De entrada, hay que decir que Al Qaeda es muy peligrosa y que sus principales jefes supervivientes poseen la voluntad, el deseo y la asabia
(solidaridad tribal o grupal) para atentar dentro de Estados Unidos. Sin embargo, cinco años después del 11-S la organización transnacionalista no parece capaz de llevar a cabo sus repetidas amenazas contra la cabeza de la serpiente,Estados Unidos.
¿Por qué no ha cumplido sus promesas? Mi argumento es que, lejos de ser un gran éxito para Al Qaeda, el 11-S representó un desastre. Los yihadistas transnacionales como Osama bin Laden y Ayman al Zauahiri están aislados e internamente se encuentran cercados dentro del mundo musulmán y el movimiento yihadista más general.
No se puede comprender la incapacidad de Al Qaeda para llevar a cabo atentados en la misma línea que el 11-S sin comprender la lucha y la agitación internas existentes entre los yihadistas, y que están desgarrando su movimiento. El equilibrio de fuerzas ha cambiado de modo drástico en detrimento de los yihadistas mundiales y en favor de los yihadistas locales y las corrientes mayoritarias de los islamistas que en la actualidad luchan, a menudo en circunstancias muy difíciles y bajo enormes presiones, para acomodarse al cambio social y político gradual de sus sociedades. Si bien los yihadistas de Al Qaeda dominan nuestros pensamientos y los titulares periodísticos (retratados a menudo como omnipotentes y poderosísimos), lo cierto es que son una minoría. Una diminuta minoría.
El principal objetivo del yihadismo moderno es y ha sido siempre la destrucción del orden político y social ateo existente y su sustitución por verdaderos estados islámicos. Sin embargo, desde finales de la década de 1990 dichos yihadistas se han enzarzado en acerbas luchas internas. Fue entonces cuando Bin Laden y su lugarteniente Ayman al Zauahiri lanzaron una campaña para apropiarse del movimiento y cambiar su curso; dejaron de atacar al adu al qarib,el enemigo cercano (los apóstatas y los renegados musulmanes), y pasaron a atacar al adu al baid o enemigo lejano (Estados Unidos y sus aliados).
Al enfrentarse a Estados Unidos, que a los ojos de muchos musulmanes es el principal responsable de la penosa situación del mundo árabe, los yihadistas de Al Qaeda quisieron conseguir dos objetivos: limpiar los países musulmanes de las corruptoras influencias políticas y culturales estadounidenses y occidentales, así como eliminar su presencia militar, en especial en Arabia Saudí, lugar de nacimiento del profeta Mahoma, y desestabilizar los gobiernos musulmanes y su elite gobernante, incitando levantamientos contra ellos.
El 11-S ha sido el intento de Bin Laden de hacer girar en su favor la rueda de la fortuna política y demostrar al mundo musulmán que él y los suyos representaban ahora la vanguardia de la umma (la comunidad musulmana). Tanto él como Al Zauahiri, su mano derecha, creían que la audacia misma de los atentados atraería a nuevos militantes.
Su apuesta no ha resultado: ni la umma,la comunidad musulmana mundial, ni el grueso de los yihadistas se han puesto en sintonía con Al Qaeda. La inmensa mayoría de los yihadistas locales (el noventa y muchos por ciento) no se ha unido a Al Qaeda. Cuando Estados Unidos invadió Afganistán, Al Qaeda se encontró sola haciendo frente al ejército estadounidense. En vez de recibir una oleada de yihadistas curtidos y nuevos voluntarios deseosos de combatir en el teatro afgano, recibieron sólo un modesto puñado de militantes.
En lugar de expresar solidaridad con sus homólogos asediados y atrapados en la frontera afgano-pakistaní, las principales figuras yihadistas condenaron abiertamente a Al Qaeda por exacerbar los problemas a los que se enfrentaban otros grupos yihadistas. Consideraron el 11-S un error catastrófico.
Los yihadistas se encuentran sumidos en una amarga disputa que revela amplias y profundas fisuras. En lugar de cerrar filas contra los enemigos del islam,como habían esperado Bin Laden y Al Zauahiri, el 11-S destruyó toda posibilidad de salvar el abismo entre yihadistas locales e internacionales. Al Qaeda es sin lugar a dudas el verdadero perdedor, porque necesita de modo desesperado aliados leales y legitimidad democrática; sus supuestos socios naturales no sólo le niegan ese reconocimiento, sino que la atacan duramente.
Las fuerzas sociales empleadas contra Al Qaeda representan un amplio espectro ideológico que va desde los antiguos militantes islamistas y las corrientes islamistas principales hasta los izquierdistas y los nacionalistas, opuestos todos ellos a la yihad mundial. Y también han aparecido líneas de falla dentro de la propia red de Bin Laden. En realidad, los múltiples conflictos internos entre los yihadistas ponen en cuestión el funcionamiento mismo de la empresa yihadista como tal, no sólo de las organizaciones internacionales como Al Qaeda y sus filiales en Arabia Saudí, Iraq, Yemen y los demás países.
Al Qaeda se enfrenta ahora a una guerra en dos frentes: interior y exterior. En mi opinión, la guerra interior ha sido el factor decisivo en el debilitamiento de la capacidad operativa de Al Qaeda para librar la guerra contra Estados Unidos. Este tira y afloja intraislamista apenas se ha percibido, y menos aún analizado de forma crítica, en Occidente y Estados Unidos; los encargados estadounidenses de formular políticas, en particular, se han centrado en las células durmientes y los simpatizantes de Al Qaeda y no han dicho gran cosa de la otra inmensa reserva de islamistas y yihadistas locales que, de haberse unido a la red de Al Qaeda, habría aumentado de modo cualitativo los riesgos para la seguridad. Este fracaso incide en el núcleo del motivo por el cual el Gobierno describe equivocadamente a Al Qaeda como una amenaza estratégica para Estados Unidos.
En contra de la creencia aceptada en ese país, la respuesta musulmana dominante a Al Qaeda pone de manifiesto que pocos activistas y musulmanes corrientes han abrazado su causa mundial. Aunque estos últimos pueden compartir las quejas de Al Qaeda contra el orden internacional, sobre todo contra la política exterior estadounidense, no por ello están dispuestos a lanzarse a una guerra y luchar en nombre de Bin Laden.
Las entrevistas y las encuestas públicas entre activistas musulmanes jóvenes indican con claridad que son pocos los dispuestos a unirse a la red yihadista mundial, un destacado aspecto pasado por alto en EE. UU. por los comentaristas y los encargados de la formulación de políticas, que se han concentrado en Al Qaeda y los yihadistas internacionales y han despreciado las fracturas en el seno del movimiento yihadista y el enorme rechazo social a su causa.
De haber observado las luchas internas que agitan las tierras musulmanas, se lo habrían pensado dos veces antes de aceptar la expansión militar de la guerra contra el terror; se habrían dado cuenta de que - aunque bastante letal- Al Qaeda es una organización marginal minúscula sin arraigo social viable.
De haber prestado atención a las múltiples críticas a Al Qaeda por parte de los clérigos y los creadores de opinión musulmanes, habrían visto que Al Qaeda representa una molestia para la seguridad, no una amenaza estratégica.
De haber analizado los debates y los actos de los antiguos yihadistas e islamistas, habrían sabido que el movimiento yihadista está dividido, que Al Qaeda no habla en nombre de los nacionalistas religiosos ni del público musulmán en general.
Los comentaristas y los encargados de formular políticas estadounidenses también se habrían dado cuenta de que el cerco interior de Al Qaeda, es decir, la creación de alianzas con las sociedades civiles musulmanas, constituye el medio más efectivo para clavar el clavo final en el ataúd de esa organización.
La forma de actuar no es la declaración de una guerra planetaria contra un enemigo paramilitar y no convencional con poca o ninguna base de apoyo social, ni estrechar lazos con viejos dictadores regionales. Eso es justamente lo que Bin Laden y sus secuaces esperaban de Estados Unidos: que atacara militar y furiosamente a laumma.Como afirmó hace poco Seif al Adal, el jefe militar supremo de Al Qaeda, "los estadounidenses mordieron el cebo y cayeron en nuestra trampa".
Fawaz A. Gerges, titular cátedra Christian A. Johnson de Asuntos Internacionales y de Oriente Medio, Universidad Sarah Lawrence, Nueva York; autor de Journey of the jihadist: inside muslim militancy. Traducción: Juan Gabriel López Guix.