España en la encrucijada de Europa

Cuando España abandonó su larguísimo periodo de aislamiento internacional, epitomizado por la retirada de embajadores tras la Guerra Mundial (sin duda el punto más bajo de nuestra historia diplomática), lo hizo con un claro programa formulado años antes por Ortega y Gasset: europeizar. Fue la estrategia de política exterior (implícita, no declarada, pero efectiva) de todos los gobiernos de la Transición. Y fue, con mayor rotundidad aún, el programa nacional que nos llevó desde los «tiempos de silencio» del franquismo hasta la ansiada orilla de la plena normalidad social, económica y política. Pues europeizar ha sido el «proyecto sugestivo de vida en común» que hizo de España una nación aglutinando a izquierdas y derechas, burgueses o proletarios, centrales o periféricos.

El proyecto de Estrategia de Acción Exterior que acaba de presentar el Ministerio de Asuntos Exteriores, un documento que merece ser estudiado y cuyo contenido hemos conocido estos días, parte de esa misma constatación: « Durante las cuatro últimas décadas, desde la aprobación de la Constitución, España se ha proyectado hacia el mundo con (...) un claro propósito: reencontrarse con la Europa integrada y recuperar su lugar en la Comunidad Internacional (...) Era en definitiva un empeño de toda la sociedad española...».

España en la encrucijada de EuropaY se ha conseguido. Hoy, sea cual sea el parámetro con el que queramos compararnos, España se encuentra dentro del abanico de los países europeos. Hemos europeizado España, hemos «normalizado» el país, e incluso en momentos de cierta euforia (cuando entramos en el euro en el pelotón de cabeza) pudimos creer, no ya en el «milagro español», sino que estábamos en la misma vanguardia de Europa.

Ten cuidado con lo que deseas, dice un viejo proverbio chino. Pues lo que España ansiaba, al realizarse, nos ha dejado, en cierto modo, sin horizonte, sin norte. « La estrategia de reencuentro e integración llega entonces a sufin, se agota al cumplir sus objetivos... Misión cumplida. ¿ Y ahora qué?»

España ha tenido siempre un peculiar europeísmo, más de venida que de ida. Queríamos «estar» en Europa, «ser» Europa, que viniera aquí y nos abrazara, nos incorporara, pero no teníamos un proyecto político para ella. Cierto, somos de los países más europeístas, e incluso en estas horas bajas no tenemos partidos políticos antieuropeos, una singularidad en el panorama comparado. Pero, a diferencia de ingleses o franceses, los españoles no hemos buscado proyectarnos en Europa. Y es ese agotamiento del proyecto europeizador interno, y la correlativa ausencia de un proyecto político externo, lo que nos ha dejado sin horizonte, sin discurso, sin narrativa, y, por lo tanto, espacio proclive para el regreso a viejos particularismos y viejas narrativas. Cuando no hay camino hacia adelante es fácil pensar que se avanza regresando.

Renovar, regenerar, actualizar, son términos que se oyen hoy por todas partes. Pero España demanda un proyecto que mire hacia el futuro, no hacia el pasado, y que nos otorgue un norte, un objetivo, un proyecto. Por eso merece todo nuestro aplauso la apuesta valiente que la Estrategia hace para que ambicionemos liderar un proyecto político fuerte para Europa: « Eldestino final del proceso de construcción europea es la unión política, una Europa federal–los Es--

tados Unidos de Europa–, y no simplemente una unión de estados soberanos. Este proceso debe hacerse por fases o por etapas, pero el objetivo final debe definirse con claridad cuanto

antes» . Muy cierto. Que la UE ha sido un éxito indiscutible es evidente, y jamás los europeos hemos gozado de tanta seguridad, de tanta libertad y de tanta prosperidad. Pero se ha ido construyendo por la puerta de atrás, desde las elites y sin los ciudadanos, esperando que la economía tirara de la política. Y cuando se quiso saltar a esta, con el Tratado Constitucional, el No francés nos dejó paralizados.

La consecuencia es que la UE se nos presenta hoy como un proyecto incapaz de movilizar y dinamizar a sus ciudadanos, burocrático, frío, casi antipático y desmovilizador. Un proyecto, además, institucionalmente mal diseñado, políticamente torpe e ineficiente, como hemos visto en la crisis económica. Y un proyecto, para terminar, intelectualmente ininteligible, opaco, cuya lógica nadie acaba de entender bien, un Objeto Político No Identificado. Pues bien, eso es justamente lo que la idea de unos Estados Unidos de Europa ofrece. Un proyecto que es capaz de movilizar y dinamizar a la juventud, que se siente europea y que desea ser proyectada hacia adelante; un modelo conocido y testado, que es institucionalmente eficiente; y un modelo intelectualmente inteligible, comprensible. El único proyecto que puede sacar a nuestras poblaciones de la ensoñación con el pasado, con el terruño y con la sangre, con el Volkgeist, al que parecen querer regresar, más en la estela de Freud que en la de Renan o incluso Herder. España debe estar en la vanguardia de ese proyecto. No solo porque en un mundo globalizado, de enormes potencias, algunas fronterizas con la UE (un mundo neowestfaliano para una UE poswestfaliana), solo una Europa unida tiene volumen y peso suficiente. No solo porque es, además, el único modelo de gobernanza global, trasnacional, basado en la ley y no en la fuerza. Sino porque es el único proyecto que nos sacará de ensoñaciones irreales para proyectarnos hacia adelante, volver a hacer de España una nación con un horizonte progresista y relanzar Europa como quería Montesquieu: «Una nación compuesta de naciones».

España debe volver a estar en la encrucijada de Europa, solo que ahora de ida y no de venida. Europa no es ya la solución, al contrario, es quizá nuestro principal problema. Pero por ello debe ser también nuestro proyecto más ambicioso.

Emilio Lamo de Espinosa, catedrático de Sociología de la UCM.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *