España será clave para la autonomía energética de la UE

El precio de la electricidad ha superado la barrera de los 500 €/MWh. Tal es el resultado de la escalada provocada por el alza en los precios del gas. Este aumento, descontrolado por la invasión rusa de Ucrania, ha terminado de rematar una espiral inflacionaria que está pasando una gravosa factura a las previsiones económicas de toda la Unión Europea (UE). También a las de España.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en su visita a la sede de Red Eléctrica de España. Europa Press

La guerra siempre genera efectos colaterales y la actual no iba a ser una excepción. Pero la UE no puede aspirar realmente a sobreponerse mientras siga dependiendo en exceso del gas fósil procedente de Rusia. En Alemania, por ejemplo, el gas ruso supone el 55% del consumo total.

El conflicto en Ucrania ha reactivado la cohesión entre los Estados miembros de la UE en materia de defensa. La guerra también ha puesto de relieve que la seguridad energética comunitaria requiere alcanzar a medio plazo una autonomía estratégica. Y diversificar inmediatamente las fuentes de suministro de gas.

España tiene en su mano las claves para alcanzar ambos objetivos. Y ante un conflicto bélico como el actual, esa capacidad se convierte en una obligación. Cada vez son más las voces desde las instituciones comunitarias y la OTAN que coinciden en que España tiene una misión en este contexto. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, señaló el sábado en su visita a España que el papel de esta es fundamental para contribuir a la independencia energética. Y, de paso, apuntalar el proceso de Transición Ecológica hacia las energías de origen renovable.

Para empezar, España puede consolidarse como puerta de entrada del gas natural licuado (GNL) que llega por vía marítima hacia el resto de Europa. Dos son los factores que confieren a nuestro país una ventaja estratégica para asumir este papel.

El primero es su posición geográfica. Al encontrarse en la encrucijada entre el Atlántico, África y el resto de Europa, más del 40% del suministro llega a través de metaneros. Esto contribuye a que seamos el país más diversificado de la UE, con suministros procedentes de doce países. Entre ellos, Rusia es un socio minoritario. Sólo representa en torno al 10% del consumo total, frente al 35% del gas procedente de Argelia. Una situación que nos coloca en una posición de partida más resiliente que la de otros países europeos. Ellos no pueden permitirse alterar a la ligera sus fuentes gasísticas sin comprometer su suministro.

El segundo factor clave es la existencia de una importante infraestructura de regasificación. España cuenta con siete plantas regasificadoras de las veintiuna que hay operativas en la UE. Representan un tercio del total y pueden regasificar hasta 60.000 millones de metros cúbicos al año.

Poner este potencial al servicio de la seguridad energética de la Unión no será posible mientras no elevemos los niveles de interconexión con los mercados gasistas europeos. Nuestra escueta infraestructura transfronteriza de gas justifica considerar a España una isla energética.

De ahí que en las últimas semanas haya aumentado la conciencia sobre la necesidad estratégica de incrementar la capacidad de interconexión gasista entre España y el resto de Europa. El objetivo de convertir nuestro país en un hub gasístico europeo cuenta con el aval y la financiación de la UE.

Entre todos los planes ha recobrado fuerza la idea de retomar el proyecto del gasoducto Midcat para conectar España vía Cataluña con Francia y el centro de Europa. Este proyecto duplicaría la capacidad de distribución al exterior elevándola hasta los quince bcm anuales. Los mercados europeos abandonaron la iniciativa tiempo atrás por falta de interés. Pero la actual crisis energética y la debilidad a la que aboca la dependencia de Rusia han dado la vuelta a la situación.

Este no es el único potencial con el que España puede contribuir a la seguridad de suministro de Europa. En el medio plazo, la única solución permanente para la seguridad energética europea es apostar por un despliegue masivo de las energías renovables. También la única que garantiza su autonomía estratégica respecto a otras regiones globales. Y para que ese objetivo se haga realidad, España es un actor fundamental.

Considerando solo la energía solar fotovoltaica, nuestro país posee empresas líderes a nivel mundial en segmentos clave. Innovación tecnológica, ingeniería o fabricación de componentes como seguidores, estructuras o transformadores. Estos elementos suponen el 65% del coste de un panel. El desarrollo de la industria fotovoltaica tiene un gran retorno socioeconómico para España. Más de 8.000 millones de euros de contribución al PIB nacional y más de 60.000 puestos de trabajo.

España tiene mucho que aportar. Y hacerlo implica poner en valor nuestra industria nacional. Promover la fotovoltaica en Europa no sólo contribuye a fortalecer de forma estructural la resiliencia energética de la UE. También supone para nosotros una apuesta estratégica, del mismo modo que para Francia lo es defender su industria nuclear.

Ambas cuestiones generan sinergias muy importantes para un futuro en el que el gas será desplazado progresivamente por el hidrógeno verde. La producción de hidrógeno renovable a través de electrólisis es hoy por hoy demasiado cara para su producción comercial para un consumo a gran escala. Pero se trata de un mix energético con una gran penetración de las renovables en el que se producen de manera recurrente picos de generación eléctrica a causa de la variación intrínseca de los recursos renovables. Usar ese excedente para la producción de hidrógeno verde se convierte en una opción viable y deseable como sistema de almacenamiento.

Además, la actual red de infraestructuras gasísticas puede aprovecharse previa adaptación para la distribución de hidrógeno. Ambos aspectos hacen que España pueda disponer de unas bases muy ventajosas para posicionarse como uno de los principales productores europeos de hidrógeno verde. Para ello debe poder contar con interconexiones adecuadas con el resto de Europa. Una cuestión esencial para consolidar y asegurar el éxito del actual proceso de Transición Ecológica y alcanzar la neutralidad climática para 2050.

España tiene una misión que cumplir. De la convicción y el compromiso a la hora de aceptarla y de las decisiones que se tomen en los próximos meses dependerá su éxito. Y, con este, la posibilidad de decantar la balanza de la guerra a favor de Ucrania y por extensión de la UE. Y en ese marco, la próxima presidencia española del Consejo de la Unión Europea en 2023 puede ser la oportunidad definitiva para materializar esta apuesta estratégica. Trabajemos hasta entonces para que se haga realidad.

Ramón Mateo es director del gabinete de incidencia pública beBartlet.

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