España, de Pentecostés a Babel

¿Cuál puede ser la razón de que un país como España, uno de cuyos principales activos consiste en poseer una de las más importantes lenguas del mundo, firmemente implantada en todo su territorio, haya emprendido esta disparatada carrera hacia la descomposición de su unidad lingüística? ¿Cómo es ello posible cuando el español es la segunda lengua en el país anglófono con la economía más potente del mundo, en los Estados Unidos de América, con 321 millones de habitantes, y en Brasil, con casi 208 millones, se haya establecido la obligatoriedad de ofrecer su enseñanza en todos los centros públicos y privados, tanto en los de educación primaria como en los más de 20.000 de secundaria? ¿Cómo puede permitirse el generalizado y tenaz acoso a la lengua de todos, cuando la misma es la cuarta más hablada entre las 6.000 vivas en la actualidad, después del chino, el inglés y el hindi; y cuando se trata de la tercera más estudiada en el mundo como lengua extranjera, después del inglés y el francés? ¿Cómo es esto así, cuando en el primer decenio del presente siglo la misma proporcionó a nuestra economía un billón de euros, prácticamente el valor estimado del PIB nacional de sólo un año? Cuando, además, como señalaba Julián Marías, «[…] en español es accesible gran parte de lo mejor que se ha compuesto en otras lenguas, […] siendo el vehículo de un milenio de historia de un gran pueblo europeo, y desde hace medio de una inmensa porción de la Humanidad […]», pues son, en efecto, cerca de quinientos millones de seres humanos los que la tienen como propia. Reclamaba por ello Uslar Pietri la necesidad de «[…] conservar una lengua normal común que todos podamos entender y usar [pues se trata de un] “bien precioso” que asegura nuestra comunicación, nuestra dignidad cultural y nuestra presencia común ante el mundo».

España, de Pentecostés a Babel¿Cuál es la causa y quiénes los responsables de esta disparatada situación que pretende llevarnos desde el Pentecostés universalista del español a la confusión babélica de las lenguas autonómicas y toda clase de jergas locales? No sólo las Autonomías centrífugas, sino también la propia Administración general del Estado, que ni cumple ni hace cumplir los preceptos, antes naturales que constitucionales, en la materia. Y, desde luego, los partidos políticos, que hacen sus cálculos electorales atendiendo a los costes/beneficios que pueda suponerles una posición determinada en lo referente a esta primordial cuestión.

Son de sorprendente actualidad para nosotros las reflexiones del gran economista austriaco Ludwig Von Mises, escritas en 1938-39: «Según el principio de nacionalidad, cada grupo lingüístico debe formar un Estado independiente, y ese Estado debe comprender a todo pueblo que habla dicho idioma. El prestigio de este principio es tan grande que un grupo de hombres que quisiera formar un Estado propio, que por otro lado no se ajustara al principio de nacionalidad, desearía vehementemente cambiar de idioma con el objeto de justificar sus aspiraciones». Así ha sucedido entre noruegos y daneses, a pesar de la práctica identidad de sus respectivas lenguas. Así se procuró hacer también en Irlanda mediante el intento de revitalización del viejo idioma gaélico. Si bien, en este caso, la firme implantación de la lengua inglesa entre los irlandeses (algunos de los más eminentes escritores de habla inglesa son irlandeses, subraya Mises) no lo permitió.

Podrían citarse otros ejemplos para mostrar la tendencia a la identificación de los términos nación o nacionalidad con la expresión «grupo lingüístico». ¿No consiste en esto mismo la llamada «inmersión lingüística» operada en Cataluña y la imposición de su lengua en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares, esto es, en el territorio de los pretendidos Países Catalanes? El nacionalismo identitario no trata ya de fundamentarse en ridículos argumentos de carácter étnico (ni Hitler ni Goebbels, ni la mayoría de los paladines del nacionalsocialismo, encajaban en el prototipo ario del mito racial, subraya el autor de Human Action), sino en el criterio práctico del lenguaje. De ahí las totalitarias políticas aplicadas por los separatistas allí donde irresponsablemente se les ha dejado manejar los resortes de la educación y pueden imponer de forma coactiva esa «inmersión lingüística», horrenda expresión. Que la existencia de una lengua regional «propia» (catalán, vasco, gallego…, pues parece que el español no es lengua igualmente propia de todos los españoles) constituye un útil punto de apoyo para el avance de los separatismos, lo prueba la divertida anécdota de aquel estudiante vallisoletano que se lamentaba ante el profesor Gregorio Salvador hace algunos años: «Lo peor de nuestra Autonomía –decía el joven al veterano académico– es que no tenemos lengua propia». El humor es, con frecuencia, la manera más eficaz de expresar la auténtica realidad de las cosas.

Hace tiempo preocupaba a Dámaso Alonso, como director de la Real Academia Española –que entonces todavía «limpiaba, fijaba y daba esplendor» a nuestro idioma común; común, hay que insistir, a una multitud de pueblos y razas– la unidad del español. Pero su preocupación, compartida por los directores de las demás academias de la lengua del mundo hispánico, se refería más bien a este ámbito espiritual-internacional. No podía imaginar el insigne filólogo y poeta, hace un cuarto de siglo, que las más graves asechanzas contra el español como instrumento de comunicación y de cultura se iban a producir, andando el tiempo, en su solar natal, en la propia España. A la pregunta: «¿Por dónde puede producirse la fragmentación de nuestra lengua?», se respondía Alonso premonitoriamente: «Allí donde hay o donde se produce un nuevo límite político, hay un principio de rotura idiomática». Y se han establecido ¡diecisiete límites políticos! Así estamos.

A quien corresponda –y bien se sabe a quienes–, a los que desbocadamente pretenden llevarnos, a lomos del separatismo, hacia la confusión babélica, vendría bien la siguiente admonición de Marcio a Juan de Valdés, en el Diálogo de

la Lengua: «Tanto más os debríades avergonzar vosotros, que por vuestra negligencia hayáis dejado y dejéis perder una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante», como es nuestra lengua española; la lengua común de castellanos, gallegos, catalanes, vascos, valencianos, mallorquines… y de quienes prefieran entenderse en aranés, bable, panocho o en el castúo de la Huerta murciana. En suma –como diría el profesor Salvador–, de quienes gusten usar, además del español, otras lenguas y parlas de España.

Leopoldo Gonzalo y González es catedrático de Hacienda Pública y Sistema Fiscal.

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