Esfuerzo, constancia y estudio, bases de la reforma educativa

En un artículo publicado en el ABC del día 19 hace el señor Marchesi algunas consideraciones sobre las cuales desearía expresar mis discrepancias. En primer lugar dice que «en los últimos veinte años se ha ido logrando un acuerdo implícito en diversos temas educativos». El único acuerdo es que la enseñanza en España cayó en picado desde la instauración de la Logse, y aunque sus resultados desastrosos están a la vista, sus mentores prefieren negarlos antes que reconocer el error. Error nada inocente, porque en el Reino Unido y en Suecia ya habían sido implantados sistemas parecidos cuyas consecuencias fueron idénticas a las que se dieron entre nosotros: un descenso estrepitoso del nivel de conocimientos, un ascenso alarmante de mal comportamiento y un éxodo hacia la enseñanza privada (del cual participan muchos de los partidarios de la reforma, que piensan que las pedagogías delirantes están muy bien, pero solo para los hijos de los demás).

Todos los científicos y humanistas de prestigio que conozco están escandalizados del escasísimo bagaje cultural que traen los alumnos al llegar a la universidad. Las humanidades se desmoronan y los estudiantes llegan a las facultades de ciencias ignorando cosas elementalísimas. Escritores como Félix de Azúa, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina y Arturo Pérez-Reverte; filósofos como Gabriel Albiac, Rafael Argullol, Victoria Camps, Adela Cortina, José Sánchez Tortosa y Fernando Savater; historiadoras como Carmen Iglesias; filólogos como Javier Orrico, Xavier Pericay, Francisco Rodríguez Adrados y Gregorio Salvador, han cuestionado muy severamente nuestro sistema de enseñanza. Pero sus creadores siguen impertérritos, ciegos a los hechos y sordos a las voces más autorizadas.

Como es habitual en el señor Marchesi, la posibilidad de que los problemas que señala puedan ser debidos al sistema que él ha creado ni se le pasa por la cabeza. La culpa la tiene, cómo no, la deficiente financiación. No entiendo cómo alguien puede decir sin ruborizarse que hay que gastar más cuando tanto se ha gastado ya en papeles, informes, burocracia, liberados sindicales, asesores (que suelen ser profesores muy adictos a la reforma pero con mucha prisa por abandonar el aula para no soportar las consecuencias de lo que ellos mismos defienden), y toda una colección de orientadores, pedagogos, psicólogos y expertos que en tan excesivo número deambulan por los institutos. Pero Marchesi olvida que financiar un disparate no hace que el disparate deje de serlo, y que con más cordura y menos delirios se puede obtener un sistema educativo mucho más eficaz y barato. Señala que una de las razones para incrementar el presupuesto está en ayudar a los alumnos con dificultades. A tales alumnos los hemos ayudado los profesores desde siempre de dos maneras. Cuando pones a los alumnos a hacer problemas, vas ayudando uno por uno a los que sabes que les cuesta más trabajo. Pero eso era factible cuando los demás estaban atareados, pero si cuando te centras en un alumno los demás están saltando por encima de las mesas, la ayuda es imposible. El haber despojado al profesor de su autoridad es lo que ha dificultado la ayuda a los menos dotados, no la falta de financiación. La segunda manera de ayudarlos consistía en no engañarlos, y hacerles ver que por mucha ayuda que tuviesen, la eliminación de las dificultades dependía en una gran medida del esfuerzo que ellos hicieran en superarlas.

Se lamenta también Marchesi del excesivo número de alumnos que repiten o abandonan los estudios. No sé de qué se sorprende. Si no se les educa en el hábito de trabajo y terminan pasando de curso a base de aprobados por imperativo legal, aprobados misericordiosos, aprobados por presiones de la inspección o rebajas de enero (técnicamente: «adaptaciones curriculares») ¿cómo podía ser otro el resultado? También desea «que las familias que no disponen de suficientes recursos económicos puedan recibir la misma atención que aquellos que pueden financiarlos». Pues la única manera de salvar la diferencia es que los chicos encuentren en el centro escolar el ambiente que no tienen en casa. Pero si los derechos de los alborotadores están más protegidos que los de quienes quieren aprender, sucede que lo que no tienen en casa tampoco lo encuentran en el instituto y están ya perdidos para siempre.

La única posibilidad de mejorar la enseñanza es desoír a quienes la han destrozado, desterrar de ella los mantras de «aprender a aprender», «controlar las emociones» o «fomentar la autoestima», y reconocer de una vez los errores cometidos que están llevando a España al abismo. Y crear un sistema donde se fomente el esfuerzo, la constancia y el estudio. Solo así podrán los chicos trabajadores e inteligentes procedentes de las familias más desfavorecidas competir en igualdad de condiciones con sus compañeros más afortunados.

Ricardo Moreno Castillo, catedrático de Instituto y pedagogo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *