Escocia juega en Londres

Los sistemas electorales de cualquier democracia tienen un punto de falta de representatividad. No sorprende que las leyes electorales difieran tanto de un país a otro de Europa. Y no es extraño que en Catalunya, por ejemplo, llevemos más de treinta años sin una ley electoral propia y la que está en trámite difícilmente satisfará a una mayoría cualificada de la Cámara.

Los británicos sabían que su sistema de un diputado por circunscripción tenía muchas lagunas pero no alteraba el bipartidismo tradicional. El tercer partido podía llegar a obtener un 20% de los votos y su presencia en los Comunes equivalía a un puñado insignificante de diputados. Los liberales se han cansado de pedir una reforma electoral que tanto les ha perjudicado desde que Lloyd George fuera su último primer ministro en 1922.

Ahora, los liberales de Nick Clegg comparten Gobierno con el conservador David Cameron pero la nueva composición del Parlamento les puede dejar en la insignificancia política. Las encuestas no garantizan una mayoría suficiente para conservadores o laboristas. Necesitarán el apoyo de los nacionalistas escoceses, el SNP que ahora lidera Nicola Sturgeon y que ahora envía al Parlamento de Londres a Alex Salmond.

El referéndum para la independencia de Escocia lo perdió Alex Salmond, que se retiró de la primera línea al haber conseguido sólo el 45% de los votos el pasado 18 de septiembre. Paradójicamente, Salmond puede convertirse en el político independentista escocés que incline la balanza a favor de los laboristas para formar un nuevo gobierno en Londres.

El SNP puede conseguir 56 de los 59 diputados que Escocia envía a Westminster. Los conservadores tienen sólo uno, los laboristas 52 y los nacionalistas 6. En menos de un año se habría dado un vuelco espectacular con la victoria sin precedentes de un partido nacionalista en Escocia en las elecciones generales británicas.

La causa de la fuerza del SNP en el inmediato futuro es la concentración de votos de un partido en un espacio muy acotado del territorio. Con menos de un 4% de los votos obtendría un 9% de los escaños. El drama puede tener toques shakespearianos si tenemos en cuenta que el laborista Ed Miliband puede llegar a ser primer ministro gracias a los escaños que le robarían los nacionalistas escoceses que, a su vez, le darían su apoyo para formar gobierno.

La política británica no es sencilla. Pero sus hábitos y tradiciones son muy racionales. La contradicción que puede producirse el 7 de mayo levantaría muchas inquietudes en Inglaterra. Ni los mismos ingleses entienden cómo puede producirse el hecho de que quien te apadrina en el Gobierno es el que te ha robado la cartera.

El precio que el SNP ha tasado para inclinar la balanza de poder en Londres es un compromiso de mayores inversiones en el Estado de bienestar y una reivindicación de privilegios para los escoceses que les situaría por encima del resto de los británicos. No hablan de independencia sino de cambio de paradigmas políticos con un programa socialdemócrata y, a la vez, con una vertiente nacionalista que, más pronto que tarde, les llevaría a plantear un nuevo referéndum que podrían ganar. El nacionalismo escocés sigue muy vivo y plantea la batalla en el corazón de Londres. Mira a Westminster y a Bruselas. No ha roto ningún puente porque entiende que sólo los pactos hacen viable la política. El SNP ha engrosado su militancia hasta 100.000 afiliados sólo en Escocia, comparados con los 150.000 que los conservadores tienen en toda Gran Bretaña. La victoria que vaticinan las urnas no lleva la bandera nacionalista sino la social, lo que no equivale a deducir que a su tiempo el partido liderado por Nicola Sturgeon plantee un nuevo referéndum.

Al abrir la caja de los truenos con el referéndum del pasado septiembre se han despertado fantasmas cuya existencia se desconocía. Ha aparecido el nacionalismo inglés o, dicho de otra manera, el debate de si le conviene a Londres que Escocia siga formando parte del Reino Unido a cualquier precio. Un gobierno laborista con apoyo de los nacionalistas escoceses tendría repercusiones en toda Europa.

Desde que Harold Macmillan llamó a la puerta de Europa en 1963 y escuchó un rotundo non del general De Gaulle, la política de Londres se ha estrellado directa o indirectamente en la idea continental de Europa. Han intentado boicotear el proyecto, se han unido, han pedido un trato singular y ahora, si gana Cameron, van a plantear un referéndum sobre la continuidad en la Unión. Si Gran Bretaña opta por salir, los escoceses podrían plantear un referéndum sobre su continuidad en Europa. Los ingleses, pragmáticos y realistas, acuden a estas elecciones con la incertidumbre de fondo. Al jugar a remolque la carta europea pueden encontrarse en el espléndido aislamiento que vaticinó hace muchos años Adlai Stevenson.

Lluís Foix

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