Escepticismo y pocas esperanzas

El martes empezó en Sharm el Sheij la primera de las reuniones quincenales, que continuó ayer en Jerusalén, a que se comprometieron a principios de este mes en Washington Binyamin Netanyahu y Mahmud Abbás para lograr un acuerdo definitivo sobre el conflicto palestino-israelí en el plazo de un año. La presencia de la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, y del enviado para Oriente Próximo, George Mitchell, da cuenta de la importancia que concede Barack Obama, que pasa por sus horas más bajas a dos meses de las elecciones legislativas, a la obtención de un acuerdo que allane el camino de la paz en la región.

La nueva ronda llega seis meses después de la ruptura de las conversaciones indirectas, consecuencia de la decisión del Gobierno de Israel de autorizar la construcción de nuevos asentamientos en Jerusalén Este, y 20 meses después de que se interrumpieran los contactos directos a raíz de la ofensiva contra Gaza. De hecho, la mayoría de analistas y la prensa internacional contemplan con escepticismo esta nueva ronda de encuentros impulsada por Obama y pronostican que está abocada al fracaso.

Un escepticismo lógico, pues, cuando las condiciones eran mucho mejores, no fue posible llegar a un acuerdo y hoy los obstáculos son mayores. Por una parte, se oponen las organizaciones de colonos y en el Gobierno de Netanyahu hay partidos que no solo rechazan las conversaciones, sino que abogan por deshacerse incluso de los palestinos de ciudadanía israelí, y no están dispuestos a hacer ninguna concesión sobre los asentamientos en Cisjordania, posición, esta última, que, hasta ahora, compartía el mismo primer ministro. Por si fuera poco, la experiencia del anterior Gobierno de Netanyahu (1996-1999) tampoco invita al optimismo ya que estimuló la construcción de nuevos asentamientos, paralizó el despliegue de los Acuerdos de Oslo y se negó a aplicar el Acuerdo de Wye River que había suscrito presionado por Bill Clinton. De ahí que muchos piensen que lo único que pretende Netanyahu es ganar tiempo para consolidar el statu quo en Cisjordania. Por otra parte, el mandato de Mahmud Abbás está seriamente cuestionado ya que las elecciones del pasado enero fueron aplazadas sine díe ante una previsible victoria de Hamás.

Además, el movimiento palestino se encuentra profundamente dividido y, desde el 2007, Gaza está bajo el control de Hamás y Cisjordania, de Al Fatá. Y la organización islamista, excluida de las conversaciones porque se la considera terrorista, ya ha advertido de que no piensa acatar los acuerdos que pueda subscribir Abbás, que se opone a cualquier contacto con Israel mientras no abandone los territorios ocupados, y amenaza con seguir combatiendo con las armas la ocupación. También algunos diputados independientes han mostrado su desacuerdo con las conversaciones.

En suma, parece imposible alcanzar la paz sin Hamás, con el movimiento palestino dividido, sin el compromiso de Netanyahu de prorrogar la moratoria de construir nuevos asentamientos, que finaliza el próximo día 26 -Obama pidió a Abbás que no abandonara la mesa de negociaciones aun en el caso de que continúe la expansión de colonias-, y con un Ejecutivo israelí donde hay partidos que se oponen a cualquier contacto con los palestinos. Solo la perseverancia de Washington parece avalar un resultado positivo ya que, según Clinton, la elección es muy simple: sin negociaciones, no habrá seguridad para Israel ni Estado para los palestinos.

Con escepticismo debe contemplarse, pues, este primer paso hacia la consolidación de un proceso al que no le faltarán obstáculos que sortear en el camino. Una tarea casi imposible vistos los antecedentes y la biografía, condicionantes y presiones a los que se encuentran sometidos los interlocutores. Y, sobre todo, queda por ver si, en esta ocasión, la voluntad política de alcanzar la paz se impone a nuevas crisis de violencia que querrán hacer descarrilar el proceso.

En definitiva, si Abbás y Netanyahu no son capaces de mantener abiertas las vías del diálogo, y en el plazo previsto no se llega a la solución de dos estados propuesta en la hoja de ruta del Cuarteto (ONU, EEUU, UE, Rusia) y de los temas anexos (refugiados, Jerusalén, colonias y fronteras) se habrá desechado la enésima oportunidad de conseguir la paz y el presidente Obama habrá fracasado en su empeño. Hay que encarar, por tanto, el actual proceso con un atisbo de esperanza: que la proximidad del precipicio empuje a unos y otros a hacer de la necesidad virtud, porque, como advirtió Clinton, aunque la seguridad de Estados Unidos depende también de que las partes lleguen a un acuerdo, Washington no puede imponer ni impondrá ninguna solución. «Solo ustedes pueden tomar ahora las decisiones necesarias para llegar a un acuerdo y asegurarle un futuro pacífico al pueblo israelí y al pueblo palestino», dijo Clinton.

Antoni Segura, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de Barcelona.