Escenarios para el 2012

A la hora de medir el tiempo, seguimos siendo niños. El curso escolar empieza en septiembre, y seguimos considerando que «el año» va de septiembre a julio. Parece, pues, que este es un buen tiempo para contemplar lo que puede ser el año que ha empezado ahora, y que acabará con las vacaciones del 2012.

Repasemos los meses. Comeremos los turrones, pero serán escasos. En Semana Santa no habremos mejorado gran cosa. Ni tampoco para el verano. Los más optimistas señalan que la recuperación será más clara a la vuelta de las vacaciones del 2012. ¿Podemos tener una recesión, es decir, dos trimestres de crecimiento negativo? Sí. ¿Con qué probabilidad? Quizá de un 60%, porque depende de la recesión fuera, sobre todo en Europa, que parece que sigue avanzando; de la crisis griega y de las demás crisis financieras, que no se van a solucionar en el corto plazo, y de nuestros propios problemas, que serán principalmente tres: la capacidad o incapacidad del próximo Gobierno para diseñar un programa ilusionante y creíble para superar la crisis, de las dificultades con que se encuentre para reducir el endeudamiento público, y de los posibles contratiempos en la solución de las crisis bancarias.

¿Tenemos medios para acelerar la recuperación? No. La política monetaria no va a ser más expansiva, en parte porque bajar los tipos de interés del Banco Central Europeo del 1,5% actual a, digamos, el 0,5%, no va a arreglar nada, y esta acción no resulta atractiva para el mismo banco. La política fiscal, ya lo hemos visto en los últimos meses, acentuará el cierre del déficit: nadie quiere prestar dinero a España.

¿Seguirán las convulsiones financieras? Sí, y va para largo. No ganaremos para sustos, a menos que Europa dé un gran paso adelante para garantizar el endeudamiento de todos sus miembros. Y no puede, ni quiere, darlo. O sea, ¿no nos salvará Europa? Si por salvarnos se entiende evitar la suspensión de pagos de España, probablemente sí, pero nada más. En Europa, cada país se cuida de su propio ciclo económico y de su propia política de crecimiento.

O sea, que, como se dice en el argot futbolístico, dependemos de nosotros mismos. Lo cual me parece una ventaja, siempre que tengamos la voluntad, política y popular, de hacer frente a nuestros problemas. Y aquí es donde el nuevo Gobierno deberá desempeñar un papel decisivo.

En un artículo anterior puse el ejemplo del barco que tiene una gran vía de agua. Lo primero que tienen que hacer los que están en las bodegas es subir a cubierta, para no ahogarse. Esto ya lo hicimos: la vía de agua apareció en el 2007, y pronto comprobamos que era muy seria. Las empresas redujeron sus inversiones y sus gastos (sus plantillas) y se pusieron a capear el temporal financiero que se les venía encima. Y las familias se apretaron el cinturón, no una, sino varias veces. Las administraciones públicas fueron más renuentes, y hasta hace poco no han tomado medidas en serio.

El panorama actual muestra a los pasajeros en cubierta; algunos han perdido todo lo que tenían, otros lo conservan todavía; están atemorizados y desconcertados. Se oyen muchas quejas: contra el capitán y la tripulación, contra el armador, contra otros barcos, contra los demás pasajeros… Pero el barco no puede navegar así, con la vía de agua, con los marineros deseando que llegue el 20-N para marcharse, con las familias endeudadas, sin financiación y con dificultades para encontrar empleos; con las empresas que buscan una salida para su situación, también muy endeudadas y sin financiación; con los funcionarios en la calle, protestando para defender sus derechos…

Al final, alguien tendrá que bajar al fondo del barco para cerrar la vía de agua. Pero reducir el endeudamiento de todo un país lleva mucho tiempo, y no podemos esperar. Hay que establecer rápidamente prioridades para la acción; la primera, sostener a las personas que están en dificultades serias: que nadie se ahogue; luego, tratar de crear empleo, porque es lo que mantiene al país en marcha. Y habrá que evitar que las medidas que ya se han tomado, o las que se tomen en los meses próximos, dificulten la andadura.

O sea, habrá que crear un marco estable para la economía y la sociedad, en que todos participemos (no solo los partidos, ni solo los sindicatos y las patronales, que han mostrado, todos ellos, una notable falta de capacidad para asumir sus responsabilidades). Con etapas más o menos previstas. Con medidas bien justificadas, repartiendo costes y beneficios. Al final, todos ganaremos, pero alguien tendrá que soportar ahora costes más elevados, probablemente porque tiene espaldas más anchas para aguantar a los demás. Más tarde ya le compensaremos.

Releo los párrafos anteriores, y me parece que he escrito una versión moderna del cuento de la lechera. Pero, aunque estemos cansados, tenemos todos una gran responsabilidad en el futuro de nuestro país. Claro que no es fácil, y que hay muchas cosas que pueden salir mal, pero ¿tiene alguien propuestas mejores y de más fácil realización?

Por Antonio Argandoña, profesor del IESE. Universidad de Navarra.

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