Escocia y el futuro de la eurozona

¿Cuál de los siguientes acontecimientos es más probable para este año: que en el referendo de septiembre Escocia vote por separarse del Reino Unido o que al menos un país miembro de la eurozona decida abandonar la moneda común? Todo parece indicar que la independencia escocesa es algo posible pero bastante improbable, mientras que el abandono del euro por parte de algún país no sería una hipótesis creíble.

Lo que es probable en cualquier caso es que en los próximos dos años algunos países de la eurozona se enfrenten a decisiones de política monetaria similares a las que tendría que tomar Escocia en los primeros meses de su eventual independencia. De hecho, hay un vínculo natural entre ambas situaciones.

Si Escocia se independizara y quisiera seguir usando la libra británica (que es la posición oficial del gobierno escocés), podría hacerlo de dos maneras. La primera posibilidad, que aparentemente es la que tiene en mente el jefe de gobierno de Escocia, Alex Salmond, supone una unión monetaria con un banco central que sería responsable a la vez ante Escocia y ante lo que quedara del Reino Unido.

Pero el gobierno del Reino Unido puede vetar semejante modificación de las responsabilidades de política monetaria, estabilidad financiera y supervisión bancaria del Banco de Inglaterra (y no hay duda de que lo hará). Oposición que se extendería a cualquier otro modelo de unión monetaria imaginable (incluso una donde el banco central fuera tan independiente como el Banco Central Europeo). Como señaló hace poco el periodista Martin Wolf: “el Reino Unido no se libró de los horrores de la eurozona para venir a crearse los mismos horrores en casa”.

La alternativa para una Escocia plenamente soberana sería conservar la libra y renunciar a cualquier influencia sobre el tipo de interés o la paridad cambiaría. Esta fue la solución que adoptó el Estado Libre Irlandés (más tarde convertido en la República de Irlanda), que por varias décadas usó la “libra irlandesa” (punt), atada a la libra esterlina. Si Escocia decidiera imitar a Irlanda, el Reino Unido no podría impedírselo por más que no esté de acuerdo, así como la Unión Europea, aunque se opone a la decisión unilateral de Montenegro de usar el euro, no puede hacer nada por evitarlo.

Por el lado político, semejante decisión tendría importantes desventajas (ya que significaría una reducción inmediata de la flamante soberanía escocesa), pero por el lado económico las consecuencias serían ambiguas. Tomar prestada la credibilidad de una autoridad monetaria establecida (especialmente si es la que emite una moneda de reserva internacional) sería tácticamente ventajoso para la nueva Escocia independiente; pero a la vez, la expondría al riesgo de shocks de inflación y crisis de la libra esterlina originados en la política monetaria expansiva del Banco de Inglaterra.

Desde el punto de vista fiscal, los pros y los contras también corren parejos. Para minimizar la prima de riesgo que el mercado sin duda impondría a un país nuevo como Escocia, se podría emitir deuda denominada en libras esterlinas, lo que protegería a los inversionistas de cualquier devaluación adicional. Pero al no contar con su propio banco central emisor de moneda, Escocia renunciaría al señoreaje (las ganancias que surgen de las operaciones del banco central y que, por lo general, benefician al tesoro nacional). Y lo más importante: no tendría un prestamista de última instancia capaz de estabilizar el sistema bancario y financiero en caso de crisis.

Hecha la suma de todos los factores, lo mejor para una Escocia independiente sería emitir su propia moneda desde el principio, lo que permitiría al Banco Nacional de Escocia fijar tipos de interés adecuados a las condiciones económicas internas. Esto crearía flexibilidad cambiaria y le permitiría al banco central evitar los dos riesgos gemelos que surgen en una unión monetaria: la subvaluación, que produce presión inflacionaria, y la sobrevaluación, que obliga a implementar dolorosas medidas de devaluación interna (reducción del salario real).

Para ver lo difícil que sería la segunda opción, basta pensar en la eurozona. Ante la agonía de la devaluación interna en las economías más débiles de la eurozona, los votantes y los mercados financieros se están volviendo cada vez más partidarios del retorno a las monedas nacionales. Tendencia que puede llegar a su madurez en la elección de mayo para el Parlamento Europeo.

El país con más probabilidades de ser el primero en abandonar la eurozona parece ser Italia; pero también en Francia pueden darse eventos políticos que la empujen a negociar con Alemania el fin de la unión monetaria. Cualquiera sea el primero que cambie el euro por su difunta moneda nacional, tendrá que tomar decisiones en materia de flexibilidad cambiaria similares a las de una Escocia independiente.

Por ejemplo, aunque la flotación libre de la moneda crearía una combinación ventajosa de disciplina y flexibilidad, al principio tal vez sería mejor esperar y usar un sistema de fijación móvil respecto de algunas divisas de referencia. Esto daría tiempo para ganar credibilidad y, lo más importante, ayudaría a mantener controlada la deuda pública.

Un buen precedente es el de Eslovaquia, a cuyo “divorcio en buenos términos” de la República Checa, a inicios de 1993, le siguió la creación de una nueva moneda nacional. Al principio, el gobierno mantuvo la corona eslovaca dentro de bandas de flotación predefinidas respecto del marco alemán y el dólar estadounidense, antes de adoptar un sistema de libre flotación en 1998.

Además, Eslovaquia (a diferencia de la mayoría de sus vecinos) cumplió las obligaciones legales para el ingreso a la eurozona; obligación que una Escocia independiente también debería asumir cuando (como se prevé) pida su entrada a la Unión Europea. Es posible, sin embargo, que un gobierno escocés soberano intente negociar una excepción; si lo hace, se sumará a las filas de los muchos países europeos que están buscando un modo de escapar del enorme fiasco en que terminó convertida la unión monetaria.

Brigitte Granville is Professor of International Economics and Economic Policy at the School of Business and Management, Queen Mary, University of London, and the author of Remembering Inflation. Traducción: Esteban Flamini.

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