España, enfadada

Quien visita España en estos tiempos de revisión y cambio, percibe un risueño nerviosismo colectivo, reflejo de la tensión que recorre el territorio. La tirantez se ha deslizado hacia Cataluña y acarrea aires cargados de insumisión, que bordean la rebeldía, después del gambito de dama.

En este "calambre de tensiones, que resuena como un taconeo de conflictos", hay españoles a quienes lo único que les queda, como identidad, es la amargura de su escepticismo: una especie de desilusión permanente, de tormento constante. Gente malherida, seres entrañables que se sumen en los pantanos del desánimo, buscando con ahínco una redención para sus abismos personales.

En su ensayo Los españoles (Elba, 2016), Gabriel Magalhaes -profesor de Literatura portugués en la Universidad de Beira Interior- aborda las contradicciones de esta nación de naciones, de este Estado "terriblemente plural". Un país de "enemigos íntimos" en el que los viejos volcanes nacionalistas pueden entrar de nuevo en erupción.

La editora de la obra, de lectura necesaria en este instante de España, es Clara Pastor, una catalana que sobrevive a la presión condal sin periódicos mientras amamanta Elba Ediciones, exquisito obrador de delicatessen literarias para lectores con paladar exigente.

España, enfadadaHemos quedado en Madrid, en el bar del Santo Mauro, para indagar en la etiología de esta obra que pinta una España convertida en "laberinto de tensiones, donde el odio ha empezado a chorrear, formando estalactitas de rencor".

Un mosaico de impaciencias en perpetuo movimiento, acunan al lector, como un conjunto de Españas que viven en endémica crispación, "España es ante todo esta tensión, que genera subyugaciones, exclusiones o purgas crueles".

El visitante luso, "siento cariño y admiración por España", se impresiona con la omnipresencia de este ambiente hostil que envuelve la cotidianidad española, como una corriente eléctrica que recorre toda la nación.

Y es que, en España, muchas cosas son la tirantez permanente de sí mismas, lo que hace que se viva en la inminencia, más o menos probable, de una tragedia. Y de esta fiebre de la vida nacional nadie se libra. Tensos castellanos, rígidos y ásperos; catalanes, permanentemente inseguros de su fuerte y frágil identidad nacional; vascos brutales por esas mismas razones; andaluces, soleados, de tirantez latente; gallegos, sutiles y de medias palabras ante los griteríos ibéricos. Y Madrid, "central nuclear de todo tipo de tensas radioactividades".

En medio de ese calambre -que recorre España, de punta a punta, como una tempestad- Magalhaes asienta al español como a un superviviente que entre tantas tragedias, busca y construye un firme optimismo "que constituye un rasgo enorme de identidad nacional". Una lección que España da al mundo entero.

Sin duda, este valor entraña la forma más digna de permanecer en pie, de mantener el tipo durante los conflictos que brotan de la diversidad nacional, porque los distintos nacionalismos alimentan la máquina que produce la tensión: el generador de la electricidad ibérica.

La actualidad, en modo cambio, está brindando momentos insólitos y desconocidos en la vida española, la osada declaración del parlamento catalán, el juicio a una Infanta de España en un polígono industrial, la mendicidad de escaños para articular mayorías. Y lo que viene.

Por eso el español ha decidido plantar cara al peligro circundante con una sonrisa. Y se sube a un "columpio espiritual, que oscila entre la conciencia de los dramas nacionales que lleva a la espalda y un optimismo que se ejerce como una obligación colectiva". La debacle del 98 supuso el fin del imperio lo que, sin ningún género de dudas, conllevó una formidable pérdida de identidad, "como si se hubiese borrado el rostro nacional de un espejo hegemónico". Quizá esto explique el fuerte sentimiento anti yanqui que, a día de hoy, perdura en el alma española.

Cierta es la tendencia congénita al desequilibrio, pero, a diferencia de quienes creen que la desquiciada pluralidad hispánica solo se resuelve con mano dura, parece que "la solución hay que buscarla estudiando el trabajo de españoles extraordinarios a los cuales les ha dolido su país".

Y de paso, mención crítica a la vieja gran mentira de que todas las piezas del puzzle son iguales. Porque se invoca la igualdad pero no se respeta la diferencia. Y pretender que todos los trenes circulen por la misma vía es abocar al país a un lento y progresivo sufrimiento colectivo. La prueba de algodón: algunas de las regiones con un grado mayor de individualidad han iniciado un viaje que las aleja del sistema español. Un rumbo que colisiona frontalmente con una ley que limita su derecho a la diferencia por la abrumadora obligación de la igualdad.

Entretanto en España y, a pesar de ese risueño nerviosismo, se empieza a instalar una mala discusión de vecinos que, desde hace tiempo, ni siquiera se saludan en el ascensor.

Luis Sánchez-Merlo fue secretario general de Moncloa durante el Gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo.

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