España «Is not different»

Tanto compararnos para bien y para mal con Alemania —viejo pasado aparte—, y resulta que las historias contemporáneas de nuestros dos países parecen copiadas entre sí. ¿La Gran Coalición? Yo mismo la he citado repetidamente en numerosos artículos y comentarios de radio y televisión. Todo el mundo cita generalidades al respecto. Son pocos los que se dan cuenta de que la Gran Coalición alemana se parece casi milimétricamente a la que muchos reclamamos ahora para España.

Hablamos de 1966, cuando se derrumba el gobierno de coalición con alfileres entre el pequeño partido liberal —que casi siempre consigue jugar baza desde su pequeñez, llegando a colocar a alguno de sus miembros como presidente de la República— y la sempiterna unión de la CDU cristiano-demócrata y la potente CSU de Baviera, que juegan un papel al estilo de algunos hermanos-enemigos españoles, como por ejemplo el Partido Socialista español y el de Cataluña, o la CiU catalana de Tarradellas, Pujol y Mas —tan diferentemente peculiares en sus estilos— y la UDC de Duran Lleida, que no es precisamente barcelonés. Dejemos por el momento las referencias a los partidos tradicionalmente separatistas o independentistas de izquierdas, que tan terco galimatías han provocado en los pasados recientes años de gobierno en Cataluña.

Aquel año l966 fue la caída de la gloriosa CDU, que había hecho casi un mito de quien había sido alcalde de la vecina Colonia, Konrad Adenauer —a cuya casa mortuoria a orillas del Rhin asistí como corresponsal durante su larga agonía— y hecho de Bonn —gloriosa por ser el lugar de nacimiento de Ludwig van Beehoven— la capital de la República Federal, relegando a los socialistas de SPD a la oposición, puesto que Berlín, de la que el muy popular Willy Brandt era alcalde, estaba dividida y dirigida por Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña y Francia, las cuatro potencias victoriosas y ocupantes desde la Guerra Mundial.

En fin, que desapareció la hegemonía tradicional de la coalición CDU/CSU y la importancia, en aquel momento, del pequeño Partido Liberal (FDP), para dar paso a una Grosse Koalition, en la que al principio nadie creía, pero que obtuvo 468 afirmativos de 518 miembros del Parlamento. Yo recuerdo la frase preferida entonces por los grandes personajes herederos de Adenauer: «El Ausverkauft de Alemania», «la liquidación de Alemania».

Formaron parte del nuevo gobierno antiguos peces gordos del CSU, como Franz Joseph Strauss (un a manera de nuestro Fraga Iribarne en bávaro), que fue nombrado ministro de Finanzas y denostado por el premio Nobel Heinrich Böll en su novela «El honor perdido de Katharina Blum», inspirada en un hecho real, y con quien tuvo un proceso importante por haber enviado a la Policía a registrar su casa.

Entre los nuevos incorporados a la coalición desde la izquierda destacaban personajes como el ministro de Economía Karl Schiller, que ofrece una ley estable para revitalizar por primera vez la economía y la Acción Concertada. Con el paso de los años acabaría siendo consejero del Gobierno de Arabia Audí. Pero los dos personajes más conocidos de aquel nuevo gobierno fueron Kurt Georg, de Bade Wutenberg, elegido canciller, y el líder del SPD Willy Brandt, nombrado ministro de Relaciones Exteriores. En total, diez ministros de CDU/CSU y nueve del SPD.

Superando las dificultades económicas y las disputas por el presupuesto federal, cristianodemócratas y socialdemócratas (estos, después de diecisiete años de oposición) consiguieron ponerse de acuerdo para la adopción de una constitución de emergencia y la introducción de un sistema electoral. También tuvieron que ponerse de acuerdo para los «Contratos Alemania» y la «Ley de Emergencia». No tuvieron, en cambio, los problemas derivados de nuestra España de las autonomías; sobre todo, en relación con Cataluña, País Vasco y, de alguna manera, Galicia y Andalucía. Todas con menos tradición histórica independiente que Asturias, León, Castilla, Navarra, Aragón y un variado etcétera. Sobre todo, con mucho menor pasado independentista que Prusia, Baviera, Sajonia, Schleswig-Holstein, Bade-Wustenberg, Franconia, los países del Rhin, etcétera. No solo han superado sus diferencias históricas, sino que han conseguido hacer de sus dos Cámaras, el Bundestag y el Bundesrat, la Baja y la Alta, dos organismos muy eficaces y coherentes, a diferencia de nuestro Senado y nuestro Parlamento.

Es más, desde aquella Ley Fundamental de Bonn y la Gran Coalición posterior, la República Federal de Alemania ha conseguido pagar indemnizaciones a los vencedores de la II Guerra Mundial (en la que habían desembocado, incluidas las locuras de Hitler, las de la Gran Guerra), sin olvidar las debidas al holocausto judío.

Por si fuera poco, la actual Alemania se ha permitido el lujo de comprar o recomprar, según los casos, a casi todos los países de la Europa del Este. No le ha costado sangre, sudor y lágrimas, como a Gran Bretaña su participación en la guerra y sus errores preliminares en Checoslovaquia, pero sí una fortuna y un desequilibrio político del que parecía que no se podría reponer.

Mientras tanto, se hicieron y deshicieron en Alemania nuevas grandes y pequeñas coaliciones, llegaron y volvieron las derechas y las izquierdas, tuvieron presidente de los diferentes partidos políticos, incluido mi compañero de tertulia y amigo Walter Scheel, que supo hacerse famoso no solo como político, sino también como popular cantante en beneficio de diversas obras sociales. Hubo divisiones en el SPD y apareció la APO, oposición extraparlamentaria.

Estamos ahora dilucidando si Alemania abusa o no actualmente de su poder. ¿Nos exige demasiado? Quizás sí. Pero supo hacer sus deberes hace ya bastantes años y no le salió mal. ¿Quiere esto decir que los alemanes son más listos y capaces que los españoles? En otras cosas, según. Pero en la necesidad de hacer la Gran Coalición España y Alemania no son diferentes. Si a los españoles se les permitiera opinar sobre una gran coalición, sobre una ley electoral, sobre un adelgazamiento de las estructuras económicas y hasta sobre la España de las autonomías, me temo que el porcentaje de votos decisivos sería mayor que el de Alemania.

José Luis Balbín, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *