¿Es posible una transición pacífica en Venezuela?

El líder de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se juramentó como presidente encargado del país el 23 de enero de 2019 en Caracas. Credit Federico Parra/Agence France-Presse — Getty Images
El líder de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, se juramentó como presidente encargado del país el 23 de enero de 2019 en Caracas. Credit Federico Parra/Agence France-Presse — Getty Images

Hace unas cuantas semanas, casi no había esperanzas de que el desastre económico y la tragedia humanitaria sin precedentes que vive Venezuela pudieran resolverse a corto plazo. Daba la impresión de que el gobierno cada vez más represivo y corrupto del presidente Nicolás Maduro no enfrentaba ningún desafío importante. A pesar de cierto descontento y divisiones en las fuerzas armadas, los militares de alto rango parecían estar de su lado. Hoy, con la aparición de un rival que puede ser una alternativa plausible a Maduro, el futuro de Venezuela depende de esos mismos militares.

Hasta ahora, Maduro ha gozado de mucha suerte: no ha tenido que competir con una oposición eficaz y unificada, la cual ha tenido problemas para lograr cohesión y ha carecido de un liderazgo sólido y una estrategia clara. En cierta medida, la debilidad de sus opositores es consecuencia de una represión continua del gobierno que ha infundido un miedo generalizado. Sin embargo, la suerte de Maduro se terminó el 23 de enero de manera dramática cuando un líder relativamente desconocido se juramentó como el presidente legítimo de Venezuela frente a cientos de seguidores en Caracas.

Su nombre es Juan Guaidó, el presidente de 35 años de la Asamblea Nacional (AN). Él fue quien encabezó las protestas masivas que recorrieron todo el país y que evidenciaron el enojo de los venezolanos de a pie con el régimen de Maduro. En buena medida, Guaidó —elegido líder de la AN hace solo unas semanas— se ha mantenido al margen de las riñas políticas de Venezuela.

Su mensaje contrasta radicalmente con lo que estaban acostumbrados a escuchar los venezolanos de otras figuras de la oposición, quienes arremetían en contra de Maduro y, antes de él, en contra de Hugo Chávez, y eran incapaces de conectar con los simpatizantes de las políticas de izquierda del chavismo. De manera asombrosa, la movilización del miércoles contó con la presencia de manifestantes de todo el espectro socioeconómico, incluidas algunas personas de zonas que solían ser baluartes chavistas. Muchos ciudadanos parecen atraídos por la frescura del liderazgo y la visión de Guaidó, quien promete llevar al país hacia adelante y no regresar a la era pre-Chávez, un periodo dominado por una élite y caracterizado por la desigualdad social y el colapso económico.

Una crisis cada vez más profunda y las divisiones dentro del régimen, aunado a la presión cada vez mayor de Estados Unidos y de buena parte de la comunidad internacional (en parte por la salida masiva de refugiados venezolanos) a Maduro, crearon las condiciones que han permitido el ascenso de Guaidó. El gobierno de Donald Trump, la Organización de los Estados Americanos y la mayoría de los gobiernos de América Latina cuestionaron de manera enfática los argumentos legales de Maduro para ejercer un segundo periodo después de las elecciones fraudulentas de mayo de 2018 y han reconocido oficialmente a Guaidó como el presidente encargado y a la Asamblea Nacional como las autoridades legítimas de Venezuela.

El resultado son gobiernos paralelos: uno con legitimidad y respaldo popular, el otro con poder real. La duda es si Guaidó podrá pasar de su situación actual a ejercer de manera fáctica el poder y liderar la transición que anhela la oposición.

Todo apunta al papel central que juegan las fuerzas armadas. Hasta la fecha, parece que los rangos superiores permanecen leales a Maduro y aún no están preparados para respaldar a Guaidó o están determinados a aplastar su movimiento.

Un segmento considerable de la oposición parece apostar a que, una vez que los militares comprendan por completo las dimensiones de la crisis del gobierno y la cantidad de apoyo que tiene Guaidó, le darán la espalda a Maduro. Ese escenario, sin embargo, es improbable. Después de todo, muchos de los altos mandos militares son responsables de graves violaciones a los derechos humanos y, según algunos informes, han adquirido ganancias inmensas a partir de actividades ilícitas. Es difícil que se entreguen si se enfrentan a la posibilidad de un castigo severo.

A menos de que a los militares de alto rango les den suficientes garantías de que no pagarán por sus delitos, el camino de Guaidó podría quedar bloqueado. Guaidó tiene a su favor que ha demostrado comprender el papel crucial del ejército. Les ha enviado mensajes claros, sin señales de venganza. El 15 de enero, persuadió a la Asamblea Nacional de aprobar una “ley de amnistía” para aquellos “que colaboren en la restitución del orden constitucional“.

Ganarse a los militares requerirá paciencia y negociaciones sofisticadas y discretas. La idea de entablar “negociaciones” será aborrecible para una gran parte de la oposición, debido al fracaso de esfuerzos anteriores de “diálogo”. Sin embargo, ahora que han cambiado las circunstancias —el gobierno de Maduro es más débil y la oposición más fuerte—, las negociaciones podrían ser más fructíferas.

Para muchos, una amnistía a los militares será un trago amargo. Los crímenes cometidos han sido monumentales y hay una demanda comprensible de que se responsabilice por completo a los culpables. Esta cuestión delicada corre el riesgo de dividir a la oposición, y la aceptación del liderazgo de Guaidó será esencial.

Venezuela tendrá que esperar cierta tensión entre la justicia total y el cambio político deseable. Para Guaidó, la oposición, Estados Unidos y la comunidad internacional, una transición pacífica y democrática debería ser la prioridad. Si no es así, no habrá manera de saber cuándo Venezuela podrá salir de esta pesadilla.

Michael Shifter es el presidente de Diálogo Interamericano, un centro de investigación dedicado a los desafíos del hemisferio occidental.

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