Escritor perenne: un año sin Umbral

Cumplido un año de aquel alevoso 28 de agosto en que la noticia de que Francisco Umbral nos había abandonado (sus amigos así lo sentimos: como un abandono o una desposesión; nos hirió en el alma, que es donde más duelen las heridas profundas), es el momento de preguntarse qué ha sido este primer año después de su muerte. Balance heterogéneo: desde la Universidad no han partido en general las iniciativas que se suponen son las propias de una institución así; mención aparte y elogiosa merece el curso que, auspiciado por este periódico, se celebró en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP).

Allí se alcanzó una conclusión nada desdeñable y muy inclusiva en su alcance: la condición naturaliter poética del estilo umbraliano más allá de los muchos géneros que transitó. Esta nos parece una inferencia esclarecedora, que la publicación, próxima, a lo que parece, de una selección de la abundante obra poética de Umbral, incluidos más de 100 poemas inéditos y la recuperación del hoy inencontrable Crímenes y baladas, no hará sino consolidar.

Esta conclusión convergió con el profundo impacto que viene causando en la opinión pública la lectura o edición suelta de la mayoría de estos textos inéditos. Si Umbral en sus últimos años se dedicó con tan fervoroso afán a la poesía, no se debió al vacuo afán de rellenar vacías tardes dominicales ni ocios veraniegos; es que la poesía seguía significando mucho para él, como habían significado en su momento Juan Ramón Jiménez, los poetas del 27 y Neruda, y así volvía a significarlo en sus años crepusculares. No fue el azar, desde luego, quien dictó el verso del discurso de recepción del Premio Príncipe de Asturias, eco u homenaje a su paisano José Zorrilla, mejor poeta, bastante mejor, de lo que algunos consideran. En suma, la formación de Umbral fue sustancialmente poética y moldeó de modo decisivo al autor. Cuando dice, por ejemplo, que Neruda lo hizo poeta, es bastante más que una hipérbole laudatoria lo que está diciendo. O cuando declara sagrado todo territorio pisado por Juan Ramón.

Dentro de esta obra poética cobran cada vez más fuerza los diarios, donde, como algunos sostienen, seguramente se halla lo más imperecedero suyo, comenzando por el inmortal Mortal y rosa y terminando, last but not least, por la memorable Carta a mi mujer, en la que dejó el autor una suerte de testamento, que España Suárez, su esposa desde 1959, salvó del olvido cumpliendo el papel de samaritana ante la muerte que le asignaba el propio autor 20 años antes de su desaparición.

Salvación ésta de un texto ejemplar por el muy consciente designio de componer una obra sin asunto, donde exceptuadas leves anécdotas -así las que tienen por centro el jardín de su propiedad- no ocurre nada. Es la historia sin historia de cómo sabe afrontar un hombre los estragos del tiempo y las insidias premonitorias de la muerte, nueva Ave Fénix según un modelo mítico muy querido por el autor, ardiendo, consumiéndose y resucitando en el fuego de la literatura. A la vez, retomaba Umbral otro arquetipo prestigioso, el que Jorge Manrique cifró en la figura del maestre de Santiago, el caballero que con absoluta dignidad afrontaba el supremo trago. Dos mitos: el Caballero de Manrique y el Ave Fénix de Lope unidos en la pluma sabia del escritor contemporáneo.

Umbral escribió la obra en un momento especialmente feliz de su carrera, hacia 1986-1987, un texto severo que en algún sentido contravenía la imagen de escritor mondain que divulgaba él de sí mismo. A la luz de esta Carta emerge un escritor austero, ensimismado en el arte de la escritura, y quizá convenga revisar el proceso argumental en Mortal y rosa. ¿Seguimos estando seguros de que la muerte del niño, que no se apodera del texto hasta ya rebasada su mitad, no fue sólo un pretexto para entrar a fondo en el tema que obsesionaba al escritor, el absurdo, el sinsentido del mundo, donde los inocentes son apeados de la vida y de su dignidad existencial? Quede sólo apuntado.

En todo caso hay que situar esta obra maestra absoluta en la serie de los diarios, que fascinan cada vez más a la crítica responsable. Carta a mi mujer fue sólo la coronación de un proceso que en el cambio de siglo había alumbrado otra obra maestra, Un ser de lejanías, donde la escritura libérrima y el desasosiego profundo del autor se aliaron en síntesis feliz. Desasosiego, escribo, y me ratifico. Sin este trasfondo existencial y metafísico se entiende mal toda la obra de Umbral, toda, sí, incluidos los rasgos menos meditados de su pluma única.

No han sido muchas las novedades bibliográficas de este año, salvadas la Carta y la menos feliz edición de Hojas de Madrid, título afortunado para acoger ocho excelentes libros de materia madrileña, entre ellos El Giocondo y Trilogía de Madrid, pero menos dichoso en su caparazón editorial: edición en rústica, volumen de amplio formato y papel biblia, con una no muy venturosa y poco manejable cubierta en amarillo, que recuerda las guías de teléfonos.

Es de esperar que se sustancien las diferencias de orden contractual entre Planeta y Cátedra en la edición de Mortal y rosa, que está bloqueada tras de haber tenido una brillante carrera en la última editorial. El mundo literario, por su parte, no ha sido demasiado sensible a la desaparición del escritor: sólo una mención consigue Umbral en la reciente y heterogénea encuesta sobre los 100 mejores escritores de la literatura universal llevada a cabo por un importante rotativo de difusión nacional. El siniestro invento de la prosa sonajero -una calumnia-, el éxito económico del escritor y su irresistible voluntad de decir la verdad en cada momento, fuera o no la políticamente correcta -valgan sus libros de crítica-, están al fondo de una actitud que no se compadece con la singularidad de Umbral: el mejor prosista español del siglo XX, uno de sus diaristas mayores y es posible que su más insigne memorialista.

El mundo de la prensa sí ha sido en general generoso con quien es, sin duda, el mejor periodista contemporáneo. El brillante friso de periodistas que intervino en la UIMP no me desmentirá en esta afirmación. A la Fundación que se proyecta le incumbirá, entre otras, la gigantesca tarea de recopilar primero y estudiar después la gigantesca obra periodística umbraliana, memoria y memorial de todo un siglo. Como escribió Borges de Quevedo, Umbral se nos aparece más como una compleja literatura que un hombre, en cuyo haber habrá que contar siempre con un puñado de novelas extraordinarias, a las que algunos reprochan su esquematismo; conviene hacer su relectura atenta para sentir el deslumbramiento de algunos títulos en especial, como Las ninfas, El hijo de Greta Garbo, Las señoritas de Aviñón o Leyenda del César Visionario, cuya vinculación profunda con la gran novela lírica europea fue tratada también en el curso de la UIMP.

Miguel García-Posada, crítico literario y escritor, y ha prologado varias obras de Francisco Umbral.