Escudos sí, pero no para Sadam

Por José María Mendiluce, eurodiputado y escritor (EL PERIÓDICO, 19/03/03):

Los escudos humanos en Iraq son la expresión de un movimiento global ciudadano y democrático que, crítico con la respuesta política institucional e internacional, trabaja para evitar la guerra con la presión política y mediática sobre la opinión pública de los países democráticos. Forman parte de un movimiento de conciencia crítica fuerte con capacidad de actuar sobre el mercado y sobre las empresas transnacionales con la rebeldía del consumo cívico y político. O con la rebeldía de la desobediencia civil. Un movimiento que se manifiesta en las calles convirtiéndolas en avenidas, que se convoca por internet, que hace política desde otra política. Y de otra manera.

Los escudos humanos en Bagdad son, globalmente, bienintencionados. Responden al deseo de hermanarnos con los que sufren. De compartir destinos. De expresar rabia y solidaridad. Pero, como pasa siempre en los regímenes dictatoriales, son utilizados por el dictador con suma facilidad. Y nos atrapan fácilmente en la lógica maniquea antiamericana, antimilitar y, si te descuidas, antieuropea o anti-ONU.

Además, por su visibilidad, protagonizan la respuesta ciudadana global ante los medios de comunicación con un involuntario reduccionismo y simplismo que casi siempre se lleva por delante importantes matices, o confunde los objetivos.

Los testimonios son imprescindibles. Las denuncias en el terreno, vitales. Pero creo que la eficacia de la respuesta ciudadana organizada pasa por utilizar los medios que pueden, realmente, modificar las ecuaciones. Que no son otros que las movilizaciones en las calles, el activismo público presencial o en internet, la respuesta de los ciudadanos consumidores rebeldes, y el voto crítico.

Hoy siguen todavía varios ciudadanos españoles y europeos en Bagdad. Otros se fueron disconformes con su utilización política por parte del régimen autoritario y dictatorial de Sadam. Todos y todas, valientes, generosos, responsables, y comprometidos. Sin duda. La diversidad de edades y condiciones reflejan la sinceridad abrumadora de sus intenciones. Son parte de las columnas de personas que, desbordando todo protocolo político, han ocupado las calles el 15 de febrero y el 15 de marzo. Pero la lucha por la paz reclama acciones individuales y colectivas. Testimoniales y operativas. Críticas y pragmáticas. Combinar todas nuestras fuerzas, sensibilidades y potencialidades es una estrategia de conjunto que, a veces, lamentablemente no somos capaces de coordinar. El mundo está lleno de muertos por la mala voluntad de los que generan un mundo ingobernable e injusto, pero también por la buena voluntad de los que oponiéndose, deciden interpretar la realidad con un eurocentrismo miope. La cooperación al desarrollo y la ayuda de emergencia saben mucho de esto.

Iraq, sí; Sadam, no. Guerra, no; Sadam, dimite. Deja a tu pueblo en paz. Bush, Aznar, Blair, dejadnos en paz. Ése es el camino. Ayudemos políticamente a los demócratas iraquís y kurdos. Aquí y allí. Nuestra oposición radical a la guerra debe ir acompañada de una oposición radical al dictador, a su régimen contrario a los derechos humanos y a los de las minorías, como el pueblo kurdo.

Necesitamos los héroes cotidianos que convocan las manis. Los creativos y discretos que se inventan los eslóganes y las pancartas. Los generosos anónimos que cuelgan sus pancartas hechas a mano en sus balcones. Los artistas comprometidos con la paz. No soy yo quién para juzgar la oportunidad política de los que se arriesgan de verdad como escudos humanos. Ni mucho menos tengo nada que objetar a su fundamento ético y moral. Pero he estado en muchas guerras. La penúltima en 1991 en el Kurdistán iraquí como responsable de la ONU para atender a los dos millones de kurdos que huían despavoridos, aterrorizados, abandonados por todos, por nosotros. Huían del gas mostaza, de la guardia republicana, de las bombas químicas. Del dictador. Si debajo del escudo se escuda Sadam, nos equivocaremos. Y nuestro escudo no protege a la población civil. La que sufre. La única por la que vale la pena arriesgar la vida.