La falta de tejido industrial y la crisis económica hace presagiar que España seguirá el modelo irlandés del siglo XX.
La emigración de Irlanda se inició hacia mediados del siglo XIX con la llegada de la Irish Potato Famine (la Gran hambruna irlandesa) que provocó la salida de más de 2 millones de personas a otros destinos europeos. Las dos guerras mundiales, la aristocracia anglosajona y la falta de industria motivó la expulsión de los irlandeses de su país natal hacia la mayoría de naciones desarrolladas del mundo.
Se calcula que hay aproximadamente en torno a 80 millones de irlandeses, de los que solo residen en su país de origen algo más de cuatro millones, por lo que más de un 1000% de ellos hace su vida en el extranjero. Es la nación emigrante por excelencia del siglo XX.
El caso de España es similar y lleva camino de convertirse en la nación emigrante del siglo XXI. Sumida en una crisis económica sin precedentes, ya se han marchado más de 400.000 españoles en busca de trabajo desde 2008, distribuidos por los distintos rincones de los cinco continentes.
Los jóvenes, considerados como la mejor generación de la historia del país, se encuentran con una tasa de paro de población activa del 27%, un porcentaje de desempleo juvenil en torno al 57% y sin ánimo de mejorar a corto plazo. La emigración aparece como la única salida y posiblemente sin billete de vuelta para muchos de los que deciden un día poner rumbo al extranjero.
Ante una perspectiva poco halagüeña, debido a la corrupción política e institucional inherente y la falta de tejido industrial para crear puestos de trabajo, todo hace presagiar que en unas décadas habrá millones de españoles en todo el mundo que se sumarán a las decenas de millones que ya existen y son descendientes de españoles directos que Iniciamos la centuria con una desventaja sideral respecto de los países desarrollados emigraron paulatinamente desde el siglo XIX a causa de la falta de oportunidades.
Desde el punto de vista macroeconómico, los dos países tienen similitudes en la actualidad por la contracción del PIB, la subida de la tasa de paro y porque se encuentran en una fase de rescate económico regulado por la troika: la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo.
En el caso irlandés las expectativas son sensiblemente mejores que en el caso español. ¿Por qué? Principalmente por la creciente industria tecnológica asentada en Dublín y provincias colindantes, sumado al baluarte del primer idioma del mundo: el inglés.
El Celtic Tiger experimentó en los años noventa un crecimiento de su economía cercano a un promedio del 7% del producto interior bruto, más del doble de la media de la Unión Europea; y un crecimiento anual de las exportaciones cercano al 9% que, sumado al asentamiento de las firmas tecnológicas de información made in USA, provocaron el milagro irlandés.
IBM, HP, Google, Facebook, Apple, eBay, Amazon, Microsoft, Siemens o Intel se aprovecharon de la bajada del tipo al 12,5% en el impuesto sobre los beneficios de las sociedades y de un régimen fiscal que concede un crédito del 20% sobre el incremento del gasto en I+D para la empresa; además del 0% de impuestos sobre las exportaciones que van fuera de la Unión Europea.
Todo ello ha generado un ecosistema idóneo para el futuro de la nueva economía irlandesa, que ha propiciado la creación de más de 100.000 puestos de trabajo. Irlanda “ha sido y será uno de los líderes” a la hora de construir un nuevo consenso internacional sobre la “transparencia de los regímenes fiscales aplicados a las multinacionales”, en palabras del primer ministro Enda Kenny.
Ello hace pensar que España tendrá y deberá de aplicar un régimen fiscal distinto del actual para ser un polo de atracción de grandes multinacionales, que fomenten la creación de puestos de trabajo y propicien un ecosistema viable como lo hizo el país irlandés en su día. De lo contrario podría perder el tren de los países desarrollados.
Considerada España, desde la perspectiva de la industrialización, como perteneciente a la segunda generación de países industriales de Europa —debido a su retraso de casi un siglo en la Primera Revolución Industrial—, ha iniciado el siglo XXI con una desventaja sideral respecto a sus homólogos europeos.
Por ejemplo, el presupuesto de ciencia ha perdido 1.400 millones de euros (31%) entre 2009 y 2012, según la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce); y las becas doctorales para la próxima convocatoria se recortarán entre un 15% un 20%, menos de 1.000 anuales.
La situación es alarmante y solo la reconversión industrial mediante el fomento en I+D+i y el acceso al crédito para empresas innovadoras podrá revertir la tendencia. No será nada fácil y la economía española tardará muchos años en despegar.
La Irlanda de la pinta Guinness y la banda de música U2 ya se conoce también por ser el hub del negocio tecnológico y con un potencial enorme, a pesar de estar en el último tramo de rescate económico, debido a otro factor, y es que la mitad de la población tiene menos de 30 años. ¿Seguirá España el mismo camino de emigración y reconversión industrial?
Una consulta decisiva para el futuro de todos los ciudadanos debe reunir condiciones que garanticen que sea válida y democrática, los derechos y libertades están en juego.
El referéndum constitucional en Cataluña se aprobó por el 90%, la participación el 68% y fue aprobado por el 61% de los electores, esto es una mayoría reforzada y marca un precedente. Una consulta aprobada por una mínima mayoría no debe ser válida, ya que los electores pueden cambiar de opinión tiempo después.
La legitimidad democrática de un sistema político se fundamenta en que hay elecciones cada cuatro años, se eligen representantes a un Parlamento, la alternancia es posible y hay representatividad. En una consulta los electores no tienen estas opciones. Históricamente, dictadores y ciertos regímenes han utilizado el referéndum para legitimarse.
La pregunta debe ser concisa y clara, algunos electores pueden preferir ser consultados sobre otra opción y sentirse sin libertad de elección, se puede considerar más de una sola pregunta.
Otra cuestión es el derecho de las minorías en la consulta catalana, si se aprobase. Algunos ciudadanos pueden sentirse extranjeros en su tierra, no se le puede privar a nadie de su nacionalidad contra su voluntad. Si una ciudad o territorio vota en contra se le debe reconocer su derecho a decidir, esto es lo democrático y justo.
Hasta el momento no hay debate sobre estas cuestiones, en una sociedad democrática las alternativas deben discutirse y los ciudadanos tienen derecho a ser informados.— Guillermo Ayala Martínez. Algeciras, Cádiz. Por mucho que el nacionalismo catalán se empeñe en negarlo, Cataluña se compone de una mayoría silenciosa y de una minoría ruidosa. Para tener una imagen lo más fiel posible de la Cataluña política pueden utilizarse los resultados de las elecciones generales al Gobierno de España. Son los comicios donde más catalanes votan, más que para escoger al propio Gobierno catalán, lo que demuestra la prioridad sentimental y política de la Cataluña real. Y en los últimos comicios generales los partidos no nacionalistas (PSC, PP, IC y UPyD) sumaron una amplia mayoría de más del 55% de los votos catalanes mientras CiU y ERC apenas llegaron al 36%. Es obvio que existe una mayoría silenciosa, que contrasta con una minoría ruidosa muy bien pertrechada de dinero, apoyos y altavoces.— Francisco Gombau. Girona.
Roberto García Delgado es doctorando en Estructura y Tecnologías de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Emigrante en Irlanda.