Escenarios iraníes

Por Haizam Amirah Fernández, investigador principal del área de Mediterráneo y Mundo Árabe, Real Instituto Elcano (LA VANGUARDIA, 25/03/06):

Irán y Estados Unidos parecen haber optado por la escalada verbal una vez que el programa nuclear iraní ha sido remitido al Consejo de Seguridad. Un error en la lectura de la situación y la falta de estrategia sobre cómo proceder pueden arrastrar a Oriente Medio a una crisis de consecuencias desastrosas a escala mundial.

Teherán se ve en posición de fuerza, tanto a escala regional como en el frente interno, que desea aprovechar para afianzarse como potencia regional. La ocupación estadounidense de Iraq y el consiguiente aumento del poder político - y militar- de su comunidad chií han facilitado a Irán la posibilidad de influir directamente sobre el futuro de su vecino árabe. Irán percibe que Estados Unidos no encuentra salida fácil del pantanal iraquí en el que se ha metido, y que Washington necesitará de su colaboración para pacificar Iraq y neutralizar a las milicias chiíes. Aunque la ocupación de Iraq le ha beneficiado indirectamente, Irán la rechaza y ve con inquietud la cercana presencia militar estadounidense. Los ayatolás de Teherán favorecerán Ahmadineyadlas condiciones para la retirada de EE. UU. una vez que hayan amarrado su influencia sobre Mesopotamia, pero antes querrán verlo pagar un alto precio que lo disuada de emprender otra aventura de cambio de régimen, cuyo objetivo podrían ser ellos mismos.

El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, un neoultraconservador heredero de la línea dura del ayatolá Jomeiny, se siente fortalecido en el interior tras su contundente e inesperada victoria en junio del 2005. Sus declaraciones radicales y populistas causan alarma en Occidente - y no es para menos-, aunque vayan dirigidas principalmente al consumo interno. En su lucha contra reformistas, tecnócratas y algunos sectores del clero, Ahmadineyad trata de ganarse el apoyo popular. Sin embargo, los problemas que sus palabras pueden causar, unidos a su política de purgas y su voluntad de luchar contra la corrupción, pueden movilizar en su contra a los poderes fácticos de la República Islámica, que verán amenazados sus privilegios. Los conservadores iraníes no han ocultado sus luchas internas en los últimos meses. La comunidad internacional debe aprovechar esas divisiones y, al mismo tiempo, saber que el lenguaje belicista sólo favorece al ala más dura del régimen iraní, para la que el precio de la resistencia es inferior al de la rendición.

Llevar la cuestión nuclear iraní al Consejo de Seguridad conlleva riesgos. La división entre los miembros con derecho de veto podría quedar patente una vez más. La falta de entusiasmo por aumentar la presión sobre Teherán podría proceder de Rusia, que suministra tecnología nuclear a Irán y busca una mayor presencia en Oriente Medio, y, en cierta medida, de China, que tiene grandes intereses económicos en el país persa y quiere garantizar sus necesidades crecientes de crudo (Irán es el cuarto productor de petróleo del mundo, con más de 4 millones de barriles diarios). Asimismo, la imposición de un régimen de sanciones tendrá efectos no deseados sobre los países que mantienen relaciones comerciales y económicas con Irán, incluidos algunos europeos. Desde Teherán recuerdan que sólo les harían daño sanciones sobre el sector energético, pero saben que la economía internacional no se lo puede permitir. De hecho, mantener en estos momentos cierto grado de tensión en la región interesa a algunos países productores de crudo, que ven aumentar sus ingresos por la subida de los precios.

Otro escenario sería un ataque liderado - o consentido- por EE. UU. contra instalaciones nucleares iraníes. Ésta sería una decisión extremadamente arriesgada, cuya respuesta ya han planificado las autoridades iraníes: aumentar la inestabilidad en todo Oriente Medio, ya de por sí elevada en lo que va de año. Se podrían abrir más focos de tensión o agravar los que ya hay en Iraq, Líbano, Siria y Arabia Saudí, entre otros, además de ver perturbada la salida de petróleo a través del estrecho de Ormuz, por el que pasa el 25% del consumo mundial diario. Un posible ataque fortalecería a los sectores más radicales en Irán, que lo utilizarían como muestra de que existe un complot internacional contra su país. La sociedad iraní, que es muy nacionalista y se ve como la heredera del imperio persa, apoya mayoritariamente el derecho de su país a dotarse de capacidad nuclear para fines civiles y como elemento de disuasión militar. Aeso se podría sumar la simpatía que mostrarían sectores de las sociedades árabes, que verían un eventual ataque como un capítulo más del enfrentamiento entre el islam y Occidente. Las diferencias entre suníes y chiíes se verían difuminadas, y la sensación de humillación colectiva sería aún mayor si Israel interviene en semejante operación militar.

LaUEha de actuar con firmeza y en coordinación con EE. UU., pero también con Rusia, China y los países árabes del Consejo de Cooperación del Golfo (estos últimos también se sienten amenazados por las ambiciones nucleares iraníes). El régimen iraní podría errar en sus cálculos si sigue tensando la cuerda con más declaraciones extremistas y maniobras de provocación. Esto podría hacerle perder aliados y defensores, alejándolo de la posición de fuerza en la que se siente.

La mentalidad del bazar implica poner a prueba al otro, mostrar firmeza y no dejar entrever atisbos de duda sobre el objetivo que se persigue, pero siempre hay que conservar un margen de flexibilidad para la negociación y el compromiso. Lo más importante es que todos queden satisfechos con el resultado de la transacción. Esa misma mentalidad habría de aplicarse a la negociación del dossier nuclear iraní. El objetivo final debería ser una zona de Oriente Medio libre de armas de destrucción masiva que, además de Irán, incluya a Israel.