España después de Europa: la proyección marítima como elemento de la renovación estratégica española

(1) Introducción

El auge económico y estratégico de Asia y el reposicionamiento estratégico de EEUU hacia el eje marítimo Indo-Pacífico están reconfigurando las bases de la geopolítica global. Dichas tendencias afectan profundamente a España y a Europa. Por un lado, el desplazamiento del epicentro económico y geopolítico global hacia el corredor marítimo Indo-Pacífico subraya el declive del continente europeo, epicentro de la economía y la geopolítica global en los últimos 500 años.[1] Por otro lado, el desplazamiento estratégico norteamericano hacia el Indo-Pacífico, el declive en el gasto militar europeo, la crisis económica y política de la UE, el resurgir estratégico ruso y la creciente inestabilidad en Oriente Medio están avivando la desestructuración del vecindario europeo y la proliferación de tendencias renacionalizadoras en Europa.

En lo que al plano estrictamente estratégico-militar se refiere, el cansancio tras una década de guerras inconclusas en Afganistán e Irak y la voluntad norteamericana de concentrar sus recursos en el teatro Asia-Pacífico representan un freno ante posibles aventuras intervencionistas. Estos procesos están presidiendo un giro desde un paradigma dominado por intervenciones de corte “terrestre” y de larga duración en entornos estratégicos permisivos (característico de los años 90 y caricaturizado por las guerras de Irak y Afganistán), hacia el retorno del mar como principal teatro estratégico y, por consiguiente, hacia una concepción más indirecta y sutil del instrumento militar, que prioriza sus funciones de inteligencia y anticipación, prevención, disuasión y diplomacia de defensa.[2]

Ante esta serie de movimientos en las placas tectónicas de la geopolítica y la estrategia global, España debe repensar su estrategia exterior y de seguridad.[3] Sin obviar los desafíos que caracterizan a toda época de cambio, la emergencia de un paradigma global dominado por el dinamismo de regiones como Asia, América Latina o África Occidental y por el auge del mar como principal teatro estratégico representan grandes oportunidades para España. En cierta medida, la desequilibrada atención que España ha prestado a Europa y al Mediterráneo en las  últimas décadas ha  contribuido a avivar la miopía estratégica en nuestro país. No cabe duda de que tanto Europa como el espacio Mediterráneo albergan una gran importancia política, económica y estratégica para España. Sin embargo, la tradición de potencia marítima española, el carácter global de su legado histórico y cultural y, en particular, sus vínculos orgánicos con la comunidad iberoamericana, con África Occidental y partes de Asia implican que, a diferencia de muchos otros países del entorno europeo, la personalidad y la potencialidad de España no se agoten en Europa o el Mediterráneo. Asimismo, si bien el énfasis en la integración económica y política europea que han caracterizado las últimas tres décadas han relegado a España a un segundo plano (dada su tardía llegada a la UE y su distancia geográfica de la gran planicie europea), la creciente importancia de la proyección marítima y global ofrece a España una oportunidad de reivindicar un papel de mayor liderazgo en Europa.

En un contexto dinámico y cambiante, España debe repensar su política de defensa dando mayor relevancia a lo marítimo y global, redescubriendo su legado histórico y su cultura estratégica propia. Esto implicará una mayor atención a capacidades de proyección estratégica marítima y extra-regional. También requerirá aunar esfuerzos con aquellos socios europeos y occidentales de mayor ambición global y marítima (en particular Portugal, el Reino Unido, Francia, EEUU, los Países Bajos, Noruega e Italia) así como afianzar y profundizar nuestras relaciones estratégicas en regiones pujantes, tales como África Occidental (Nigeria, Angola y Guinea Ecuatorial), América Latina (México, Brasil y Chile), el Levante (Turquía e Israel) y el espacio Indo-Pacífico (Arabia Saudí, Mozambique, la India, Australia, Filipinas, Malasia, Indonesia, Corea del Sur y Japón). Dicha reorientación estratégica deberá desarrollarse manteniendo firme la “pata” europea, parte indispensable de la personalidad e identidad españolas.

(2) Punto de partida: Occidente como marco

La interacción de España con sus principales zonas geográficas de proyección natural está mediatizada en la actualidad por el sistema hegemónico occidental, liderado por EEUU, que ejerce un monopolio físico (control militar) de esos entornos y regula su orientación política y económica a través de su integración en las estructuras políticas, económicas, financieras y monetarias occidentales. Sin perjuicio de las especificidades propias de cada entorno, esta lógica comprende a Europa (cuya estabilidad y prosperidad económicas no pueden explicarse al margen del sistema occidental), África del Norte y Occidental y a América Latina, principales áreas de proyección económica, política y cultural española.

El eje central del sistema occidental es la supremacía político-militar y económica de EEUU. Dicha supremacía se asienta sobre una geoestrategia de hegemonía marítima apoyada en la superioridad militar y naval, que garantiza el control de los océanos y principales mares y estrechos del mundo; el sostenimiento de un sistema de seguridad en las principales zonas de “salida” de la cuenca Eurasiática, principalmente la península Europea, el Este de Asia y el Océano Índico; y un equilibrio de poder favorable en el subcontinente Indio y el Gran Oriente Medio, que garantiza una capacidad de “bloqueo”.[4] En el plano económico, la articulación del sistema monetario, financiero y comercial internacional alrededor del dólar, su estatus de centro financiero global, su liderazgo en el ámbito de la innovación científica y tecnológica y en la producción de ideas y discursos (medios e industrias de comunicación y marketing, industria televisiva y cinematográfica, literatura, universidades, think tanks) ponen a EEUU al frente de la economía mundial.

El Reino Unido, antiguo gestor y en gran medida inspirador de la actual variante del sistema marítimo occidental, ocupa una posición especial en el mismo. Su compromiso para con los objetivos geopolíticos del sistema marítimo (libertad de navegación y comercio y existencia de un equilibrio de poder en Europa y en las principales regiones de la cuenca Eurasiática), su alta interoperabilidad con EEUU en los ámbitos militar, industrial, de inteligencia y diplomático, y la orientación marítima y extrovertida de su instrumento militar representan una contribución clave al sistema marítimo hegemónico occidental. Así mismo, la condición de Londres como centro financiero global, el énfasis en la innovación científica y tecnológico-industrial (especialmente en el ámbito de la defensa), en la producción de ideas y discursos (universidades, think tanks, literatura, televisión y medios de comunicación de alcance global) y la diversidad geográfica de su comercio e inversiones dan al Reino Unido una fuerte dimensión marítima y global y un estatus de command economy similar al americano.

Francia ocupa un papel bisagra en el sistema occidental. Aunque también con proyección diplomática, política y militar marítimo-global, posee una orientación marcadamente regional, tanto en lo económico (mucho mayor dependencia de Europa que el Reino Unido) como en sus direcciones geoestratégicas (principalmente contenidas en el sur de Europa, el Levante y África). Francia ha mostrado a menudo importantes tendencias “antisistema”, tanto a nivel ideológico-doméstico (como, por ejemplo, el rechazo del capitalismo anglosajón) como en política exterior y de seguridad. Dicho esto, la evolución y, en buena parte, el éxito del sistema marítimo occidental se debe también a la contribución francesa. A pesar de su fuerte dimensión continental, Francia ha luchado por mantener una vocación marítima y global, enfatizando la importancia del nacionalismo y de la excelencia militar.

El sistema occidental en Europa

El sistema hegemónico occidental garantiza la estabilidad y prosperidad económica de Europa Occidental (realidad histórica, geopolítica y cultural a la que pertenece España) así como la normal interacción entre ésta y sus principales áreas de proyección “natural”, incluidos el Mar Mediterráneo, el Océano Atlántico, el Hemisferio Occidental, África, el Gran Oriente Medio y el eje marítimo Indo-Pacífico. El Reino Unido (principalmente) y Francia han jugado un papel especial en el sostenimiento del pilar europeo del sistema, el primero ejerciendo de líder europeo en la OTAN y el último de motor estratégico-político del proceso de integración europea. Una Alemania dividida, estratégicamente dependiente y fuertemente orientada hacia occidente hasta la primera década de los años 2000 ha hecho una importante contribución material tanto a la OTAN (sobre todo en capacidades convencionales) como a la UE (siendo su motor económico). Pero a nivel estratégico ocupaba una posición de segunda fila en la OTAN (detrás del motor Anglo-Americano), en la CE/UE (donde ejercía de socio junior de Francia) y en el más amplio sistema occidental que las abarca.[5]

El núcleo del sistema occidental está por tanto constituido por EEUU, el Reino Unido y Francia. Aunque considerablemente integradas en el sistema occidental, Italia y Alemania son potencias nuevas de carácter mucho más regional que no ven su esencia representada en él ni ven este como un marco adecuado para el desarrollo de su potencialidad. Los países nórdicos, por su parte, desempeñan una función de carácter local (la contención del Mar Báltico y de la proyección marítima de gigantes continentales a través de él).

(3) Interacción de España con el marco occidental

Gestionado ahora por los norteamericanos, las bases del sistema hegemónico occidental fueron concebidas y desarrolladas en Europa y, en particular por españoles, portugueses, británicos, holandeses y franceses. Los imperios holandés y británico son quizá los primeros en unir en un sistema integrado los principales ingredientes de la potencialidad occidental, a saber el capitalismo, la democracia liberal, el nacionalismo, la proyección comercial y el poder naval. En este sentido, suponen la referencia más directa del actual modelo norteamericano.[6]

Dicho esto, portugueses y españoles jugaron un papel crucial en la concepción de algunos de los fundamentos principales del sistema occidental, siendo pioneros del descubrimiento geográfico y la circunnavegación del mundo, en el desarrollo de la tecnología naval y militar moderna (y contribuyendo así en gran medida a sentar las bases de la revolución científica e industrial), la proyección europea en América y en la ruta europea hacia Asia así como en la defensa de Occidente en el momento de su gestación frente al poder otomano en el Mediterráneo –cuando éste último representaba una amenaza estructural a la integridad y proyección global de Occidente–.

En tanto que punta de lanza histórica de la proyección marítima y global de Occidente, España debe ver el sistema marítimo occidental como una continuación de sus valores e identidad. Dada la condición geoestratégica de la península ibérica, la potencialidad de España es inseparable de su proyección marítima y extra europea.[7] La renuncia a esa dimensión y su limitación a Europa y al entorno Mediterráneo suponen la negación de la potencialidad española y la sumisión a dinámicas continentales y divisiones internas.

España y Occidente: “¿Un extraño en su propia casa?”

Sin embargo, España ha pasado a ocupar una parte periférica en el sistema occidental desde principios del Siglo XVIII, cuando Francia y el Reino Unido jugaron un papel central en la extirpación de la potencialidad (marítima) española, contribuyendo notablemente a la erosión de sus bases domésticas (Gibraltar, Menorca, ruptura con Portugal, divisiones internas), regionales (Mediterráneo Occidental y Norte de África) y globales (línea África Occidental y desplazamiento en las rutas asiáticas y americana).[8] De los despojos del Imperio Español, el Reino Unido “heredó” los altos mares y una fuerte infraestructura marítima en el Mediterráneo (la famosa línea horizontal Gibraltar [Menorca]-Malta-Chipre). Francia, liberada del “anillo” español en Flandes, Austria, el Milanesado y el sur de Alemania, emergió como principal potencia europea y consolidó su posición en áreas de interés directo para España (incluyendo el Mediterráneo Occidental y el Norte de África).

Tanto el Reino Unido como Francia construyen las bases de su poder sobre las ruinas del Imperio Español y, en buena medida, lo han mantenido históricamente a expensas de la realización del potencial de España. Aunque Francia logró mantener una fuerte posición regional y su proyección global, el Reino Unido fue el principal ganador. Sin embargo, fue progresivamente reemplazado por EEUU desde finales del siglo XIX. Con las victorias en Cuba y Filipinas (dos archipiélagos que ofrecen una posición de mando geoestratégico sobre los mares Mediterráneos “americano” y “asiático”), EEUU despoja a España de los últimos vestigios de su potencial global, contribuyendo así a su encogimiento estratégico e ideológico y a su sumisión a divisiones internas.

Desde entonces, España ha sido progresivamente empujada a la periferia del sistema por los sucesivos líderes emergentes. Dicha posición periférica ha definido su interacción con el sistema occidental desde su integración en el modelo norteamericano durante la segunda mitad del siglo XX. España sigue contando con brotes de excelencia y cimientos sólidos sobre los que invertir, incluidos la fuerza de la lengua y cultura españolas, una industria naval todavía relativamente competitiva (si bien menguante), una amplia presencia económica, política y cultural en América y el Norte de África, y una presencia residual en partes de la costa occidental del continente africano. Dicho esto, y sin menosprecio del valor y enorme potencial de dichos activos, España juega un papel “de infantería” en el sistema occidental, dada su orientación regional (principalmente europea y mediterránea) y la limitada proyección geográfica de sus capacidades (diplomáticas, comerciales, de inteligencia y militares).

La sensación de haber sido maltratada por el sistema hegemónico occidental que tanto contribuyó a levantar y su propia frustración han dañado fuertemente las perspectivas de reintegración de España en la primera línea del sistema y, en consecuencia, la recuperación de su potencialidad. Esta frustración ha llevado a España a cuestionar algunas de las bases del sistema occidental, en particular la importancia del instrumento militar y de la proyección estratégica marítima, pero también el valor de la cohesión nacional. España ha intentado airear sus frustraciones históricas abrazando dinámicas políticas e ideológicas de corte revisionista. Este fenómeno se ha manifestado de formas diversas en el tiempo, incluyendo: una fuerte identificación con Francia y el espíritu continental a lo largo de los últimos siglos; un alineamiento con Alemania e Italia en los años 40; y una atracción por el internacionalismo (o, en su manifestación contemporánea europea, un pro europeísmo de fuerte corte idealista) o por la regionalización política como alternativas al concepto de un Estado Nación fuerte y cohesionado.

España ha sido víctima del clásico “síndrome del perdedor”, quien frustrado y cansado por sucesivos reveses, opta por rechazar las reglas del juego y abrazar una lógica alternativa, a menudo sin base material y de fuerte inspiración idealista. Algunos ejemplos de dichas narrativas en los ámbitos de seguridad, político-jurídico y económico incluyen, respectivamente, la creencia en el “fin de la historia” o de la geografía, en la desaparición de las “viejas amenazas” (inter-estatales) y el énfasis en el carácter transnacional de unos “nuevos desafíos” que unen a la humanidad (cambio climático, terrorismo internacional, crimen organizado, piratería, crímenes contra la humanidad, etc.); la creencia en la autonomía de las instituciones internacionales o el derecho internacional, como si éstas, por arte de magia, se emancipasen de las bases político-materiales que las sostienen y cobrasen su propia lógica (como las sombras de Platón se liberan de sus cuerpos); o la creencia en el fin de la política y el reinado de la economía, en la idea de que la globalización o, en su versión regional, la integración europea suponen un entorno económico “políticamente neutral”, como si las oportunidades económicas de una nación no emanasen directamente de su acción política y estratégica.[9]

Este tipo de narrativas no hacen sino reforzar aún más la debilidad de aquellos que las profesan. Nadie está libre de su impacto, pero tienen un mayor calado en países como Alemania, Italia y España, que han pasado tiempo en la periferia del sistema. También tienen presencia en Francia (que nunca ha logrado ostentar una posición “de mando” en el sistema occidental), aunque en menor medida.

Estas narrativas idealistas han calado con una fuerza especial en sociedades como la española, contribuyendo así a la erosión de uno de los principios fundamentales de la política internacional, a saber, que la prosperidad económica, la estabilidad político-social y, en última instancia, la seguridad nacional dependen única y exclusivamente de los esfuerzos individuales de una nación y que la existencia de alianzas bilaterales, pertenencia a instituciones multilaterales o compromiso para con ciertas normas y reglas internacionales son herramientas que pueden contribuir a la potencia de la nación pero en ningún caso suponen una garantía de seguridad e influencia por si mismas.

La aceptación e integración de España en el modelo occidental contemporáneo debe entenderse al lado de un flirteo con las dinámicas periféricas del mismo, cuyo propósito ha sido la búsqueda de un contrapeso que fortalezca la posición propia dentro del sistema occidental y la exploración de alternativas al mismo. Este juego, sin embargo, es un arma de doble filo y resulta potencialmente letal para los intereses estratégicos de España. Primero porque ha fomentado la profusión de narrativas “antinaturales” en España y un afianzamiento de tendencias de cultura estratégica pacifista, continentalista, internacionalista y estática que chocan frontalmente con la receta occidental (nacionalismo moderno, excelencia militar, liberalismo y proyección marítimo-global), con la esencia marítima de España, así como con su natural fusión con el sistema occidental. Y, segundo, porque contribuyen a dañar el sistema occidental (que ofrece a España un marco ideal para la realización de su potencial) y dañan las perspectivas de España de ocupar un lugar más prominente en el mismo.

La crisis económica y la posición de España en Europa en perspectiva

La variante económica de las narrativas de corte idealista (tan arraigadas en el imaginario socio-político español) es especialmente pertinente en el contexto actual de crisis. La crisis financiera, económica y política que ha asolado a Europa en los últimos años y la gestión política que de ella se ha hecho han evidenciado el creciente liderazgo alemán en Europa. En particular, la UE se ha revelado como una cobertura institucional y multilateral idónea para la canalización de las reglas e intereses alemanes a otros países y para la estandarización de un sistema político-económico que gira en torno al potencial industrial y exportador alemán.

Tanto la crisis económica como la incapacidad de España para gestionar una respuesta a la misma de forma autónoma ponen en tela de juicio la creencia de que la globalización o la integración europea proveen de un marco de oportunidades económicas “políticamente neutral”, de que los problemas económicos de España son coyunturales y tienen su origen en factores puramente económicos o de que la salida a los mismos pasa por una actuación en el ámbito de la economía o la política doméstica, como si la economía pudiese separarse de la política o el ámbito doméstico del internacional. España debe reconocer que la renovación de su política exterior, de seguridad y defensa es indispensable para crear un entorno propicio para el desarrollo de su potencial económico. Debe abandonar la idea de que se puede hacer una política exterior económica separada de la de seguridad y defensa; de que los intereses económicos y comerciales internacionales pueden defenderse o promocionarse sin ser acompañados por acción política y en el ámbito de la seguridad.

Las principales potencias occidentales (no digamos ya las no occidentales) son plenamente conscientes de la existencia de una fuerte relación de causalidad entre potencial estratégico-militar y prosperidad económica. La presencia avanzada (forward presence) de capacidades navales, bases y activos diplomáticos y de inteligencia norteamericanos garantiza la seguridad de las líneas de comunicación y comercio marítimo, por donde pasa más del 90% del comercio mundial. El software de la globalización (libertad de comercio, interacción económica y cultural) no puede entenderse al margen del hardware o elemento material que la sostiene: el despliegue político-militar global de EEUU. Similarmente, el poder y la presencia militar de EEUU es la mayor garantía de su acceso al potencial económico y comercial en Asia, y lo será aún más a medida que el auge estratégico de China derive en una mayor necesidad de seguridad por parte de los países asiáticos medianos y pequeños.

También, por ejemplo, la proyección político-militar francesa en el cinturón saharo-saheliano (alrededor de Níger) y en África Central (República Democrática del Congo) tiene como objeto principal la seguridad del aprovisionamiento de uranio, clave para la “autonomía” energética y el potencial industrial y económico de Francia. Así mismo, su potencial político-estratégico y relación con EEUU y el Reino Unido permiten a Francia mitigar el dominio alemán en el marco de la UE. Esto le ha permitido a Francia, tanto históricamente como en la actualidad, obtener concesiones bilaterales de Alemania en beneficio de sus intereses económicos y comerciales, por ejemplo con la Política Agrícola Común (PAC), la integración comercial de la infraestructura colonial francesa, la aceptación de subvenciones públicas a gigantes industriales y energéticos franceses (en violación del acquis comunitario), y el trato favorable a los bancos y deuda pública francesa.

En resumen, ni la globalización ni el proceso de integración europea son “políticamente neutrales”: las reglas que las gobiernan reflejan dinámicas y equilibrios estratégicos. En este sentido, la dependencia político-económica de España no es sino un reflejo de su dependencia político-estratégica (tanto en Europa como en Occidente). En última instancia, el principal activo económico que tiene España es su potencial marítimo-naval. La explotación de dicho potencial permitiría a España la proyección política y económica en entornos geográficos y mercados extra-europeos, dando así lugar a una mayor diversificación geográfica en su “cartera” y actividad comercial e inversora. Además de facilitar su proyección en mercados emergentes, una mayor diversificación geográfica de su actividad política y económica contribuiría a reducir la excesiva dependencia española de Europa y a reforzar su posición negociadora en el ámbito de la UE. En este sentido, el desplazamiento del epicentro geoeconómico y geopolítico global de Europa hacia otros continentes y la creciente importancia geoestratégica de los mares y océanos resaltan el valor añadido de España respecto a otras potencias europeas.

(4) ¿Hacia un nuevo contexto geoestratégico?

A nivel global asistimos a una progresiva difuminación del orden hegemónico occidental y un resquebrajamiento de su integridad, animado por: el retroceso del dólar y la reducción del peso relativo de EEUU en el sistema financiero y económico internacional; el auge de Asia, la expansión de la base financiera, comercial y monetaria de China y sus progresos en la adquisición de tecnologías militares “anti acceso”; la creciente autonomía de potencias y dinámicas geoestratégicas regionales, evidenciadas por el auge económico-político y proyección regional de países como China, Rusia, la India, Brasil, Turquía, Irán, Nigeria o Sudáfrica; y el auge del gasto militar en Asia, Oriente Medio, Rusia, África y América Latina, coincidiendo con una congelación en el presupuesto de defensa norteamericano en 2012 y 2013 y unos recortes estructurales en Europa.

El freno a la expansión geopolítica del sistema occidental conlleva importantes implicaciones en la naturaleza y funcionalidades del instrumento militar. A un nivel más inmediato, las crisis financiera y de los presupuestos de defensa en Occidente implicarán una mayor renuencia a las intervenciones militares. A medio y largo plazo, el auge de otras potencias globales y regionales pondrá cotos a la libertad de actuación política y proyección militar del sistema occidental. Actualmente nos encontramos en un proceso de transición en este sentido. Durante los años 90 y hasta finales de la década de los 2000, un contexto geoestratégico unipolar caracterizado por la expansión geopolítica occidental favoreció una concepción del instrumento militar dominada por la demanda de tareas de intervención de larga duración y centrado en la proyección de fuerzas y capacidades de ámbito terrestre (por ejemplo, Afganistán). Sin embargo, la creciente multipolaridad del entorno estratégico, presidido por el freno de la expansión geopolítica occidental y el auge de nuevas potencias de alcance regional y global, está rápidamente abriendo paso a una mayor reticencia en EEUU y Occidente a la hora de intervenir militarmente y a una creciente priorización de las funciones más sutiles del instrumento militar: inteligencia y anticipación (knowledge and anticipation), disuasión, prevención y diplomacia de defensa. [10]

En este contexto, se asume que las intervenciones tendrán un carácter más esporádico y quirúrgico (por ejemplo, Libia). En EEUU se está produciendo una reorientación desde una concepción del instrumento militar caracterizada por la centralidad del Ejército de Tierra hacia un mayor énfasis en la Marina. Así mismo, las potencias y dinámicas revisionistas intentan neutralizar la proyección y libertad de movimiento y acceso del instrumento militar occidental a través del desarrollo de los llamados sistemas anti-acceso y de negación de área (Anti Access/Area Denial) así como proveyendo a sus aliados y proxies regionales de dichos sistemas y tecnología. Así, dentro del propio espectro de la proyección marítimo-naval, las capacidades submarinas y, posiblemente, los cazabombarderos inter-continentales de largo alcance ganarán importancia relativa frente a la flota de superficie (menos flexible y más vulnerable), especialmente en el corredor marítimo Indo-Pacífico.

(5) España en el nuevo contexto estratégico: el mar como oportunidad

España debe ajustar sus prioridades estratégicas y sus capacidades militares a las demandas de un contexto geoestratégico cambiante. Dada su condición marítima, España debe luchar por la supervivencia de un sistema hegemónico internacional que representa sus valores y ofrece el mejor marco para la realización de su potencialidad. A un nivel general, esto deberá implicar un mayor esfuerzo para sostener la primacía marítima occidental, columna vertebral de la hegemonía occidental y la estabilidad global. Ello requerirá priorizar el mantenimiento y la adquisición de capacidades de información, anticipación, prevención y disuasión, un mayor énfasis en el mantenimiento y la adquisición de capacidades marítimas de alcance extra-regional y en la profundización de las relaciones con los principales ejes del sistema occidental, especialmente EEUU y el Reino Unido, pero también Francia. A un nivel más específico, requerirá la promoción española de una Europa y una OTAN de corte marítimo y global (que contribuyan a la fortaleza del sistema occidental que ha brindado a Europa el mayor periodo de estabilidad y prosperidad económica en la historia moderna) y el refuerzo de la presencia y contribución en aquellos espacios geográficos extra-europeos que tienen una incidencia directa sobre los intereses económicos y de seguridad españoles.

En este sentido cabe destacar el espacio marítimo que abarca desde el Caribe hasta Brasil en su parte atlántica, la costa occidental africana en su totalidad (hasta el canal de Mozambique en el sur de la costa Índica africana), el Mediterráneo, el Mar Rojo y el extremo noroccidental del Océano Índico. También debe entenderse como parte de este eje el espacio comprendido por el cinturón sahel-sahariano (Mauritania, Mali, Níger), una suerte de “patio trasero” que da profundidad estratégica a partes del eje marítimo. La ausencia de estructuras estatales y de gobierno en el Sahel da lugar a actividades terroristas y criminales que tienen un impacto negativo en la evolución y estabilidad de varios de los “tramos” del eje marítimo, principalmente el Magreb/Norte de África, la costa noroccidental africana y el Golfo de Guinea, pero también potencialmente la cuenca del Mar Rojo.

El eje marítimo de prioridad estratégica abarca las rutas que conectan a España con mercados de gran y creciente importancia, principalmente en América y Asia, y concentra buena parte de los recursos pesqueros y energéticos de España. En América, EEUU es un mercado de gran importancia para España, pero también Brasil y Méjico, países de pujanza económica y creciente importancia comercial e inversora para España. Asia, por su parte, se ha convertido en el segundo socio comercial de España, habiendo desempeñado las importaciones un papel central en el comercio con Asia en los últimos años. También cabe destacar las exportaciones, que en 2011 han aumentado considerablemente en los principales mercados: la India (47%), China (33%) y Japón (17%). El Índico Occidental, que abarca el Golfo de Somalia y la zona del Golfo de Mozambique (Mozambique, Madagascar e Islas Comores y Seychelles) y el Golfo de Guinea ocupan respectivamente la segunda y tercera zona de importancia pesquera para España (tras el Atlántico nororiental).

A nivel energético, la importancia del eje marítimo para España es evidente. En la costa occidental africana, Nigeria y Angola proveen alrededor de un 17% de las importaciones españolas de petróleo, mientras que alrededor del 15% de las necesidades de gas españolas provienen del Golfo de Guinea (principalmente de Nigeria).[11] El Golfo Pérsico y el Mediterráneo Oriental concentran más de un 35% de las importaciones de petróleo español y alrededor de un 18% de las de gas. Destacan Arabia Saudí, Irak y Libia en petróleo (alrededor de un 14%, un 8% y un 8%, respectivamente), y Qatar en gas natural (alrededor de un 13%). Finalmente, América es responsable de más de un 25% de las importaciones de petróleo de España (con México a la cabeza) y de alrededor de un 13% de las importaciones de gas natural (principalmente de Trinidad y Tobago y Perú). En este sentido, cabe destacar que el creciente protagonismo del shale gas en EEUU y el potencial de México en este ámbito no hacen sino resaltar la importancia de la conexión americana para el futuro energético y económico de España.[12]

El eje marítimo de prioridad estratégica concentra también buena parte de las amenazas para la seguridad, estabilidad y prosperidad española, incluidos el terrorismo (zona del Magreb-Sahel), la piratería (Golfos de Guinea y Somalia), la existencia de redes de tráfico de drogas (Golfo de Guinea, Sahel, Caribe y Suramérica) y de inmigración ilegal (Golfo de Guinea y costa noroccidental africana).

Finalmente, cabe destacar que el eje marítimo de prioridad estratégica concentra países de gran potencial demográfico, económico y energético (Nigeria, México, Brasil, Angola, Turquía, etc.) y conecta a España con regiones de gran potencial (Asia). Así, la proyección naval y política de España en dicho eje será clave para la consecución de una mayor autonomía y la realización de su potencial económico, político y estratégico en las décadas venideras.

Más allá del eje marítimo de prioridad estratégica propiamente dicho (que comprende buena parte del Océano Atlántico, el Mar Mediterráneo en su totalidad y la parte nororiental del Océano Índico), cabe destacar también la importancia del corredor marítimo Indo-Pacífico. La rápida consolidación de dicho espacio como el nuevo epicentro de la geopolítica y de la economía mundial implica que la prosperidad de Europa y de España dependerá en gran medida de su capacidad para afianzar y profundizar su presencia en el Indo-Pacífico. En este sentido, la profundización de lazos estratégicos en “Asia marítima” ofrece importantes oportunidades para las exportaciones de bienes de defensa de España y de colaboración tecnológico-industrial militar (especialmente en el ámbito naval), pero también para consolidar la presencia española en el corredor Indo-Pacífico y mejorar su información y situational awareness en una zona cuya estabilidad se ve amenazada por la existencia de tensiones territoriales y geopolíticas. Cabe destacar en este sentido la importancia específica de la India y Australia, dos países situados a caballo entre el eje marítimo de prioridad estratégica española y el corredor Indo-Pacífico, pero también el potencial de países como Filipinas, Indonesia, Japón o Corea del Sur.

La prioridad estratégico-militar española debe ser el mantenimiento de una presencia pro-activa o posición avanzada (forward presence) en su eje marítimo de prioridad estratégica. En este sentido, España deberá priorizar la adquisición de capacidades de información, vigilancia y reconocimiento (inteligencia humana, de señales y seguridad cibernética) y, sobre todo, de proyección marítima y aeronaval. Así mismo, España deberá potenciar el desarrollo de puntos de acceso logístico a lo largo del eje marítimo de prioridad estratégica, preferiblemente a través de acuerdos bilaterales (por ejemplo, con Cabo Verde, Guinea Ecuatorial, Haití y Angola) pero también a través de pequeños destacamentos complementarios (ad-ons) en bases británicas, norteamericanas o francesas. Finalmente, cabe destacar que la influencia española en este eje marítimo de prioridad estratégica necesitará de una mayor cooperación con Francia, el Reino Unido, Portugal e Italia en el ámbito de desarrollo de capacidades militares (principalmente en los ámbitos marítimo, anfibio y de operaciones especiales) y de un estrechamiento de lazos estratégicos con países como EEUU, México, Colombia, Nigeria, Turquía, Egipto, Arabia Saudí, la India o Australia.

(6) Conclusión

El desplazamiento del epicentro económico y geopolítico global desde Europa hacia Asia, el creciente dinamismo económico de regiones como América Latina y África Occidental y el auge del mar como principal tablero geoestratégico global ponen de manifiesto la necesidad de fomentar el redescubrimiento de la personalidad marítima (oceánica) y global de España. Dicha personalidad ha estado silenciada en las últimas décadas por un énfasis exclusivo en la integración europea y en la identidad “mediterránea” de nuestro país.

En política exterior, una necesaria reorientación global española implicará un mayor énfasis en el desarrollo de relaciones diplomáticas y económicas con entornos extra europeos. En política de defensa, requerirá un mayor esfuerzo en el ámbito de capacidades de proyección estratégica marítima y el fomento de relaciones estratégicas con potencias europeas y occidentales de corte marítimo y extra-regional (en especial el Reino Unido, EEUU y Francia). Cabe destacar la importancia específica del llamado aquí eje marítimo de prioridad estratégica española, que abarcaría gran parte del Océano Atlántico, el Mar Mediterráneo en su totalidad y el extremo noroccidental del Océano Índico, así como el cinturón sahel-sahariano (Mauritania, Mali, Níger), que actúa de “patio trasero” de dicho eje. El eje marítimo de prioridad estratégica concentra gran parte de las amenazas de seguridad a nuestro país (terrorismo, crimen organizado, piratería, tráfico de drogas) así como importantes oportunidades energéticas y económicas. Más allá de este eje, España deberá también aumentar su presencia en el corredor marítimo Indo-Pacífico, que esta consolidándose rápidamente como el nuevo epicentro de la economía y la geopolítica global.

La evidente impotencia de España a la hora de marcar la agenda político-económica de la UE en un contexto de crisis no hace sino resaltar la urgencia de una mayor diversificación geográfica en la política exterior y de defensa de nuestro país. Sin embargo, dicha diversificación no debe implicar ni mucho menos un abandono de su perspectiva europea. Los ámbitos europeo y global representan las dos caras de la moneda de la geoestrategia española. Mientras que la labor europea de España estará prácticamente copada por aspectos diplomáticos e institucionales, su papel en el eje marítimo de prioridad estratégica y en el corredor Indo-Pacífico deberá asentarse en gran medida en la proyección marítimo-naval y anfibia. Dicho esto, la acción española en cada uno de estos ámbitos reforzará su posición en el otro. Por un lado, la fuerza y posición negociadora de España en Europa dependerá en buena medida de su capacidad para reducir su excesiva dependencia político-económica de la misma. Esto requerirá una mayor diversificación geográfica de la actividad económica española y una mayor proyección político-estratégica extra-regional, hacia el eje marítimo de prioridad estratégica en particular. Por otro lado, una posición de fuerza en Europa ayudará a España a utilizar sus alianzas europeas y recursos institucionales (OTAN-UE) para proyectar seguridad e influencia económica en su eje marítimo de prioridad estratégica.

Luis Simón, Vrije Universiteit Brussel (VUB)


[1] Emilio Lamo de Espinosa (coord.) (2011), Europa Después de Europa, Academia Europea de Ciencias y Artes, Madrid.

[2] Fernando Fernández Fadón (2013), “El mar: tablero geopolítico del siglo XXI”, Política exterior, vol. 27, nº 151.

[3] Ignacio Molina (coord.) (2014), “Hacia una renovación estratégica de la política exterior española”, Informe Elcano nº 15; Félix Arteaga (2013), ‘La defensa que viene: criterios para la reestructuración de la defensa en España, Elcano Policy Paper, octubre; y Francisco de Borja Lasheras y José Ignacio Torreblanca (2014), “España: ¿repliegue estratégico en su política exterior?”, Política Exterior, marzo/abril.

[4] Sobre las bases geopolíticas de la hegemonía norteamericana y occidental véase Zbigniew Brzezinski (1997), The Grand Chessboard: American Primacy and its Geostrategic Imperatives, Basic Books, Nueva York.

[5] Para un análisis de la evolución del sistema geopolítico europeo y su relación con el sistema occidental véase Luis Simón (2014), Geopolitical Change, Grand Strategy and European Security: The EU-NATO Conundrum in Perspective, Palgrave Macmillan, Basingstoke.

[6] Walter Russell Mead (2007), God and Gold: Britain, America and the Making of the Modern World, Vintage Books, Nueva York.

[7] Sobre la importancia del componente marítimo en la personalidad y potencialidad estratégica de España véase Juan Vicens Vives (1940), España: Geopolítica del Estado y del Imperio, Editorial Yunque, Barcelona.

[8] Para un análisis geopolítico del auge y declive del Imperio Español véase Vives (1940), op. cit.

[9] Para una crítica de este tipo de narrativas véase Robert Kagan (2008), The Return of History and the End of Dreams, Random House, Nueva York; y Robert Kaplan (2012), The Revenge of Geography, Random House, Nueva York.

[10] Véase Luis Simón (2012), “CSDP, Strategy and Crisis Management: Out of Area or Out of Business”, The International Spectator: Italian Journal of International Affairs, vol. 47, nº 3, p. 100-115.

[11] Comisión Nacional de Energía (2012), “Supervisión de los abastecimientos de gas y la diversificación de suministro”, diciembre; y Martín Ortega Carcelén (2013), “Geoestrategia del petróleo: un factor de riesgo”, Documento de Trabajo nº 15/2013, Real Instituto Elcano.

[12] Sobre las implicaciones geoestratégicas de la revolución shale véase Elizabeth Rosenberg (2014), “Energy Rush: Shale Production and US National Security”, Center for a New American Security, February.

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