¿Es Turquía nuestro aliado?

De las múltiples fases por las que ha pasado la sangrienta guerra civil en Siria, el reciente ataque contra tropas turcas y las represalias posteriores amenazan con arrastrarnos a un conflicto abierto con Rusia, una potencia que aún cuenta con un importante arsenal nuclear.

Además, España mantiene desplegada desde 2015 una batería de misiles Patriot en Turquía, cerca de la frontera con Siria, lo que ha despertado preocupaciones sobre la seguridad de nuestros soldados.

Este último episodio, sumado a la creciente brecha entre los Estados europeos y la Turquía de Erdogan, ha avivado el debate sobre el papel que desempeña Ankara en la arquitectura de seguridad en el continente y su relación con la Unión Europea.

Hubo un tiempo en que la caída del presidente sirio Bachar el Asad ante el empuje del descontento popular se creía inminente. Hoy pocos dudan de su victoria. El respaldo militar de Irán y su representante Hezbolá a su aliado chií, así como el inestimable apoyo de la aviación rusa, han permitido a las tropas del régimen sirio reconquistar el territorio perdido.

Sólo en la provincia de Idlib, en el noroeste del país, resisten aún las fuerzas rebeldes con el apoyo de Ankara. Decidido a recuperar el control sobre el resto de Siria, el ejército del El Asad se lanzó en las últimas semanas contra este enclave de la oposición, agravando una situación humanitaria ya de por si trágica y comprometiendo los planes de Erdogan para el norte del país.

En este escenario claustrofóbico, en el que se agolpan combatientes locales con mercenarios y fuerzas regulares extranjeras, se produjo el reciente bombardeo de posiciones del ejército turco que se cobró la vida de más de treinta soldados.

La autoría del ataque sigue sin estar clara, pero, dado el papel crucial de la fuerza aérea rusa en el conflicto, muchos temimos que Turquía, miembro de la OTAN, decidiera implicar a la Alianza en el conflicto. La OTAN no pasa por su mejor momento, cuestionada su supervivencia a ambos lados del Atlántico.

Dado el escaso interés en Europa y Estados Unidos por intervenir del lado turco en el atolladero sirio, es fácilmente imaginable el callejón sin salida que se hubiera creado si Erdogan hubiera llegado a invocar la cláusula de seguridad colectiva del Artículo 5 de la OTAN y, en el mejor de los casos, el daño que habría sufrido la credibilidad de la Alianza.

No solo se han tensado los límites de la defensa mutua; también la confianza en Ankara como un socio fiable en el control migratorio ha sido cuestionada. En un intento por presionar a las capitales europeas para acudir en su ayuda, Erdogan amenazó con romper el acuerdo con la UE y permitir el paso hacia Europa de los cientos de miles de sirios que huían de los combates, lo que ha hecho temer que se repitan las dramáticas escenas que se vivieron durante la crisis de refugiados de 2015, sólo contenida gracias a la cooperación turca.

La relación entre la Unión Europea y Turquía se encuentra en su peor momento en años. El creciente autoritarismo de Erdogan, su intervención en los conflictos en Siria y más recientemente en Libia, y la pugna por controlar los lucrativos yacimientos energéticos del Mediterráneo oriental, han ampliado significativamente la brecha entre Ankara y sus socios occidentales.

Atrás quedan los años en los que el ingreso de Turquía en la Unión Europea se contemplaba como una opción posible. Hoy sería impensable escuchar de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, una defensa de la “europeidad” turca similar a la que hizo su antecesor Walter Hallstein en 1963, durante la firma del acuerdo de Ankara.

Pero el debate sobre la posición de Turquía en Europa va más allá de las divisiones recientes o su pertenencia o no al bloque comunitario, y aborda de lleno el concepto mismo de cuáles son las fronteras físicas y políticas de la europeidad, debate que se extiende también a las aspiraciones de ingreso de Macedonia y Albania.

Europa debe encarar de una vez por todas una realidad ineludible y dotarse de las herramientas necesarias para afrontarla. En un mundo dominado cada vez más por consideraciones geopolíticas, la Unión Europea debe estar dispuesta a defender y hacer valer sus propios intereses, si no, seguirá siendo rehén de los hombres fuertes y de potencias extranjeras con objetivos contrarios a los europeos. Aún estamos a tiempo de revertirlo.

José Ramón Bauzá es eurodiputado de Ciudadanos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *