España está en guerra en Afganistán

Lo primero que necesita hacer el presidente José Luis Rodríguez Zapatero a propósito de Afganistán es decir claramente cuatro palabras: España está en guerra. A los españoles no les gusta enviar tropas a luchar en guerras de otros países, pero, en última instancia, Zapatero se enfrenta a dos opciones:

1. Continuar con el statu quo de las "operaciones de paz", como consecuencia del cual la muerte de cada soldado español será percibida como una inaceptable calamidad nacional y España finalmente perderá el control de su área primaria de operaciones en la provincia de Badghis y será reemplazada por Estados Unidos u otro aliado de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF, en sus siglas en inglés).

2. Convertir la estrategia de España en una sólida operación de contrainsurgencia, lo que ocasionaría más bajas, pero con una mayor probabilidad de que los talibanes se encontraran entonces con la marea en contra.

La época durante la cual las "operaciones de paz" fueron suficientes en los entonces relativamente seguros norte y oeste de Afganistán hace tiempo que quedó atrás. Ésa fue una ocasión perdida para España y para la ISAF. Si España quiere mantener su credibilidad de aliado fiable en el seno de la OTAN, entonces la opción es sencilla para el presidente Zapatero: redoblar los esfuerzos de España e invertir la actual situación de pérdida de territorio en la provincia de Badghis.

Sin embargo, para evitar una violenta reacción pública tiene que preparar el terreno muy cuidadosamente para la siguiente fase de la campaña española en Afganistán. Tiene que explicar por qué España tiene que participar en esta guerra, por qué tiene que ganarla y cómo.

El primer punto, el del por qué España tiene que participar en esta guerra, puede no ser inmediatamente obvio, dada la complejidad política y social de Afganistán y de toda la región. El presidente Zapatero debería recordar públicamente que la guerra en Afganistán no consiste en un simple altruismo internacional por parte de España, sino que es vital para prevenir un ataque similar al del 11-M, que tuvo su génesis en redes de la yihad con base afgana. Ésta no es una guerra "opcional", aunque haya sido desatendida por el presidente Bush, lo que, en consecuencia, ahora determinará la presidencia de Barack Obama y el futuro de la alianza en la OTAN. Es una guerra que España no puede permitirse perder.

A continuación, debería definir en qué debe consistir una victoria de España en Afganistán, que no es otra cosa que llegar al punto en que la insurgencia deje de amenazar la viabilidad del Estado afgano. Contrariamente al general escepticismo de Europa, ello es todavía plenamente posible -el movimiento talibán no es en modo alguno abrumadoramente popular- pero requerirá resolución y sacrificio.

Finalmente, habrá de exponer una estrategia detallando de qué modo España deberá desempeñar su papel para que la ISAF se imponga en última instancia en Afganistán. Esta estrategia no debe ser una simple traducción de los textos de Naciones Unidas y de la OTAN, sino que debe expresarse en términos concretos y locales.

La situación en la provincia de Badghis es grave: los insurgentes talibanes controlan gran parte, si no la mayoría, de la provincia, incluida mucha de la infraestructura encomendada a España y que conecta el suroeste con el norte de Afganistán. No tiene sentido mantener una "misión de reconstrucción" en Badghis si las tropas españolas y afganas no ocupan un territorio en el que se pueda reconstruir.

Hay varios pasos que dar a través de los cuales España podría mejorar su contribución a la ISAF. En primer lugar, el Gobierno necesita reconocer públicamente que está combatiendo contra una sofisticada insurgencia en la provincia de Badghis. Todavía en junio de este año, el Ejército español insistía en que su misión no es ofensiva, provocando la irritación de las tropas norteamericanas, que se han quejado de llevar el peso de los combates en las zonas más peligrosas de la provincia, debido tanto a la falta de voluntad como a la incapacidad españolas para hacerlo. Semejante crítica puede doler, pero es válida. Estados Unidos está en pie de guerra, España no lo está. Esto tiene que cambiar mediante la provisión de tropas y equipamiento españoles, suficientes para hacerse cargo de una sólida estrategia contrainsurgente en la provincia.

Segundo, España necesita integrar su misión civil y su misión militar en la provincia de Badghis. El componente civil del Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT), dirigido por España, ya no puede seguir llevando a la práctica o controlando proyectos en gran parte de Badghis, debido al deterioro de la seguridad reinante. Por lo tanto, es necesario disponer de nuevas estructuras que aseguren que supervisión civil, fondos y experiencia permitan reforzar el papel reservado a los militares: proporcionar una inmediata ayuda en las áreas más castigadas por la insurgencia.

Tercero, España necesita reforzar sus esfuerzos diplomáticos en Badghis, para convertirse en un valedor de más peso frente a sus propias necesidades en Kabul y en la región. Badghis es la provincia más pobre de Afganistán y recibe una atención insuficiente del Gobierno central. España tiene a un solo diplomático en esa base sin nadie que le sustituya durante largos períodos de ausencia. Las autoridades locales de Badghis se quejan de la falta de contactos con diplomáticos españoles, sobre todo si se comparan con las que tienen con los militares, de cara tanto al desarrollo político como a la reconstrucción de la provincia. Una presencia diplomática de más peso también evitará embarazosos incidentes como el de julio pasado, cuando la ministra de Defensa, Carme Chacón, elogió un alto el fuego en el distrito de Bala Murghab, que de hecho habría entregado a los insurgentes talibanes el control de los colegios electorales para las elecciones presidenciales.

Cuarto, España necesita fortalecer el compromiso de la Unión Europea con Afganistán. Las porosas fronteras de Turkmenistán, que se extienden a lo largo de la provincia de Badghis, han sido utilizadas desde hace tiempo por los talibanes como importante lugar de refugio y de aprovisionamiento. Durante su turno de presidencia de la Unión Europea en la primera mitad de 2010, España podrá desarrollar una coherente estrategia, impulsada por la Unión, de mejora del control de fronteras a lo largo de las que delimitan el norte y el noroeste de Afganistán, presionando así a la insurgencia.

España podría también convocar un muy necesario diálogo de la Unión Europea con los países del Golfo sobre política y seguridad, trabajando en favor del corte de la financiación de los talibanes y de la fragmentación de la difusa alianza insurgente. Finalmente, España tiene también que asumir la responsabilidad de mejorar el rendimiento de la Misión de Policía de la Unión Europea (EUPOL).

El presidente Rodríguez Zapatero ha hablado con entusiasmo sobre las perspectivas de una nueva época de cooperación entre Estados Unidos y España, y en mayo de 2010 será el anfitrión de una cumbre crucial entre Estados Unidos y la Unión Europea en Madrid.

Es obvio que el presidente Obama se ha esforzado en tratar al presidente Zapatero con el respeto debido a un aliado clave con el que comparte puntos de vista e intereses comunes. Por ahora, la importancia de esta relación está asumida, pero su valor puede ascender o caer. Afganistán es el test.

Edward Burke, investigador en el FRIDE. Traducción de Juan Ramón Azaola.