¿Es usted un ‘gutmensch’?

¿Es usted un gutmensch, un buenista? La pregunta no la plantea la historia, sino la crisis de los inmigrantes. Así que repito: usted, ciudadano europeo, ante la llegada de inmigrantes y su presencia, a menudo ilegal, en su país ¿es un gutmensch?

Parece un test de revista veraniega, de esos que, mediante una serie de preguntas tan absurdas como estúpidas, una decide si prefiere la playa o la montaña, a un moreno guapo o a un rubio fuertote. Aquí no hacen falta 20 preguntas; basta con seguir las indicaciones estipuladas en una carta abierta de Bart de Wever, el líder de la nacionalista Nueva Alianza Flamenca, el partido más poderoso del país, y que ha causado sensación en Bélgica: si usted acoge en su casa a inmigrantes ilegales y les permite dormir y comer con usted y con sus hijos, entonces es una buena persona. Pero también es un ingenuo y un irresponsable, continúa De Wever, que advierte a las personas con una concepción irreflexiva de su propia superioridad moral (definición de gutsmench, según Wikipedia) de que, con esos gestos de solidaridad, están diciendo a los desgraciados del mundo que su país (en este caso, Bélgica) está dispuesto a acogerlos con los brazos abiertos, sin exigirles que se integren ni que contribuyan al bien común. Es decir, el buenista, por bonito que suene, está tirando piedras contra el tejado de la sociedad, y especialmente de la seguridad social, que va a tener que asumir la carga de los recién llegados. Una idea simpática pero suicida.

Entonces, ¿es un gutmensch? El término ha escandalizado: un director de teatro de Bruselas lo ha rechazado por su horrible parentesco semántico con el Übermensch, el Superhombre de Nietzsche. Pero lo que está en juego es distinto. Desde hace semanas, varios sectores de la sociedad belga (más en la parte francófona), ciudadanos, agentes sociales y expertos que no suelen participar en la vida pública, hablan, se manifiestan y actúan en defensa del respeto a los derechos humanos, la obligación de acoger y el imperativo ético de ser solidarios. Treinta mil ciudadanos se han inscrito en una plataforma de Internet que reparte todas las noches a los inmigrantes del Parc Maximilien de Bruselas. Imaginen estas escenas: cada noche, un ballet de padres y madres, jóvenes y viejos, que van a buscar a dos o tres sudaneses o eritreos para llevárselos a casa; policías de dos comunas bruselenses que se niegan a hacer arrestos en ese famoso parque, que las autoridades temen que se convierta en un nuevo Calais.

Desde hace semanas, muchos ciudadanos, policías, masones, altos funcionarios, constitucionalistas, politólogos, cineastas, directores teatrales, actores, están provocando una división poco frecuente en el país, no política sino ética. Por otra parte, los belgas están tratando de arreglárselas con un problema que, en el fondo, solo puede resolverse a nivel europeo. En definitiva, ¿es usted un gutmensch o no?

Estas son las preguntas que se hacen hoy los belgas, en un debate que honra a esta pequeña sociedad en el corazón de Europa. Es importante que se las hagan también ustedes, los lectores europeos. Les necesitamos para dar unas respuestas eficaces y justas:

¿Podemos devolver a los sudaneses ilegales a su país?

¿Podemos exigir a las autoridades de los países de origen que vengan a identificar a sus refugiados a Bélgica?

¿Cómo aplicar el artículo 3 del Convenio de Derechos Humanos y comprobar las condiciones de regreso de una persona a un país difícil fuera de Europa?

¿Cómo modificar los acuerdos de Dublín, que pervierten la gestión común y eficaz de la inmigración en Europa?

¿Debemos cerrar las fronteras y desarrollar una política responsable de apertura que incluya negociar los corredores migratorios e imponer cuotas por países, como recomiendan Enrico Letta y el experto François Gemenne?

¿Cómo conciliar cosmopolitismo y soberanismo?

¿Se puede irrumpir en el domicilio de personas que alberguen a inmigrantes legales?

¿Ayudar al inmigrante es crear un efecto llamada que va a hundir nuestro bienestar y nuestro modelo económico? ¿Cómo conciliar solidaridad y bienestar?

Discutan con sus conocidos y con expertos, infórmense, analicen, debatan. Hagan política, no se la dejen a los profesionales. Los políticos necesitan que les cuenten sus miedos, pero también sus principios, para ser justos, valientes y amplios de miras. Es lo que está sucediendo hoy en nuestro pequeño país.

Béatrice Delvaux es columnista de Le Soir. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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