España, ¿problema o solución?

En este momento, cuando se apunta el fin de uno de los más largos periodos de crecimiento económico, pleno empleo y expansión demográfica y urbanística en Catalunya, y cuando acabamos de dotarnos de un nuevo Estatut que amplia nuestra capacidad de autogobierno y de financiación, se manifiestan de forma explosiva un conjunto de agravios acumulados que parecen poner de acuerdo a los principales agentes sociales, económicos y políticos del país.

Se está construyendo un amplio consenso en que nuestros servicios públicos de movilidad son insuficientes, los ferrocarriles dependientes del Estado están en pésimo estado y se gestionan mal, que el déficit de inversión en infraestructuras por parte del Estado en Catalunya es discriminatorio en relación al resto de España o en que nuestro sector productivo es demasiado dependiente de la construcción, a la vez que ineficiente energéticamente y poco competitivo; que la vivienda es inaccesible, etcétera.

Este panorama, descrito de forma impresionista, pone de manifiesto la arraigada tendencia de algunos líderes políticos, económicos y de opinión a pasar del cofoisme acomodaticio al victimismo acrítico. Baste con recordar que, hasta hace bien poco, el discurso correcto era el que solo reclamaba inversiones para el AVE, las ampliaciones del aeropuerto de Barcelona y más autopistas y autovías, menospreciando el ferrocarril convencional y el transporte público, el que alentaba el crecimiento urbanístico ilimitado y el libre mercado de suelo y vivienda o que aplaudía las deslocalizaciones industriales en aras del trinomio turismo-servicios-construcción...

Pero lo sorprendente es que en la actual etapa de exacerbación crítica sobre las deficiencias del modelo de infraestructuras y de financiación de Catalunya no asoman demasiados elementos de autocrítica, más allá de la tímida reflexión sobre la falta de iniciativa de parte del empresariado catalán hecha pública de forma limitada por el Cercle d'Economia. Por el contrario, parece que se quiere aprovechar la ocasión para una nueva huida hacia delante que sitúa la culpa de todos nuestros males en "España" --así, en general-- frente a una Catalunya "víctima" --también sin distinciones--, lo que no deja de ser una forma cómoda e interesada de eludir responsabilidades. Es, también, una forma de diferir los cambios necesarios en las prioridades políticas, económicas y sociales que incumben solo o de forma principal a la sociedad y al Gobierno catalanes, confiándolos al ejercicio de un mayor "derecho a decidir", sin antes pasar cuentas de lo que hasta ahora "hemos decidido" o de lo que "podríamos decidir y no queremos" con los instrumentos de autogobierno y financiación que ya tenemos.

Se pone el acento en la "desafección" hacia España sin detenernos a valorar el grado de "desafección" que se ha practicado durante demasiados años desde los ámbitos de poder catalán hacia la Catalunya real, la de las gentes de a pie y hacia un territorio triturado.

Claro que en España se han llevado a cabo y siguen perviviendo algunas políticas discriminatorias desde algunas políticas gubernamentales --no solo del Estado, sino también autonómicas-- y se siguen fomentando estados de opinión menospreciativos para Catalunya, tanto desde la oposición como desde muchos centros de poder económico, por no hablar de algunos líderes de opinión e incluso de algunos púlpitos. Por desgracia esto ha sucedido en muchas de las etapas de la historia moderna y contemporánea, con diversa intensidad. Pero frente a ello la cuestión, desde Catalunya, es cómo oponer razón a sinrazón y no caer en mayores despropósitos, cómo superar estos obstáculos, cómo hacernos valer para que sean efectivos los mayores derechos y los mayores recursos que legalmente se nos reconocen, cómo ejercer sin cortapisas las mayores responsabilidades que hemos asumido y, naturalmente, cómo ampliar y modificar aquellos marcos legales e institucionales que se han quedado estrechos u obsoletos.

¿La solución es desentendernos de España, romper puentes, enajenar voluntades, decir que todos son iguales? ¿O bien, aprender de nuestra historia y ver cómo Catalunya solamente ha avanzado de forma efectiva en su autogobierno cuando ha sabido ser un modelo a seguir, un motor de modernización y de cambio del conjunto de las instituciones y la sociedad españolas; cuando ha sabido implicarse en la resolución de problemas que son generales y en el cambio de políticas a partir de sabias alianzas con los sectores políticos, sociales y económicos progresistas y modernizadores del resto del Estado, que haberlos los hay y no necesitan de "pedagogías" sino de propuestas para avanzar unidos en la configuración de un Estado moderno, federal y laico? Así lo supieron hacer los líderes de Catalunya desde el siglo XIX con Pi i Margall, o ya en el siglo XX con Prat de la Riba, o en el advenimiento de la Segunda República con el pacto de San Sebastián que nos trajo la primera autonomía, o en la lucha contra el fascismo durante la guerra civil, o en la transición democrática con el restablecimiento de la Generalitat y una Constitución avanzada o, en fin, con la reforma del Estatut de 2006. No nos engañemos, si tenemos un problema con España, la solución pasa también por ella.

Salvador Milà, diputado de ICV-EUiA en el Parlament.