Escocia tiene la palabra

Independientemente de cuál sea el resultado, el referéndum escocés del jueves de la semana próxima supone un clavo más en el ataúd de uno de los principios básicos del orden europeo establecido al terminar la Segunda Guerra Mundial, el de la inviolabilidad de las fronteras. Hasta ahora, todos los cambios de fronteras desde 1945 han tenido algún tipo de justificación que permitía salvar el principio, al menos sobre el papel. Pero a partir de ahora será mucho más difícil.

Hagamos un repaso rápido. Primero fueron los países que pertenecían a la antigua Unión Soviética. La desintegración del viejo imperio comunista condujo al nacimiento de una docena larga de estados, entre ellos Ucrania y los tres bálticos. La justificación era hasta cierto punto sencilla. Todos ellos eran estados teóricamente independientes dentro de la Unión Soviética. Sobre el papel, pues, no había habido ningún cambio de fronteras. Además, tratándose del derrumbe de un imperio totalitario, ¿quién iba a derramar lágrima alguna? El paso siguiente fue el del divorcio amistoso entre la República Checa y Eslovaquia, pero se trataba de un país que sólo existía desde la Primera Guerra Mundial, de modo que el asunto no era grave. Además, si las dos partes estaban de acuerdo, ¿quién se podía oponer?

Tercer paso: la desintegración de la antigua Yugoslavia. Aquí la justificación fue que se trataba de un Estado artificial, vinculado al comunismo, y que la guerra entre las naciones que la integraban, una guerra que reproducía enfrentamientos seculares, hacía imposible mantener la convivencia.

Hasta ahí, el consenso era que los cambios de fronteras eran resultado del hundimiento del comunismo y que por tanto no afectaban de verdad al principio de intangibilidad. Cuarto paso: Kosovo. Aquí la justificación fue la opresión serbia. ¿No se había visto obligada la comunidad internacional a intervenir para defender a los kosovares de la feroz represión del gobierno de Belgrado encabezado por Milosevic? ¿Cómo podían seguir formando parte del país? Siguiente paso: la anexión rusa de Crimea, que no cuenta porque no ha sido aceptada.

Comparado con todos estos casos, el de Escocia es mucho más difícil de justificar. Aquí no estamos hablando de ningún Estado reciente. Hablamos de deshacer una unión que nació hace trescientos años. La justificación obvia, que Escocia es una nación y que si se separa habrá sido porque los escoceses lo han querido, no sirve, porque admitirla implicaría admitir el derecho de todas las naciones que lo deseen a tener un Estado propio, que es justo lo que el principio de la intangibilidad de las fronteras niega.

Lógicamente, si ganase el sí y el resultado fuera la secesión, en seguida se encontraría la manera de justificarla. Se volvería a hablar de una separación pactada democráticamente, consentida por ambas partes, y se insistiría en que el Reino Unido es un Estado plurinacional y que Escocia siempre ha sido una nación. Ahora bien, a partir de ahí habría que decidir una serie de cosas que pondrían en duda el orden existente. Para empezar: ¿continuaría Escocia dentro de la Unión Europea, como un nuevo Estado miembro? En principio, cabe imaginar que no, como han dicho y repetido todas las autoridades consultadas, porque al consumarse la secesión Escocia se convertiría en un nuevo Estado y debería pedir el ingreso. Pero este ingreso ¿sería un ingreso chárter, saltándose la cola, teniendo en cuenta que Escocia es hoy parte de la Unión y por tanto cumple todos los requisitos para continuarlo siendo? ¿O no? Y, en caso negativo, ¿en qué situación quedaría? ¿Fuera del mercado único, también? ¿O pasaría a ser una especie de miembro pasivo de la Unión, integrado de facto pero sin representación en Bruselas ni en ninguno de los órganos de decisión?

Más preguntas: ¿y la OTAN? ¿Dejaría Escocia de ser parte? Otra: ¿podría seguir utilizando la libra esterlina o debería crear una moneda propia? Más: ¿cómo se repartiría la deuda entre Escocia y el resto del Reino Unido? ¿Qué pasaría con los activos comunes, como los museos, las propiedades de las embajadas en el exterior, etc.?

Durante los dos años previstos por las negociaciones de separación, el principio de la intangibilidad de las fronteras sería cuestionado continuamente. Naturalmente, si el resultado es negativo -y es probable: hay que recordar que en Quebec, en 1995, algunos sondeos daban varios puntos de ventaja al sí y al final venció el no- muchas de estas preguntas se quedarán sin respuesta. Pero, en sí misma, la celebración del referéndum es ya una respuesta muy elocuente a la pregunta clave. En los estados democráticos plurinacionales cada vez será más difícil oponerse a la secesión de una de las naciones integrantes si sus ciudadanos lo quieren. Los escoceses tienen la palabra.

Carles Casajuana

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