A pesar del 21 por ciento de parados y de la crisis de la deuda que se avecina, España sigue estando considerada como uno de los grandes destinos de viaje del mundo. A menos, claro está, que uno sea un preso de conciencia cubano deportado y soltado en España por la dictadura militar de La Habana. En ese caso, la vida como extranjero en la soleada Península Ibérica es económica y psicológicamente penosa.
A lo largo de los últimos 11 meses, el régimen cubano ha sacado de golpe a 115 presos políticos de sus celdas carcelarias y los ha desterrado a España, denominando a ese exilio «liberación». Muchos de ellos forman parte de un grupo conocido como «los 75», que fueron detenidos en marzo de 2003 por actividades como recoger firmas para una petición de democracia, encabezar manifestaciones pacíficas o escribir para periódicos independientes.
Me he reunido con 10 de ellos en España. Sus historias sobre los años en las mazmorras de Cuba y la represión generalizada en toda la isla son espeluznantes. Uno de ellos me mostró unas fotos clandestinas del interior de la famosa cárcel Combinado del Este, una instalación mugrienta e infecta no apta para animales. Algunos presos de conciencia se han pasado años allí.
Al cabo de tres días de entrevistas, empecé a hundirme bajo el peso de la realidad cubana. Pero el nubarrón que ensombrecía mi espíritu no se debía a nada que estos patriotas hubiesen revelado sobre ese lugar de mala muerte conocido como Cuba. Conozco muy bien el historial de Castro en derechos humanos. La parte verdaderamente alarmante de las historias de los presos es el papel absolutamente amoral que ha desempeñado el Gobierno socialista del presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, que ha ayudado a la dictadura cubana a disfrazar la deportación de «liberación». Es lo que uno podría esperar de los que mandan en Birmania, Corea del Norte o Irán.
Tras siete años de una horrorosa vida en la cárcel, muchos de «los 75», algunos de los cuales cumplían condenas de más de dos décadas, no daban señales de ceder. Orlando Zapata Tamayo inició una huelga de hambre y murió a manos del régimen en febrero de 2010. Las palizas de los matones de Castro a las Damas de Blanco —las esposas, hermanas y madres de los presos políticos— fueron captadas con los teléfonos móviles y se propagaron como un virus por Internet. Otro disidente en huelga de hambre, Guillermo Fariñas, estaba gravemente enfermo.
«Los 75» se habían convertido en un enorme problema de relaciones públicas para el régimen. A medida que los Gobiernos e intelectuales de todo el mundo condenaban la brutalidad sistemática, quedaba claro que más de medio siglo de propaganda cubana promoviendo la imagen de paraíso socialista corría el peligro de irse al garete. Para minimizar el daño, el régimen no solo tenía que sacar a los presos del país anunciándolo como una «liberación», sino que también tenía que asegurarse de que caerían en el olvido. España accedió a ayudar, ¿y por qué no? El entonces ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, mantiene una cordial relación con el Gobierno de Castro y era un invitado vip habitual en la isla.
Los familiares, preocupados por que sus seres queridos pudiesen morir en la cárcel, les pidieron que tomasen la salida española. Una vez en España, se dieron cuenta de que les habían engañado. Eran claramente refugiados políticos, y conforme a la ley española tenían derecho a reclamar esa designación. Pero para España, admitir que eran víctimas de la persecución política equivaldría a negar todo el objetivo de la maniobra, que era presentar a Castro como un gran benefactor que les había liberado. Ésta es la razón por la que muchos de aquellos con los que hablé siguen en un limbo legal.
La transición a la democracia en Cuba depende de dos cosas: nuevos dirigentes en el país y la solidaridad internacional con su lucha por la libertad desde el extranjero. Zapatero ha traicionado al pueblo cubano en ambos frentes.
Mary Anastasia O'Grady. The Wall Street Journal © 2011 Dow Jones & Company.