Escenas de la ficción catalana

Mientras desayuna, conecta la radio: «Radicalidad democrática», «derecho a decidir», «expolio fiscal», «referéndum», «deslealtad del Estado», «la España de matriz castellana», «caverna mediática», «la cultura española del sostenella y no enmendalla», «los leones del Congreso se han zampado el encaje de Cataluña en España», «nos tratan como una colonia», «la burguesía de Estado enquistada en Madrid». «Absolutamente de acuerdo con lo que se ha dicho», tercia un tertuliano. Prensa digital. «Un polémico periodista y guionista», que acaba de publicar un libro titulado 99 cosas que hemos de aniquilar si queremos ser independientes, afirma que al independentismo catalán le falta valentía política y señala que «alguien ha de poner los cojones encima de la mesa». Más prensa digital: la fundación CatDem, de Convergència Democràtica de Catalunya, otorga el Premio Ramon Trias Fargas al ensayo Herramientas afiladas, espigas de junio. Razones para la nación, la lengua, la secesión y la democracia. Otro diario digital. Un lector responde a la convocatoria de manifestación del 6 de diciembre, día de la Constitución: «El españolismo no reivindica nada de nada, solo quiere mantener lo que ya tiene que es mucho, todo: la posesión absoluta de Cataluña». Facebook. Aparece un programa que sí mantiene la pluralidad. Se anuncia la entrevista a un líder de la oposición en Cataluña. Un oyente: «Siento decirte que bajará la audiencia, porque la gente que tiene sentido común y está harta de estos personajes que desprenden agresividad y provocan mala convivencia, ya no quiere malgastar su tiempo escuchando las prepotencias de alguien como este…». Otro oyente: «Yo tampoco lo escucharé». Otro: «Nos pasamos de la raya dando voz a esa gente que ha dado pruebas en todos los sentidos de no amar a Cataluña. Por favor, dediquen esfuerzos a buscar opiniones que fortalezcan el optimismo para una próxima Cataluña libre». ¿Quién dijo que el conductismo es una teoría inapropiada para indagar los resortes de la conducta humana?, se pregunta nuestro ciudadano.

Una conversación cazada al vuelo: «Papá, ¿de dónde es esta bandera?». El padre, lacónico: «De España».

Recorre la Diagonal en autobús y ve desfilar unos carteles colgados de las farolas que anuncian la conmemoración del tricentenario de 1714. El lema: «1714/2014. Viure Lliure». ¿Quizá los catalanes de hoy no son libres y han de retroceder a 1714 para vivir en libertad?, se pregunta. Conecta el iPad y consulta la página oficial del evento. Algunas actividades: Fiesta por la libertad; Cicatrices de 1714; Héroes de 1714; 1714. Diario de una esperanza; 1714. Razones para un nuevo futuro;

1714. Sentimiento de derrota: la herencia; Después de 1714: avanzar, reivindicar, recordar; La resistencia de los catalanes. Refunfuña, mirando discretamente a su alrededor. Asocia ideas: los carteles le remiten al simposio España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014), organizado por el Departamento de Presidencia de la Generalitat de Cataluña. El folleto de presentación habla de la «opresión nacional del pueblo catalán».

Sergio, el colega del despacho, se empeña en que le llamen «Sergi» delante de los clientes. El negocio es el negocio y hay que cuidar los detalles. Será por eso, piensa nuestro apesadumbrado ciudadano.

De compras, en un espacio multimedia, un par de libros infantiles llaman su atención. En La meva primera Diada, los abuelos explican a los nietos que «hace muchos y muchos años, casi trescientos, los catalanes vivíamos tranquilos y en paz, dedicados al comercio, a cultivar la tierra y a explicar historias al amor de la lumbre. Aunque compartíamos reino con otros países, teníamos nuestras propias leyes recogidas en nuestras Constituciones». En eso que llega la Guerra de Sucesión y «los catalanes tuvimos que crear apresuradamente un ejército para defendernos», pero «por desgracia los catalanes no pudimos ganar». En

L´onze de Setembre –el libro incluye una bandera independentista de tamaño reducido, acorde con la edad infantil–, la pequeña Sara se entera de que en la Diada hay «banderas en los balcones y ventanas», «todos están muy contentos», «nos une un sentimiento» y «cantamos El Segadors hoy y siempre». Cada página se cierra con el estribillo de Els Segadors: «Bon cop de falç, defensors de la terra!». («¡Buen golpe de hoz, defensores de la tierra!», en versión literal). Un ejercicio de pedagogía nacionalista, de manipulación, de soberanización de la conciencia, se indigna. En voz baja. Está en una librería.

Para respirar otros aires, nada mejor que un paseo por el mercado de los Encantes. Pero, aquí, otra vez: «La independència és llibertat», reza una gran pancarta colgada de un edificio cercano. Y un cartel: «Independència per canviar-ho tot». Y en el buzón de casa, un díptico de una asociación en defensa de la cultura catalana: «Es normal querer un país normal, es normal que la gente pueda decir lo que piensa, es normal que un país gestione sus recursos, es normal llevarte bien con tus vecinos, es normal que un país decida su educación, es normal haber nacido aquí y pedir la independencia, es normal que un país decida su sanidad, es normal que uno hable en catalán y el otro en castellano». Sube las escaleras. Se ahoga.

Abre el correo electrónico. Alguien le ha mandado un villancico: «El próximo nueve de noviembre, sí, sí, sí / El próximo nueve de noviembre, sí, sí, sí / Votaremos en libertad / Seremos Estado / Seremos Estado / Y tendremos independencia / se nos acaba la paciencia / Sí, sí, sí». La astracanada sube de tono, pasando de lo ofensivo a lo injurioso. Conecta con una agencia de viajes.

Esta es la historia de un día que –parafraseando a Henry Lefebvre– engloba la de una sociedad. Son escenas sacadas de la vida misma que hablan por sí solas. Muestran que el nacionalismo catalán ha fabricado un espacio (la Cataluña nación dotada de identidad propia que se reivindica como sujeto de soberanía política en virtud de un derecho inexistente como el de decidir); un tiempo (que conecta un pasado edénico, en libertad, con un futuro independiente, donde todo es posible, pasando por un presente de lucha, sacrificio y redención); una práctica (la pedagogía y difusión de una alternativa nacional entendida como educación o reeducación individual y colectiva); un sentido (el reconocimiento simbólico de la nación con sus correspondientes relaciones orgánicas de sentimientos compartidos). Y tienen como telón de fondo una ideología, una determinada concepción de Cataluña y España, que genera patrones de conducta, encasilla al crítico y divide a la sociedad.

En este ambiente, en medio de esta ficción – una agenda, un guión, un relato, una neolengua, un mundo prêtàpenser y prêt à porter–, continúa la espiral del silencio, el temor, todavía, de ir a contracorriente.

Cuando, finalmente, la ficción nacionalista que pretende extranjerizar a buena parte de la ciudadanía catalana se desmonte, habrá que administrar la inquietud, división, frustración y ridículo generados por unos irresponsables que pretenden redimir a un pueblo que no necesita a nadie que le redima, sino a alguien que le instale en el mundo real y proceda a resolver los problemas de cada día.

Miquel Porta Perales, escritor.

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