Manila, once millones de habitantes. Ciudad de contrastes: al igual que otras megalópolis contemporáneas, modernos rascacielos y centros comerciales conviven con un barrio histórico deteriorado y con suburbios mal urbanizados. Las principales avenidas lucen banderas españolas. En efecto, nuestros amigos filipinos ofrecen una cálida bienvenida a la Reina de España, cuya visita tiene por objeto principal impulsar los proyectos de cooperación al desarrollo. Salta a la vista la simpatía recíproca. Hay mucha historia en común, con sus grandezas y servidumbres. Ahora, el reto es recuperar el protagonismo de la lengua española. Resulta llamativo que nuestras anfitrionas respondan a nombres tan hermosos como Bella Flor o María Serena. Sin embargo, sus lenguas naturales son el tagalo y el inglés. No solo hay que mirar al pasado: el español es hoy día lengua de comunicación universal y su dominio permite acceder en condiciones preferentes al mercado de trabajos cualificados. El mundo global del siglo XXI pasa por Asia/Pacífico, y allí se habló en castellano durante mucho tiempo, ya fuera para conquistar, para rezar o para comprar y vender. Tenemos un tesoro compartido, al servicio de una cultura mejor.
La Universidad recibe con todos los honores a los participantes en el seminario «De Cádiz a Malolos: Filipinas y la Constitución de 1812». Hablamos de «la Pepa», y también de la primera norma fundamental adoptada allí en 1899, comienzo del período norteamericano. Buenas ponencias, debates muy vivos y abundante presencia de alumnos, objeto de comentario favorable a cargo de los profesores invitados. Entre los españoles de «ambos hemisferios» hubo tres representantes de Filipinas. El más distinguido, Ventura de los Reyes y de la Serena, comerciante respetado y buen ejemplo del núcleo ilustrado de una burguesía criolla con perfiles similares a sus homólogos iberoamericanos. De los Reyes contaba ya setenta años cuando consiguió llegar a Cádiz para ocupar el escaño. Estuvo poco tiempo, pero dejó huella como defensor de la libertad de comercio y en contra del monopolio asumido durante siglos por el célebre Galeón de Manila, cuyo privilegio fue compartido a última hora por la Compañía de Filipinas. Al igual que sucedió con otros residuos del Antiguo Régimen, las Cortes abolieron el monolio ya inservible. Pero la memoria del Galeón pervive para el recuerdo: fletado en Sevilla, con destino a los puertos de Nueva España (en especial, Veracruz) y luego, desde y hasta Acapulco, con origen y destino en la capital del archipiélago. El último zarpó en 1815. Una notable exposición contaba hace unos años, en el sevillano Hospital de los Venerables, esta aventura humana, comercial y marítima, que a veces acabó mal. En 1600, la Nao «San Diego» derrotó en la bahía de Manila a dos buques holandeses, pero se hundió tras la victoria a causa de una vía de agua. El rescate del pecio permitió recuperar un rico material, hoy día (parcialmente) en el Museo Naval de Madrid: hay vasijas chinas, vajillas de plata mejicana y armas filipinas o japonesas. No en vano las fuentes de la época hablan de Manila como «señora de muchos mares, capital de muchos archipiélagos, centro y depósito de Oriente». A pesar del abandono, el barrio de Intramuros ofrece todavía destellos nostálgicos de aquellas tierras conquistadas por Miguel López de Legazpi.
Se cumplen diez años desde la ley que establece el día de la amistad hispano-filipina, impulsada por el senador Edgardo J. Angara, un buen amigo de España. El acto se celebra en Baler, provincia de Aurora, un bello lugar situado en el norte de Luzón. El viajero contempla con asombro la plaza mayor, sospechando que algún encantador cervantino le ha trasportado al otro extremo del mundo para visitar un pueblo manchego, extremeño o andaluz. Escuchamos con respeto los himnos nacionales. Autoridades de uno y otro país realizan una ofrenda floral a los héroes... Buenos discursos; siempre en inglés, eso sí. Calor húmedo, a ratos sofocante. La gente llena la plaza con singular afecto hacia la delegación española. Todos al museo, para inaugurar una notable exposición. La noche anterior, espectáculo cultural, música para todos los gustos y fuegos artificiales. Afinidades electivas, decía Goethe.
Los últimos de Filipinas... Ya saben: noventa españoles resisten durante 337 días. «Eso se escribe rápidamente», comenta Azorín, admirado como muchos otros. Al frente, un capitán de infantería, Enrique de las Morenas, y los segundos tenientes Juan Alonso Zayas y Saturnino Martín Cerezo, autor este último de una relación muy precisa de los acontecimientos. Los héroes de Baler se rinden al fin el 2 de junio de 1889. Se rinden, quiero decir, a la evidencia de que la guerra había terminado ya. Al final, el episodio más emotivo: el presidente Aguinaldo ordena que sean tratados «no como prisioneros, sino como amigos». Testarudos y desconfiados, no hubo emisario capaz de convencerles durante casi un año. Se suceden los homenajes, en Filipinas y en España... El cine recuerda su hazaña. En 1945, con el enfoque propio de la época y un buen guión de Enrique Llovet. Música de siempre: «Yo te diré..».. Otra vez Azorín, para revivir la circunstancia: «En un local cerrado, infecto, sin víveres, sin ropa, inundados de lluvia, sin sal, sin agua saludable, sin zapatos, azotados por la epidemia, sin poder dormir..»..
El futuro, insisto. El eje geopolítico del mundo pasó del Mediterráneo al Atlántico y se sitúa hoy en el Pacífico. Por religión, cultura y voluntad política, Filipinas es un aliado natural de Occidente en el complejo tablero estratégico de la región. España tiene mucho que decir en un país que recibe con afecto sincero a Doña Sofía y se siente cómodo con nuestras empresas y nuestra cultura. Les gusta escuchar que el héroe José Rizal cuenta con estatua en pleno centro de Madrid, calle de las Islas Filipinas. «Noli me tangere», por cierto, es una notable obra literaria y una fuente de ideas sugestivas para el analista político. En Baler, como en La Mancha, la memoria del viajero se torna quijotesca: «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo les será imposible..».. En el futuro, espero, nos haremos confidencias en una lengua común...
Benigno Pendás, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.