España necesita más anarquistas

Frente al extendido conservadurismo de nuestra sociedad, la aparición de los nuevos anarquistas es un destello que descubre, por contraste, las ingenuas creencias de los españoles.

Por supuesto, no me refiero a los bucaneros con chola de palo que estos días han amenazado Madrid, sino a los youtuberos que hacen de su capa un sayo. Tan ancho, que incluso se atreven a explicar por qué se piran a Andorra.

Su actitud es una ofensiva contra el mantenimiento de propuestas personales y económicas que lastran el desarrollo de España en la economía del siglo XXI. En seguida lo entenderán.

Mientras que en Alemania o Reino Unido sólo el 40% de sus ciudadanos opinan que el Estado debe ocuparse de procurarles unas condiciones de vida dignas, la cifra está cerca de doblarse entre los españoles.

¿Sorprendido? Si es así, aún más le va a sorprender que esta desviación porcentual patria tenga su origen en una mayoría izquierdista declarada, que a su vez cree casi por unanimidad (un 85%) que la administración ha de resolver sus problemas.

Una dependencia que se prueba nefasta en nuestra juventud, la más izquierdista de Europa. Por desgracia, (“¡Houston, tenemos un problema!”) la realidad se opone a la ideología, como casi siempre. De forma ineludible, cada vez son más los españoles dependientes del sector público y menos los que trabajamos en el sector privado. Una situación insostenible, siquiera a corto plazo.

Vistos los datos y la marcha de nuestro déficit público, es obvio que la juventud española necesita una revolución a golpe de anarquismo civilizado. Un liberal puro no es más que una anarquista. Un aspirante a la ausencia de jerarquía por la vía pacífica.

Enfrente se sitúan los anarcoviolentos que no evolucionan, empeñados en reproducir el grosero malentendido de que el anarquismo ha de manifestarse de forma violenta y contraproductiva.

La forma en que los partidos políticos reaccionaron en primera instancia a ambos fenómenos (youtuberos y quebrantalunas) explica en parte la actitud de estos jóvenes, así como la decadente realidad de nuestra clase política.

Anclados en sus vicios ideológicos e inmóviles por sus intereses (que estos días surcan las elecciones madrileñas), cada cual es fiel a sus cachorros, cada uno protege a su camada.

La extrema izquierda se solidariza con los gamberros malnacidos y la nacionalista pretende que los violentos aprieten en la calle, alterando el orden.

Al Gobierno le parecen mal unos y otros, por lógica directiva y socialismo Dios mediante: en la izquierda, la tendencia mayoritaria de los españoles según la encuesta de usos europeos de la Fundación BBVA, está su caladero.

Por fin, la derecha carga contra los violentos y aplaude a los visionarios digitales. Unos de forma abierta, otros más recatados, temerosos de las reacciones de las hordas implacables de las redes.

No es el propósito de este texto juzgar la marcha de los showmen digitales (a pesar de que uno piense que la libertad es la esencia de la justicia), sino la de señalar como un patrón de nuestro tiempo su pretensión de ganarse la vida con su propio trabajo y su propio ingenio allí donde sea.

Es decir, su anarquismo liberal.

Decía Josep Pla que hay liberales conservadores y liberales anarquistas. Antonio Escohotado precisa que el anarquista puro es aquel que quiere modular el poder, templarlo con el fin armónico de que no secuestre la libertad ni la iniciativa del individuo.

Son los sucesores de Rousseau, quien de una tacada sentó las bases de las democracias liberales y definió el anarquismo en su forma más pura: el que lucha, no contra el poder legítimo y el poder que otorga el trabajo excepcional, sino contra quien lo obtiene de forma corrompida, fosilizada. La que utilizan nuestros partidos políticos con sus soflamas panfletarias de alguna verdad y continuos engaños.

Este humilde escribidor comparte la actitud global de los migrantes digitales. Su empeño en poner el debate sobre la libertad personal y de empresa encima del tablero.

Pero en lugar de aprovechar la embestida, coger el toro por los cuernos y mostrar a los españoles el camino del futuro a través del esfuerzo individual y empresarial, el Gobierno aprieta las tuercas fiscales más allá de lo razonable y en contra de la actual corriente europea.

Nuestro país está lejos de los más prósperos. Incluidos los añorados escandinavos, que se caracterizan por conceder a su economía una espontaneidad de la que carece la nuestra.

Lastrados por un gasto público creciente, por la carga impositiva y por la inflexibilidad del mercado laboral, el margen de emprendimiento español se anquilosa sin remisión. Y con él, nuestro progreso.

Una circunstancia suicida en una economía globalizada en la que los Estados más prósperos y sociales (insisto, también los nórdicos) siembran una libertad de empresa muy alejada de los estándares de nuestra izquierda.

Lo más melancólico y descorazonador de su ceguera es que se denominan progresistas cuando están cerca de ser, números cantan, los más conservadores de Europa.

José Luis Llorente es profesor de Derecho, expresidente del sindicato de jugadores ABP y exjugador del Real Madrid de baloncesto.

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