es real y no será eliminada en el corto plazo. Corea del Norte está intensificando su comportamiento y retórica belicosa a medida que fortalece sus capacidades militares, que incluyen armas de destrucción masiva, misiles balísticos de largo alcance, fuerzas especiales y ciberfuerzas.

Estados Unidos, en repetidas ocasiones, ha advertido a Corea del Norte que no debe ir tras la obtención de armas nucleares o misiles balísticos; sin embargo, estos esfuerzos estadounidenses no han logrado ningún resultado. Y, la diplomacia – tanto a través de sanciones como incentivos –  ha fracasado en su objetivo de detener a Corea del Norte.

Hoy en día, muchas personas en Corea del Sur y Japón se preocupan sobre cuán sólido es el compromiso de Estados Unidos para defenderlos de ataques externos. Acontecimientos recientes han socavado la credibilidad de que goza Estados Unidos; estos acontecimientos van desde el hecho de que EE.UU. no cumplió con la advertencia de su “línea roja” contra el uso de armas químicas en Siria, hasta la nominación de Donald Trump como candidato presidencial por el Partido Republicano.

De hecho, Trump ha hecho que la proliferación de armas nucleares en Asia sea más probable. Recientemente se quejó al New York Times sobre que Estados Unidos gasta demasiado dinero en misiles de defensa y tropas estacionadas en Corea del Sur y Japón, y prometió que si se le elige como presidente, él pedirá que ambos países contribuyan más para su propia defensa. Si ellos no lo hacen voluntariamente, Trump dice: “estoy absolutamente preparado para decirles, ‘Felicitaciones, se defenderán por sí solos’”.

Ahora, algunos miembros de Saenuri, el conservador partido gobernante de Corea del Sur, piden abiertamente la compra de armas nucleares, ya que creen que esto va a disuadir un ataque por parte de Corea del Norte y va a impulsar a que China incremente la presión que ejerce sobre sus clientes para que reduzcan sus programas armamentistas.

Si Corea del Sur desarrolla un arsenal nuclear, es probable que Japón haga lo mismo, especialmente teniendo en cuenta la forma agresiva en la que China emprende sus acciones para reivindicar su posición de las Islas Senkaku  ocupadas por Japón (los chinos reclaman estas islas bajo el nombre de Islas Diaoyu). Japón tiene una enorme reserva de plutonio y los medios técnicos para ser una “potencia nuclear virtual”: sin tener armas nucleares a la mano, podría desarrollarlas rápidamente, si ello es necesario.

Al desarrollo de armas nucleares, Corea del Sur y Japón, cada uno por su parte, estarían poniendo en riesgo su relación con Estados Unidos y estarían exponiéndose a posibles sanciones económicas y energéticas. Tal comportamiento, por parte de Corea del Sur en especial, sería realmente el comienzo de una nueva Guerra Fría, o de algo aún peor. Un enfrentamiento nuclear en la península coreana se caracterizaría por el incentivo que tendrían ambos lados por ser los primeros en atacar, esto con el propósito de acabar con la capacidad que tiene el otro para contraatacar.

Sin llegar al escenario apocalíptico antes descrito, la efectividad de las armas nucleares es limitada cuando se trata de disuadir provocaciones  de pequeña escala. La probabilidad  de  un ataque nuclear por parte de Estados Unidos no impidió a Corea del Norte cuando decidió hundir un buque de guerra surcoreano en el año 2010.

Además, si Corea del Sur y Japón desarrollan armas nucleares, el resultado podría ser una carrera armamentista a nivel regional –  o incluso a nivel mundial; y, no todos los países que buscan desarrollar su propio arsenal nuclear tienen una disposición favorable con relación a Occidente. Este sería un escenario extremadamente peligroso: si todo se mantiene sin cambios, tener más Estados poseedores de armas nucleares implica un mayor riesgo de guerra nuclear, terrorismo nuclear y accidentes nucleares.

Con este telón de fondo, los argumentos a favor del THAAD son claros. EE.UU., Corea del Sur y Japón deberían cooperar en la defensa antimisiles como la primera línea regional de disuasión, mientras que simultáneamente también deberían fortalecer y dispersar los objetivos vulnerables a ataques, profundizando el intercambio de inteligencia trilateral relativa a las amenazas de Corea del Norte; además, estos países deberían trabajar junto con la comunidad internacional para interrumpir los programas armamentistas de Corea del Norte.

La eficacia de la disuasión es difícil de demostrar: por definición, no pasa nada cuando dicha disuasión funciona bien; si se disuade a un país para que no ataque, no ocurre ningún evento. Los escépticos pueden argumentar, plausiblemente, que el presunto agresor nunca planeaba atacar, o que canceló un asalto por otras razones.

No obstante, el registro histórico habla por sí mismo: desde el año 1953, Corea del Norte no ha lanzado un ataque militar a gran escala contra Corea del Sur, y ha limitado sus amenazas contra Japón a su retórica beligerante. Esto refleja, probablemente, la amenaza constante y real de ser el blanco de represalias provenientes de Estados Unidos. Corea del Sur y Japón no deberían enemistarse con  EE.UU. al tomar su propio camino en este tema – no importa lo que les diga  Trump.

Richard Weitz is Senior Fellow and Director of the Center for Political-Military Analysis at the Hudson Institute. Traducción de Rocío Barrientos.

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