España inteligible

Para escuchar música contemporánea, donde la experimentación reduce el lenguaje musical a su forma más elemental –los doce semitonos que conforman una octava completa– y en la que prima lo estructural y matemático sobre lo melódico –Arnold Schönberg y Alban Berg, entre otros–, es necesario saber leer música. Así pasa también con la historia donde, para comprender «el sistema vital» que compone cada tiempo, su cultura –por decirlo con Ortega y Gasset–, es necesario ahondar en la vida de aquellos que la hicieron y la entretejieron.

En las Memorias de luz y niebla que nos acaba de brindar Gregorio Marañón y Bertrán de Lis se abre paso el relato de una vida en la que la feliz conjugación de los ingredientes orteguianos de toda biografía –vocación, circunstancia y azar–, permiten al lector comprender «desde dentro» muchos de los pasajes y paisajes esenciales de nuestra historia más reciente.

Hombre de fe, su compromiso solidario con los más desfavorecidos se yergue como parteaguas en su itinerario vital su experiencia en Huéscar –sierra de Granada–, durante su etapa universitaria. Junto a su abuelo Marañón, de quien heredó el talante liberal y progresista, destacan como decisivas las influencias que recibió en su modo de comprender su proyección vital las personalidades de Juan Lladó y Jesús Polanco. Las páginas que dedica a ambos y a su paso por el Banco Urquijo y Prisa son enjundiosas y reveladoras de claves esenciales sobre cómo se preparó y se construyó –respectivamente– la Transición a la democracia. Del primero sobresale su labor como «faro de liberalismo y mecenazgo cultural» durante la dictadura –con contribuciones decisivas como el apoyo a la Sociedad de Estudios y Publicaciones o las alianzas en favor de viajes de ampliación de estudios que estableció con prestigiosas instituciones académicas como St. Antony’s College de Oxford o el Colegio de Europa en Brujas–. Del segundo describe minuciosamente su colaboración en el nacimiento, desarrollo y éxito de holding de comunicación junto a Jesús Polanco, y relata con precisión taquigráfica el inmerecido final que tuvo.

Marañón ha sido también clave de bóveda en el universo de la gestión cultural de nuestro país. Su intervención ha sido esencial en el devenir de instituciones como la Fundación Ortega-Marañón y el último nacimiento de la Revista de Occidente –a punto de cumplir su centenario–, el Teatro de la Abadía tan vinculado a José Luis Gómez, la Real Fábrica de Tapices o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando –de la que es miembro numerario desde 2004–. Imprescindible, en este sentido, es su convicción y liderazgo en la necesaria despolitización del Teatro Real y en el proyecto gerencial y artístico que han hecho del Coso madrileño referencia internacional. Aquí, las páginas que describen sus encuentros –y desencuentros– con directores, artistas y personalidades del mundo de la música harán las delicias de los más melómanos –con el decisivo protagonismo de Gerard Mortier y su proyecto y la profesionalidad e inteligencia de Joan Matabosch–.

Sobresale, igualmente, su simbiosis con la ciudad de Toledo, escogida por el propio Marañón como lugar de arraigo y «paisaje prometido» –otra vez con Ortega–, por cuanto significa también el Cigarral de Menores en su biografía emocional. Su bella casa toledana deviene de manera permanente en estas memorias como lugar de peregrinaje de amigos y conocidos que encuentran allí la «intimidad Marañón», en el sentido más extenso de la expresión. Aparecen también, claro, los diferentes avatares que han jalonado su público y permanente compromiso con la preservación y proyección de la imagen de la ciudad de las Tres Culturas al mundo; su decisiva participación en la creación y devenir de la Real Fundación de Toledo –esencial en el cuidado del patrimonio toledano–, su lucha por la preservación de los restos de la capital visigoda de Hispania o su liderazgo en la conmemoración del IV Centenario del Greco.

Si en Ortega la categoría esencial de la historia es «la vida», en Zubiri lo esencial es «la persona». Marañón reconoce como su mayor tesoro el legado de sus abuelos Marañón –significativas son las páginas que dedica a Lolita por cuanto su figura ha supuesto en la estirpe de los Marañón del último siglo–, la plenitud amorosa alcanzada con Pili Solís Martínez Campos, sus hijos –a quien dirige las memorias– y las peripecias compartidas con sus más íntimos amigos –él define la amistad como «volver a pasar por el corazón»–.

Para conocer a una persona, según Max Scheler, hay que dar con su ordo amoris, su motor o pulsión vital. A lo largo de estas páginas, en Marañón emerge su capacidad para entusiasmarse con aventuras de todo orden y el haber sabido «sobreponerse a lo inesperado, sabiendo que, casi siempre, podemos transformar la adversidad en fortuna».

Con esos blasones, su vida sortea con éxito los borrascosos mundos del poder político, económico y cultural, desde la oposición democrática clandestina hasta la deteriorada situación política, económica e institucional que atravesamos actualmente y en la que Marañón nos ofrece unas esclarecedoras páginas sobre lo más grave: la cuestión catalana.

Con un ritmo envolvente y trepidante –no en vano Marañón ha recibido, entre otras muchas distinciones, el premio Mariano de Cavia de periodismo–, en el acompañamiento a su viaje a Ítaca al que nos invita el autor –escrupulosamente anotado en cuanto se refiere a fechas y personas–, Marañón ofrece un vibrante recorrido por la historia y los entresijos de nuestro tiempo.

Inundatorio sería enumerar aquí a los que aparecen en estas memorias con distinta fortuna, como es normal en toda autobiografía. Con penetración psicológica excepcional, resulta estupefaciente la audacia con que Marañón radiografía las personalidades de todo que entonces ganaron, primero, la democracia y, después, modernizaron el país, superando el lastre secular del subdesarrollo político y económico. Se yergue así ante el lector los cuadros de hombres y mujeres –un auténtico quién es quién– de cuántos han conformado diferentes variables esenciales de nuestro tiempo, las claves que hacen, por decirlo con Julián Marías, nuestra España inteligible.

Antonio López Vega es director del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset (UCM).

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