España está incapacitada para superar el odio

En el minuto 59 de la película Reservoir Dogs comienza la escena que consagró a Tarantino, cuyo talento para combinar la imagen con la música es comparable a la de su admirado Scorsese. El estatus icónico se lo dio el instante en que Michael Madsen pone la radio y un locutor presenta el tema de Stealers Wheel Stuck in the Middle with You, que el actor empieza a bailar, deambulando por la nave industrial vestido con una camisa blanca, corbata, tirantes oscuros, pantalones negros y una navaja en la mano.

La melodía pegadiza de la canción setentera quedaría para siempre ligada a esa impactante escena, pero el estribillo de hecho podría ser un lema de un partido centrista liberal: “Payasos a mi izquierda, bufones a mi derecha, aquí me tienes, clavado en el centro contigo”.

Tras 16 años en el poder (dos más de los que duró Felipe González, cinco más de los que duró Margaret Thatcher) Angela Merkel acaba de abandonar su cargo de canciller federal, dejando libres el puesto de líder de Alemania y su rol como dirigente de Europa, que ella se había ganado a pulso durante los tres lustros largos que ahora acaban con unas elecciones generales sin vencedores claros.

Recordemos que Alemania lleva casi siete décadas (desde 1953, cuando la CDU recién fundada por Konrad Adenauer sacó mayoría absoluta) gobernada por coaliciones, cuatro de ellas en formato de ‘gran coalición’ entre los dos partidos mayoritarios. Tres de las cuatro legislaturas de Merkel han estado presididas por esta modalidad de gobierno, la Grosse Koalition, acortada a GroKo por la prensa germana. Conviene resaltar que Alemania está gobernada por coaliciones auténticas entre partidos con ideologías distintas, no por coaliciones falsas como la que gobierna España en la actualidad, una coalición monocolor formada dentro de un mismo bando de los dos resultantes de la Guerra Civil.

Es decir, la falsa coalición española es defensiva y unilateral, mientras que la verdadera coalición alemana es extensiva y nacional.

Con el nuevo milenio, España se inició en lo que iba a ser el final del bipartidismo dinástico, que al final ha terminado siendo un desdoblamiento de personalidad de los dos partidos nacionales españoles, ambos en su peor versión, populista y extremista, que por momentos parecen los retratos de Dorian Gray de la corrupta élite política española.

Alemania tiene cinco partidos que, groso modo, cuentan con un equivalente español. La CDU conservadora sería el PP, el SPD socialdemócrata sería el PSOE, el FDP liberal sería Ciudadanos, el Die Linke de extrema izquierda sería Podemos y el AfD de extrema derecha sería Vox. El partido de los Verdes tiene en el país germano un apoyo popular que no tiene en España. La primera coalición de la democracia española no ha sido entre el PP y el PSOE, como lo fue en Alemania en 1966 entre la CDU y el SPD, sino entre el PSOE y su protuberancia ultraizquierdista Podemos. Y todo parece indicar que vamos camino de otra falsa coalición dentro del bando de la derecha, entre el PP y Vox.

Da la impresión de que la política española está genéticamente incapacitada para superar el odio a todo lo que no sea la propia tribu, que se traslada al coso nacional desde la atalaya pública financiada con los impuestos del electorado.

Los sistemas electorales turnistas como el estadounidense y el británico tienden a la polarización, mientras que las democracias multipartidistas que saben gobernar mediante coaliciones auténticas (como la alemana) confluyen hacia el centro, único lugar de encuentro posible.

Tras su agitadísimo pasado, Alemania es hoy un país centrado, equilibrado, que gobierna mediante el acuerdo y el pacto. El resultado final de estas elecciones generales producirá un gabinete que virará unos grados hacia la izquierda o la derecha, pero sin volcarse insensatamente hacia ninguno de los extremos ideológicos que, por otra parte, están sometidos en Alemania a un cordón sanitario que los aísla del poder ejecutivo.

España tampoco es ya bipartidista, porque el arco político se ha ampliado con un puñado de partidos nuevos, pero la calidad de la democracia no ha mejorado, ya que el país sigue dividido en dos mitades que protagonizan el mismo conflicto de clases que fue en buena medida la Guerra Civil.

Ochenta y cinco años después de estallar el conflicto, el resentimiento entre las dos Españitas está incólume: el maniqueísmo de los buenos y los malos, la conspiranoia como filosofía de la vida, la impunidad autoconcedida y la berroqueña posesión de la verdad. España es, al fin y al cabo, clasista como ningún otro país europeo de su entorno: la derecha clasista feudal y la izquierda clasista marxista. Superar la brecha izquierda-derecha es, para millones de votantes españoles, algo sencillamente imposible. ¿Se puede considerar España una democracia plena en estas condiciones? La respuesta es obvia: no.

Gabriela Bustelo es escritora y periodista.

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