Escucha, España; escucha, Catalunya

El proceso está generando inquietudes y reacciones excesivas. A estas alturas parece imposible una marcha atrás, pero aún quedan buenas posibilidades de mejorar substancialmente el ambiente que se ha generado. Veamos cómo.

La identidad cultural de Catalunya –su esencia y su realidad– es el tema en el que hay que profundizar con buen ánimo y sin prejuicios. Ahí reside la clave para entender lo que ha pasado hasta ahora, lo que está pasando en estos momentos e incluso las opciones de futuro. Sin esa clave es fácil caer en opiniones frívolas y desorientadoras.

Empecemos por afirmar y reconocer que Catalunya se merece un respeto, un gran respeto, y España en su conjunto tendrá que hacer el esfuerzo necesario para conocer cómo piensan y qué quieren los ciudadanos catalanes al margen de las distorsiones mediáticas y políticas. Catalunya tiene que sentir por de pronto la profunda admiración del resto de España por todo lo que ha hecho –más sin duda que ninguna otra comunidad– en el proceso de desarrollo, modernización y enriquecimiento de nuestra vida democrática, económica y cultural. Sin Catalunya hubiera sido absolutamente imposible alcanzar el grado de progreso actual.

Catalunya tiene que sentir además que respetamos sin reservas –e incluso con cierta envidia– la pasión por su identidad, por su lengua, por su cultura, por su historia y también sus deseos de alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno. No hay obstáculos legales insalvables en este proceso. Tenemos un sistema autonómico –que es una de las formas de ser federal– que admite crecimientos asimétricos en estos temas sin suponer en cuestión ni en riesgo la igualdad y la solidaridad. Es una cuestión de tacto, equilibrio y sensatez política. Por su parte Catalunya tendrá que reconocer la contribución de España a su desarrollo global y en concreto la contribución económica tan decisiva y esencial como la de Catalunya a España y también su integración en un Estado que ha dado ya a su autonomía tanta o más capacidad de acción que la que tienen la mayoría de los estados federales del mundo. Un dato que suele olvidarse.

No es nada probable que en este momento histórico se produzca este doble ejercicio de reconocimiento y agradecimiento pero siempre es bueno dejar constancia de lo que habría que hacer y también de lo que no habría que hacer.

Después de esta incursión en la utopía y el buenismo volvamos a la dura realidad. El mundo político en su conjunto se ha insonorizado y es incapaz de detectar la inquietud y el desconcierto de una ciudadanía que no puede entender ni aceptar que se pongan en grave riesgo tantos valores y tantas realidades con una inconsciencia y una frivolidad injustificables. Desde ahora hasta el 27-S se van a producir –lo estamos viviendo ya día a día– acontecimientos de todo género cuyo efecto, buscado o inconsciente, va a ser la radicalización absoluta del debate con acciones y reacciones extremas que podrían crear situaciones de enfrentamiento incontrolables. Va a ser difícil evitarlo. Pero conviene dejar nuevamente constancia de que las situaciones que vamos a tener que soportar con el mayor sosiego posible son el efecto directo de una causa indiscutible: la incapacidad del estamento político en su conjunto para dialogar y negociar consensos realistas perfectamente posibles. Esa culpa pesará siempre sobre todos ellos, ya sea por acción o por omisión.

Aunque todos los partidos tienen su cuota de responsabilidad, Junts pel Sí, como líderes del proceso independentista, merecen un capítulo aparte. Esta agrupación de partidos y movimientos sociales será descrita en los libros de historia como una de las operaciones más complejas y más arriesgadas de la vida política. Se trata de una operación que se ha estructurado a trancas y barrancas, después de un proceso repleto de dificultades y en la que aún se mantienen pendientes de resolver temas personales e ideológicos delicados y conflictivos que podrían surgir en cualquier momento. Se presentan como la única solución posible a la vista del inmovilismo de un Gobierno español que, según ellos, se limita a refugiarse y protegerse con la Constitución y que maltrata y ofende a Catalunya política, económica y culturalmente. No aceptan culpa alguna y reaccionan con rapidez, decisión y agresividad ante cualquier opinión contraria a su idea o a sus objetivos concretos. Justifican sin vacilación su derecho a convertir unas elecciones autonómicas en un plebiscito sobre la independencia pero al mismo tiempo se olvidan por completo del porcentaje de voto popular que deberían alcanzar y se concentran en el objetivo, muy posible, de obtener una mayoría de escaños para poder continuar su lucha por la independencia. Saben aprovecharse a fondo de los errores ajenos y han logrado, con especial inteligencia táctica, generar eslóganes eficacísimos a nivel popular e, incluso, vivificar el derecho a decidir desnudándole de su inmensa complejidad. Han logrado cosas que parecían imposibles, pero en algún momento tendrán que serenarse y repensarse. Junts pel Sí tiene que asumir ya su enorme capacidad para cambiar el signo de las cosas en unos comicios, en los que pase lo que pase, nadie sabrá quién ha ganado y quién ha perdido y de los que se pueden derivar resentimientos y heridas de larga duración.

Todos los partidos políticos ya son conscientes de que están en peligro muchas más cosas de las que pensaban hace unos meses, y –aunque no lo digan– respirarían tranquilos si aparecieran ideas que condujeran a una salida digna y razonable. En este sentido Isidre Fainé, un hombre clave, afirma que “aquello que es razonable acaba saliendo siempre” y que justamente por ello “es posible un gran acuerdo entre Catalunya y España”. Démoslo por seguro. No hay otra alternativa.

Antonio Garrigues Walker

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