España responde a Chávez a la americana

Frente a Hugo Chávez, el Gobierno español tenía dos opciones, la estadounidense o la marroquí, y ha elegido la estadounidense. La dirección del PP pide al Gobierno que responda a Venezuela igual que respondió Marruecos a España la semana pasada: llamando a consultas a nuestro embajador en Caracas, protestando enérgicamente y compareciendo el ministro de Exteriores en el Congreso. Los EEUU y su presidente, George Bush, que reciben a diario ataques parecidos y más duros de Chávez, jamás han respondido de esa manera. Es posible que haya que tomar algún día decisiones parecidas o, incluso, más duras, pero la crisis no ha alcanzado la gravedad necesaria para hacerlo y, si el Gobierno siguiera ahora los consejos del PP, los daños superarían a los beneficios.

La racionalidad y los intereses de un Estado serio y fuerte aconsejan, pues, prudencia, tanto con Chávez como con Marruecos, dejando claro sin la menor sombra de duda una firme disposición de defender por todos los medios disponibles los intereses personales y materiales de nuestro país si se vieran seriamente amenazados. Las señales del Gobierno podían haber sido, sí, más claras para conseguir un mejor efecto disuasorio, aunque con Chávez nunca se sabe.

Con la receta del PP, los 300.000 españoles afincados en Venezuela -más de cien mil de ellos con derecho a voto en España-, la media docena de multinacionales españolas que han invertido en ese país desde 1999 unos 1.700 millones de euros (Santander, BBVA, Repsol, Telefónica, Mapfre y Prisa sobre todo) y -lo más importante- la posición diplomática y la miríada de proyectos multilaterales de España en el continente sufrirían un desgaste innecesario. Sólo si damos por válida la hipótesis de que la respuesta marroquí estuvo justificada se pueden defender las demandas del PP contra Chávez.

No tiene nada que ver -contesta con razón el PP- un viaje de los Reyes a Ceuta y Melilla con los insultos de Chávez a Aznar y sus desvaríos contra la España de Colón por haber explotado la América que encontró, buscando otro mundo, hace más de 500 años. El problema es que, en política internacional, la percepción de la realidad, por evidente que a cada uno le parezca, es tan importante o más que los hechos, y es obvio que Chávez considera tan justificados sus improperios contra Aznar y contra España como el rey de Marruecos sus reclamaciones de soberanía sobre Ceuta y Melilla.

Nuestro Servicio Exterior y nuestro Gobierno, por sus reacciones, parecen comprender mejor, aunque también la rechacen de plano, la respuesta en caliente de Rabat que los vituperios rumiados durante semanas por Chávez para desviar los focos de la última Cumbre Iberoamericana hacia su persona, difuminar sus graves problemas internos y atizar un poco más la lumbre de su proyecto hemisférico, radicalmente contrario al de las principales potencias regionales -Brasil, Chile, Argentina, México y Colombia- y a años luz del de los EEUU.

El PP lleva repitiendo machaconamente desde 2004 que el Gobierno de Zapatero se ha aliado con los regímenes más radicales de Iberoamérica: los de Chávez, Fidel, Evo, Correa... En sus críticas -tal vez justificadas en los primeros meses de la legislatura- ha recuperado la vieja metáfora del eje, tan socorrida como Nuestra Señora de la Mediación en la diplomacia española.

Los acuerdos, las inversiones, las visitas oficiales y los contactos diplomáticos rutinarios muestran claramente que los socios privilegiados de España, tanto hoy como en tiempos de Aznar, son Chile, Brasil, Argentina, Colombia y México, de modo que si existe algún eje, tiene poco que ver con el que el PP se empeña en pintar en las ruedas del Gobierno. Insistir en lo contrario puede dar algunos votos, pero no se corresponde con los hechos.

Si por algo se ha caracterizado la diplomacia con Venezuela desde hace dos años es por el esfuerzo para sujetar las bridas de un caballo desbocado, apagar incendios y preservar, mal que bien, los intereses españoles en Venezuela y en los países vecinos. El Gobierno considera que, a no ser que Chávez se empeñe en echar más gasolina al fuego, ya ha respondido con suficiente energía con las palabras del Rey y del presidente, que no está justificado llamar al embajador y que Miguel Angel Moratinos comparecerá para dar las explicaciones necesarias, como ha hecho siempre, a los diputados.

Los dirigentes del PP han ignorado, respetándola por supuesto, la respuesta templada y sensata de Aznar y, con todo el derecho pero equivocadamente, han atribuido los desmanes de Chávez a los coqueteos del Gobierno con el dirigente venezolano tras la victoria de 2004. Cualquier observador atento a la trifulca que Chávez montó el año pasado con Alan García y Alvaro Uribe, o en 2005 con Vicente Fox, que acabó en la retirada de embajadores durante meses, sabe que Chávez se alimenta de estas crisis, las necesita para su ego y, sobre todo, para su imagen de rebelde, contestatario y revolucionario, tanto como su incomparable tostón dominical radiotelevisado.

Un repaso de los 14 encuentros que, según Exteriores, mantuvieron Aznar y Chávez antes de marzo de 2004, de las inversiones realizadas en Venezuela por España antes de volver el PSOE a La Moncloa y de los acuerdos de ventas de armas a Venezuela por los Gobiernos del PP muestra unas relaciones más fructíferas con Caracas, con diferencia, que las mantenidas desde 2004.

Felipe Sahagún, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.