España no se dejó seducir por la derecha (y por eso busca el centro)

Al igual que en Estados Unidos, Italia o Hungría, la derecha populista decía tener una oferta irresistible para los españoles: una revolución conservadora y antiliberal centrada en el rechazo a la inmigración, la exaltación del patriotismo sentimental y la llamada a la confrontación. Los votantes han preferido la moderación y el centro político, lo que ha confirmado a la península ibérica —Portugal y España— como dique de contención frente al nuevo radicalismo europeo.

España no se ha dejado seducir por una derecha que, desde su descripción del discrepante como un “traidor” a su calculada ambigüedad en la defensa de conquistas sociales, proponía un país más intolerante. El presidente Pedro Sánchez debería utilizar su victoria del domingo para promover justamente el modelo contrario y liderar, en un parlamento fragmentado, un diálogo nacional para afrontar los grandes retos del país.

Ese objetivo será más fácil después de que la irrupción de la extrema derecha, con un 10 por ciento de los votos y veinticuatro diputados, haya quedado por debajo de las expectativas. Con esos números, su participación en políticas de consenso pasa a ser irrelevante. La izquierda populista de Unidas Podemos también pierde apoyo, se dejó un cuarto de sus votos. El principio de que las elecciones se ganan en España al conquistar el centro se ha confirmado, quizá porque en la memoria histórica nacional siguen pesando las consecuencias de la confrontación. “El futuro ha ganado y el pasado ha perdido”, dijo Sánchez tras su victoria.

El presidente español ya ha anunciado que, a pesar de no tener una mayoría absoluta, tratará de gobernar en solitario. Es una opción que le permite buscar alianzas en la izquierda con Podemos en temas sociales, donde existe afinidad, o pactar medidas económicas con los liberales de Ciudadanos, que pasa a ser la tercera fuerza política del parlamento. O al revés: Sánchez ha demostrado en el pasado estar dispuesto a moldear sus propuestas por interés electoral y oportunismo político. España tendrá ahora ocasión de saber qué piensa realmente.

El líder socialista ha vuelto a demostrar su instinto de supervivencia. Llegó a la política como un desconocido y en 2014 sorprendió al hacerse con el control del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Dos años después había sido defenestrado entre intrigas internas y, tras dejar su escaño en el congreso, fue dado por muerto. En lugar de rendirse, optó por ponerse al volante de su viejo Peugeot, recorrer España y llamar a la puerta de los militantes socialistas. Después lanzó una campaña para recuperar el liderazgo del partido, en un viaje que le llevaría a ganar la presidencia del país en junio de 2018 tras una moción de censura contra Mariano Rajoy. Después de ocho meses de accidentada legislatura, y obligado a convocar elecciones por falta de apoyos, sus adversarios volvieron a escribir su obituario político. Una vez más, se equivocaron.

El presidente, legitimado por el resultado electoral, necesitará del mismo arrojo demostrado frente a sus adversarios para atraerlos al consenso si quiere que su presidencia tenga algún impacto. Debe su victoria a la movilización de la izquierda y los moderados, que hicieron caso a sus mensajes alarmistas sobre la irrupción de Vox. La pregunta es si su giro al centro durante la campaña fue sincero y una vez logrado el objetivo está dispuesto a gobernar no solo para quienes le votaron, también para quienes no lo hicieron.

La primera prueba de fuego estará en Cataluña, donde el nuevo escenario político abre posibilidades de avances. Tanto el Partido Popular (PP) como Vox proponían la suspensión inmediata de la autonomía catalana si ganaban las elecciones. Sánchez es partidario del diálogo incluso con los independentistas radicales. Uno de sus grandes desafíos será frenar el crecimiento del separatismo, que ha visto triplicar su apoyo en la última década. El presidente tendrá que abrir el debate sobre el modelo de Estado, construir un relato atractivo para asentar una mayoría partidaria de seguir perteneciendo a España y buscar maneras de reparar la fractura social que ha partido a Cataluña en dos.

Los socialistas van a disfrutar de una luna de miel más allá de los cien días de cortesía que se conceden a los ganadores. Su principal partido opositor, el PP, ha salido seriamente perjudicado de las elecciones y sin apenas fuerza para presentar batalla. El PP, que gobernaba el país hace tan solo un año, obtuvo los peores resultados de su historia. La formación ha vivido un extraño caso de autodestrucción; primero, al dejar que la corrupción carcomiera sus filas y, después, al optar por un giro a la extrema derecha que tuvo un doble efecto: no impidió que sus votantes más radicales se fueran a Vox y ahuyentó a los más centrados, que optaron por Ciudadanos. Pablo Casado, el líder del partido, debe presentar su renuncia y dejar que otro dirigente refunde a la formación y la regrese a posiciones que nunca debió abandonar.

Casado no ha sabido leer la España de 2019. Aunque el conflicto en Cataluña ha despertado un nacionalismo excluyente y ha permitido a la extrema derecha obtener representación, la mayoría de sus ciudadanos siguen apostando por un país socialmente avanzado, rechazan cualquier compromiso sobre libertades civiles ya conquistadas y, más allá de la división, piden políticas efectivas que solucionen los problemas del país.

La responsabilidad de Sánchez va, pues, mucho más allá de medidas concretas y descansa en su capacidad de coordinar ese gran pacto nacional en asuntos relevantes para la población. El fracaso de los partidos tradicionales europeos en atenderlos ha permitido a los movimientos radicales avanzar por el continente, que se alimentan de la desafección que provocan líderes que incumplieron sus promesas, gobernaron para la minoría o defraudaron a votantes que se sienten traicionados por el sistema.

España, con un paro que dobla la media de sus vecinos europeos, una clase media aún herida por los efectos de la Gran Recesión de 2008 y una desigualdad en aumento, ha dado otra oportunidad a los partidos tradicionales —el PSOE de Sánchez es un partido centenario—, y al modelo que propone. Si no cumple las expectativas, los partidarios de una alternativa más intolerante tendrán una nueva oportunidad.

David Jiménez es escritor, periodista y colaborador regular de The New York Times en Español. Su libro más reciente es “El director”.

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