Es tiempo de heróes

Hay dos recuerdos que tengo muy vívidos. Uno algo lejano. De 1977. El de la remodelación de los que ahora se llaman «Jardines del Descubrimiento» en lo que todos llamábamos (y seguimos llamando) plaza de Colón en Madrid. Culminaría con la inauguración de lo que era un misterio para todos los madrileños mientras se instalaba. Tres extraños bloques en el lateral que daba a la calle de Serrano, que en general, nadie acababa de entender más allá de que fueran una especie de remedo escultórico moderno de las dos famosas carabelas y la nao protagonistas de aquella inigualada gesta: la Pinta, la Niña y la Santa María. Sin embargo nos explicaron que aquellos bloques de hormigón, obra del escultor Vaquero Turcios, tenían nombres diferentes y significados dispares pese a tener un mismo tema. Los bloques se llaman: Las Profecías, La Génesis y El Descubrimiento. Todos ellos con relieves, figuras e inscripciones de lo más variopintas: desde Chilam Balam de Chumayel a San Isidoro de León. Recuerdo gran revuelo y discusiones entre quienes les encantaba la obra y quienes la odiaban. Hoy son parte inherente de Madrid.

Es tiempo de heróesEl otro recuerdo es algo más cercano. De 2001. Un mes después de los atentados de Nueva York, cuando por razones de trabajo tuve que viajar a Washington. A la capital de un país con el corazón en un puño, pero orgulloso como pocos. No terminaba de ver tan claro si ese orgullo era más engreimiento que otra cosa. Al fin y al cabo, uno como europeo ya se sabe que cuando viajamos allá, vamos con esa superioridad moral que nos da nuestra Historia ante un país tan joven que hay restaurantes en Madrid con más años que esta nación. Y en una de esas tardes libres que pudieron permitirme, di un paseo por el famoso y tantas veces filmado, National Mall. A un extremo, el imponente Capitolio. Al otro, el memorial y el monumento a Lincoln. Situado cerca de un enorme estanque rectangular. A ambos lados, la Casa Blanca y enfrente tras un pequeño lago, el memorial a Jefferson. Y en el centro, claro, el gigantesco obelisco dedicado a Washington. Todo visto tantas veces sin tener necesidad de haber viajado.

Sin embargo, varios memoriales más se escondían. Paseando desde donde estaba la estatua de seis metros de Lincoln, pronto me topé con un pelotón armado vestidos con ponchos que mostraban de manera hiperrealista que estaban patrullando en algún lugar tropical. Era el monumento a los veteranos de Corea. Seguí andando para ver a un majestuoso Martin Luther King. Y sin ir muy lejos, y tras pasar un pequeño templete que recordaba los caídos en la Primera Guerra Mundial, estaba el gran memorial por aquellos que sirvieron y murieron en la II Guerra Mundial. Di la vuelta hacia el otro lado del estanque de vuelta al sedente Lincoln (que notaba que no dejaba de mirarme con cierta sorna desde su sillón), y tras pasar los jardines en honor a la Constitución, me topé con el tremendo bloque pétreo donde se leen todos los caídos en la Guerra del Vietnam. Justo enfrente de donde se recordaba esa otra guerra perdida por los poderosos Estados Unidos de Norteamérica en Corea. O al menos, no ganada.

Me senté de vuelta en las escalinatas del pseudo partenón cerca del Honesto Abe, como le llaman allí a Lincoln, y tras mirar desde mi pequeña atalaya todo aquello, le devolví la mirada y pensé. ¡Pero cómo no van a estar orgullosos estos tíos si hasta de las derrotas hacen honrosos recuerdos, y de las victorias altares! Si sus grandes hombres están representados allí donde la vista te alcance. A una escala para que te sientas aún más pequeño ante su grandeza. Prometo que en aquel entonces pensé, ¿y en España por qué no tenemos nada igual? Sí, recordé las estatuas esparcidas por mi capitalina ciudad. Una que llaman de Cascorro pero que nadie apenas recuerda el verdadero nombre del héroe. Otra de un tal Noval, cuyo pedestal donde se cuenta su hazaña está destrozado. Una al pueblo del 2 de Mayo casi oculta cerca del Tempo de Debod; o las estatuas de Daoiz y Velarde cuyos sables siempre faltan y a los que se les ponen en su lugar litronas. De pena.

Sin embargo, hace pocos años atrás, la alcaldesa entonces de Madrid, Ana Botella, aceptó la propuesta de remediar esa falta haciendo de los Jardines del Descubrimiento un auténtico Memorial de los Héroes. Y paliar de paso la chapuza de su predecesor Gallardón de ubicar al bueno del almirante Colón en medio del tráfico entorpeciendo todo y dejando su base huérfana. Como propuesta estaba el que fuera todo un héroe desconocido como Blas de Lezo el que aparentemente inaugurara ese Memorial. Digo aparentemente, pues fue en septiembre de 2014 cuando se pusiera el primer hito en este Memorial, dedicado al gran Jorge Juan. Una figura tan excepcional que me parece impropio que esté representado por un ancla tipo hall por muchos 1.200 kilos de peso que tenga. De hecho, poca gente repara en él. Máxime cuando al lado se alzó dos meses más tarde, la magnífica estatua de Blas de Lezo, obra de Salvador Amaya.

Y yo me pregunto, cuatro años más tarde, ¿por qué se ha parado este proyecto? Un proyecto, el de un Memorial de los Héroes, que no es ni puede ser una cuestión municipal, como si estuviéramos hablando de las zonas de aparcamiento restringida, la recogida de basuras, o el ordenamiento urbano. ¡Esto es una cuestión de Estado! Y en la que toda España se tiene que ver reflejada en su capital en un lugar donde, cuando pasen por ella y la visiten, se encuentren justamente orgullosos, como lo están en otros países, de sus héroes y de su Historia. De primeras, y empiezo dando ideas, que vuelva don Cristóbal a su pedestal y que deje de entorpecer el tráfico. Segundo, tráigase al invicto don Álvaro de Bazán, que en la Plaza de la Villa no pinta nada, y póngase en ella la olvidada estatua de Felipe II de Leone Leoni que fue quitada de la Plaza de la Armería hace décadas para quedar arrumbada de manera insultante. Además, ¡qué mejor sitio para el que hizo de esta Villa, Corte y Capital!

Y para el resto de este Memorial parece que toma la delantera Bernardo de Gálvez, cuya estatua admiré también en Washington pero no en España, gracias al impulso de Teresa Valcarce, que ya lograra poner su retrato nada menos que en el Capitolio. ¡Que vaya con Washington, caramba! Pero no tendrá la que tiene preparada ya el gran artista Salvador Amaya. Y lo que allá tampoco tendrán y propongo, es un grupo sobre la increíble Expedición Malaspina, una de las primeras científicas del mundo. Otro a la Expedición Balmis, la primera filantrópica de la Historia. Pero también a los navegantes Loaysa y Urdaneta, este último descubridor del Tornaviaje. O a los navegantes perdidos del San Telmo, descubridores de la Antártida. O a los grandes de nuestros mares, héroes como Juan de Austria, Antonio Barceló, el Almirante Cervera, Casto Méndez Núñez o los inmortales Churruca y Gravina.

Y por supuesto una importante que no puede faltar: la de Juan Sebastián de El Cano. El marino que hace 500 años nos confirmó que el mundo era, por fin, global. Hoy, en estos momentos que vive España, más que nunca, es tiempo de héroes. Y los tuvimos. Los tenemos.

Javier Santamarta, politólogo.

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