España, la realidad de un deseo

Sostienen los filósofos pesimistas que lo peor del deseo es que llegue a convertirse en realidad. Los hedonistas, por el contrario, sostenemos que la tentación no existe, sino que es una realidad disfrazada de deseo. Quisimos tanto a la selección española de Sudáfrica que el deseo de todos nosotros, ciudadanos españoles, se cumplió como se cumplen siempre las realidades de los españoles: con mucho sufrimiento, con sensaciones dubitativas, con una fe que ya quisiera para él cualquiera de los carboneros que cargan con esa leyenda. ¿Cuál fue el secreto de verdad para ganar el Mundial de Sudáfrica? El fútbol, según se sabe porque lo dijo una vez Gary Lineker, es un juego que inventaron los ingleses para que siempre ganaran los alemanes. En los últimos años, el fútbol admite mucho más que una definición. Va la mía: es un juego mucho más complicado de lo que la gente se cree, un juego del que según parece todo el mundo sabe, un juego que inventaron los ingleses para que ganáramos los españoles. Y repito mi pregunta: ¿dónde está el gran secreto del triunfo? En la paciencia en la cancha, primero que nada. Y, antes, en la lenta y sabia preparación física y anímica de un grupo que, por dentro y por fuera, es excepcional. Nunca fuimos así, tan solidarios ni tan creyentes en la fe del compañero. Nunca fuimos tan creativos, tan divertidos, tan estéticos, tan armónicos. Nunca fuimos tan brasileiros, ni tan científicos, ni tan conjuntados. Nunca fuimos lo que estos muchachos han demostrado que podemos ser. Porque el fútbol también es una metáfora y posee una lógica interna que solo conocemos quienes conocemos por dentro el fútbol, bien porque esa pasión nos ha hecho estudiar, más allá del simple deporte, ese fenómeno de masas y amarlo hasta más allá de lo razonable, bien porque en alguna parte de nuestras vidas soñamos con llegar a ser uno de esos futbolistas españoles que acaban de ganar la Copa del Mundo en un gran país africano.

En cuanto al fútbol mismo: ya no se puede jugar bien sin que «los ingenieros de caminos, canales y puertos» se hagan cargo del campo y lo midan, cuadriculen, triangulen, cubiquen y articulen según su saber y entender de sabios. ¿Por qué el Barça hace el mejor juego del mundo? Por la misma razón que lo hace la Roja: los ingenieros, que fabrican la armonía e imaginan el paso del adversario antes de que ese mismo adversario piense o imagine el paso o el pase que está a punto de dar, son los dueños del proyecto y los responsables del resultado. Xavi Hernández, Sergio Busquets, Andrés Iniesta, Cesc Fábregas, David Silva y Alonso son esos ingenieros de campo de la Roja, donde nace el imaginario de un baile que parece de mariposas en el aire; un baile colosal que semeja a los patinadores sobre el hielo, que se inventan en ese mismo baile pasos inéditos capaces de levantar la sorpresa, la admiración y la ilusión en los espectadores y aficionados.

Si a los ingenieros geniales añadimos una defensa cuyo músculo reside en la cabeza, en la memoria de los mejores y en el estilo de quienes se saben y se quieren los mejores, queda todo dicho de la zaga. Muchas veces vemos defensas que piensan con los pies y rematan con la cabeza. Y luego pasa lo que pasa. Pero cuando se sabe a ciencia cierta que es la cabeza la que tiene que dar la orden al músculo, y no al revés, lo más lógico es que la lógica interna del fútbol triunfe, con o sin dificultades, con o sin artificios. ¿Cómo no va a haber fe en Villa, en Torres, en Llorente o Pedro, cómo no va a haber fe en Navas? Son gentes que han superado complejos, lesiones, problemas personales, gentes que han madurado sabiéndose privilegiados, llamados a ser los dueños de una gloria que nunca será efímera, atletas internacionales que se abrazan a su destino como las cariátides a sus columnas: con el estilo superior de la estética. Dejo para el final a un héroe poco común: Iker Casillas. Sigo los pasos de este gran futbolista desde que era un joven prometedor. Siempre dije que sería el mejor guardameta del mundo. Mantuve siempre que era uno de los pocos porteros del mundo que atesoraba todas las características de los mejores: fe en sí mismo, reflejos de gato montuno, elasticidad de tigre, estática cabeza de caballo ganador. Humano y verdadero, Iker Casillas ha tenido que aguantar desde que nació hasta ahora mismo ciertas incomprensiones trogloditas que no entienden todavía el tiempo que estamos viviendo. Su beso de verdad a Sara Carbonero no es una anécdota. A mí me supo a gloria, como si lo hubiera dado yo mismo. Cuando a veces se le pone en duda, si estoy presente en esa conversación, lo más seguro es que acabe defendiendo como un loco a quien, en el Real Madrid y en la selección española, me ha dado (nos ha dado hasta hoy y nos seguirá dando, estoy seguro) tantas satisfacciones a los aficionados al fútbol.

El otro día, en un almuerzo del ABC Cultural, Domingo-Luis Hernández nos sorprendió diciendo que él tenía un documento escrito por Jorge Luis Borges donde el escritor argentino afirmaba que era de River. Le contestamos diciéndole que sabemos lo que Borges, como otros intelectuales y escritores, odiaba el fútbol. Por ciertas vulgaridades, por determinadas, frecuentes e innecesarias violencias, porque creen que los vociferantes en un campo de fútbol llaman a la guerra… Esta temporada del Mundial me he reído mucho viendo a gente que nunca se ha interesado por el fútbol escribiendo sobre el baile de la Roja como si suspiraran de qué estaban escribiendo. Y no solo bellísimas presentadoras de televisión, sino también intelectuales violetas o no, de más tomo que lomo, y repugnantes de todo aquello que no sea pensamiento crítico. La realidad y el deseo no van siempre en paralelo. A veces, ya lo ven, se juntan. En el césped del Soccer City, durante la eufórica celebración de los campeones, dos catalanes triunfadores, Xavi Hernández y Puyol, se envolvieron en la bandera catalana. Alguien me dijo que eso no estaba bien. ¿Cómo que no? Esa bandera también es española, es mía, que soy insular canario, como lo son todas las banderas que en la noche del domingo gritaban un triunfo que nunca habíamos tenido y que nos convertía en los mejores del mundo en ese deporte que llamamos Rey y que es el fútbol.

¿Qué decir de «el hombre tranquilo»? Conozco a Vicente del Bosque desde que era ingeniero de caminos, canales y puertos en el club de mis amores, el Real Madrid. También estuve de acuerdo en que fuera entrenador del Real Madrid y me molesté como socio y aficionado cuando se prescindió de él y de su equipo. A Tony Grande se lo dije una noche en el palco presidencial del Bernabéu. Ahora «el hombre tranquilo» es el mejor. Sus teorías sobre estrategia, técnica y teórica futbolísticas se han llevado a la práctica con talento, humildad, generosidad y sosiego: una obra de arte deportivo. De modo que lo siento mucho. Lo siento mucho por los que no les gusta el fútbol. Y me alegro mucho por los que no les gusta España.

J.J. Armas Marcelo