España es el problema, España es la solución

El bienio 1976-1977 supuso la reciente gran transformación de nuestro país. La democracia se estableció como nuevo régimen político, tras muchos años de una dictadura que llegó a monopolizar una única línea de pensamiento, una educación unidireccional y una sola política. Pero no fue la democracia la que por sí sola hizo de España una nación distinta, sino el espíritu de consenso, de idea clara de lo que en ese momento se necesitaba. Sólo así se entiende la aprobación de leyes tan impensables unos años antes como la de la amnistía, la de reforma política y la extraordinaria Constitución española. «En aquel momento ya no existieron dos Españas irreconciliables y en permanente confrontación, sino que la historia de las dos Españas terminaba su largo periplo… al tiempo que comenzaba la historia de la España plural» (Santos Juliá).

Han transcurrido casi cuarenta años y cualquiera que se asome a nuestra realidad comprobará que vivimos momentos convulsos que nos han alejado de ese espíritu conciliador. España ha cambiado –para bien– en muchísimos ámbitos; los españoles, parece que no tanto. España sigue siendo un gran país, pero los españoles tenemos más miserias. Parece que España se ha empeñado históricamente en sumar, en ser única, y los españoles en restar y separarnos. ¿A qué se debe? En primer lugar, a nuestro carácter, donde nuestro instinto, nuestra pasión y nuestra fuerza pueden, a veces, a nuestra inteligencia. Respetamos, sin aceptar; oímos, sin escuchar; hablamos, sin dialogar… Por otra parte, seguimos con nuestras guerras de principios, de azules, de rojos, de diversas doctrinas e ideologías supuestamente contradictorias, de modos muy confrontados de ver la vida. Seguimos teniendo una España cansada y otra más viva, una que ataca y otra que se defiende (Santos Oliver). ¡Qué ejemplo en este punto Estados Unidos, donde a pesar de su pluralismo, su diversidad, se sienten fuertemente unidos por el significado más profundo de sus símbolos, de sus creencias y de su libertad!

Todo ello hace que parezcamos estar en permanente construcción como país. Una España siempre inacabada, que a pesar de sus magníficos logros económicos y sociales parece un país sin rumbo, sin sentido de Estado. Una España vieja. ¿Tenemos solución? La clave no consiste en resaltar lo que España no es, o en añorar momentos anteriores más gloriosos, sino en proponer una España distinta, en buscar incansablemente lo que España no es aún (Ridruejo) y puede llegar a ser. Tenemos que ser españoles más modernos. La vieja forma de hacer política debe transformarse en política nueva, más integradora y de consenso, con altura de miras. No se trata sólo de nuevos partidos –que también–, sino que los ya existentes no ahonden en la fractura ya palpable entre la «élite» y la ciudadanía (Barreiro). Las organizaciones sociales, políticas, institucionales siempre han canalizado muy bien la rebeldía –lógica en muchas ocasiones– de los ciudadanos, y la respuesta de aquellas debe ser acorde a las demandas de forma más cercana y, por supuesto, ejemplificadora y ética.

Tenemos que ser españoles más innovadores, más científicos, más competentes, mejor educados. La ciencia, la innovación, la educación, siempre han sido los tres grandes pilares de progreso histórico de cualquier nación. Invertir en esos pilares, saber con claridad y sin posturas enfrentadas, sin cambios cortoplacistas, dónde queremos que nuestro país esté posicionado en estas áreas, dónde queremos que las generaciones que vienen se sitúen, es fundamental para que en el futuro seamos un país distinto. Seremos entonces un país progresista de verdad, porque tendremos progreso económico y social. Será preciso cambiar el sistema, pero todos juntos, sumando y con aportaciones, alejados de toda ideología.

Tenemos que ser españoles más europeos, más internacionales, más globales. Claro que tenemos muchos problemas propios que conviene solucionar de forma urgente –paro, pobreza…–, pero tenemos que mirar fuera, ver lo que ha dado resultado en otros países que también han tenido que luchar contra los mismos. Tenemos que imitar conductas que nos enriquezcan como nación. Querámoslo o no, estamos en un proyecto europeo que nos condiciona política, económica y socialmente. Es lo que elegimos de forma libre, que a la larga ha demostrado ser una elección muy ventajosa. Y también competimos con 193 países en todo el mundo. Hablar de propuestas de bienestar para España debe obligatoriamente no perder la perspectiva de lo que existe por ahí fuera y de los inmensos cambios que se están produciendo. Cuánto más miremos dentro, cuanto más nos empequeñezcamos, más posibilidades de perder oportunidades de aprendizaje tendremos.

Los españoles somos optimistas, y la gran mayoría creemos que siempre tras lo malo viene lo bueno; tras la crisis, la bonanza. Se trata de no empecinarnos en poner los obstáculos para que ello no ocurra.

Íñigo Sagardoy de Simón, abogado y profesor titular de Derecho de Trabajo.