España tiene una oportunidad de volver a la primera fila internacional

Rudyard Kipling lo llamaba "el Gran Juego" en las páginas de la inolvidable novela Kim. El escritor usó el concepto para ilustrar el tablero mundial donde se tejían alianzas y se urdían guerras en el marco de la pugna entre los imperios ruso y británico del siglo XIX.

El Gran Juego es un término más elegante que el germánico realpòlitik y sirve para denominar un tipo de política habitual en las relaciones internacionales, más pragmática y realista y despistada con los seráficos valores y principios éticos.

El Gran Juego de hoy, un siglo después de Kipling, demuestra algunas realidades. Como que Oriente Medio ya no le interesa a nadie, que el polo de atracción del mundo se enclava ya en el Indopacífico y que la diplomacia ha cambiado.

Las naciones están hilvanando sus propias redes con otros países. Países en ocasiones improbables en lo geográfico, en lo militar e incluso en lo cultural.

Estas redes cuentan con grupos de trabajo internacionales que coordinan agendas por materia y zona. Y el Indopacífico es el principal tablero de juego, con numerosas alianzas y entes que se están desarrollando a una velocidad vertiginosa.

Una de las ententes más conocidas y longevas (ya ha cumplido quince años) es el Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), conformado por Estados Unidos, India, Japón y Australia. Sus estrategias se centran en las cuestiones de seguridad y el intercambio de inteligencia. Pero en ocasiones va más allá y el grupo acomete acciones comunes. Como la producción y distribución de vacunas contra la Covid-19 en los cuatros países.

Otro ejemplo es el AUKUS, que tiene la puesta en escena más potente del concierto internacional. El AUKUS es la alianza entre Australia, EEUU y Reino Unido para contrarrestar el peso de China en materia de seguridad y defensa. También incluye un goloso montón de litio aussie entre bambalinas.

Uno de los platos fuertes es el proyecto del I2U2, sumamente ambicioso e ilustrativo del mundo de hoy. Los ministros de Asuntos Exteriores de Israel, India, Emiratos Árabes Unidos y Estados Unidos conformaron este bloque en otoño de 2021 para estrechar lazos diplomáticos y colaborar activamente en seis sectores fundamentales: agua, energía, transporte, espacio exterior, salud y seguridad alimentaria.

Los primeros frutos no se han hecho esperar. El grupo ya ha anunciado una inversión de 2.000 millones de dólares en India, así como asistencia tecnológica israelí y estadounidense para mejorar las estructuras agrícolas y de energía del país asiático. El papel de Emiratos Árabes Unidos es el de dinamizador del capital necesario.

Con el I2U2, India, además, adquiere prestigio gracias a un perfil equidistante entre Oriente y Occidente, y pasa, definitivamente, a la primera división internacional también en lo diplomático. Aunque miembro de los siempre sospechosos BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sus crecientes roces con China se están incrementando hasta el punto que de que un enfrentamiento con el gran dragón de oriente parece inevitable.

El perspicaz lector se percatará de que el denominador común de la mayoría de estas ententes es Washington, que se encuentra en plena efervescencia diplomática en los últimos años con el objeto de maniatar a Pekín.

Pero hay más. India, Francia y los Emiratos Árabes Unidos han iniciado un nuevo diálogo trilateral, a nivel técnico, para explorar cooperaciones en el Indopacífico.

La propia Francia ha estrechado lazos en las últimas décadas con Egipto y con Nueva Deli buscando soluciones a problemas actuales y potenciales.

La inestabilidad del Mediterráneo oriental y del estrecho de Ormuz, y el caos energético y alimentario provocado por la invasión rusa de Ucrania, han impulsado a los galos a intensificar su agenda con Egipto e India para establecer las bases de un corredor estratégico que conecte el Mediterráneo con el Indopacífico y cooperar firmemente, pero con flexibilidad, en una estructura informal.

Aún por cristalizar, parecen también fundamentales los acuerdos en materia de seguridad marítima, cables submarinos y producción alimentaria. No hace tanto, el bloqueo del carguero Evergreen nos recordó la enorme importancia geoestratégica del canal de Suez.

No deja de ser llamativo el protagonismo que Egipto, habitual actor secundario, está dispuesto a asumir. Por la guerra de Vladímir Putin, El Cairo se ha posicionado como socio geoestratégico de Europa aprovechando su condición de productor de gas para el Mediterráneo oriental. Además, como mayor importador mundial de trigo, se ha visto especialmente afectado por la guerra, por lo que ha apostado por India y Francia como proveedores más fiables.

Esta pléyade de ejemplos, aunque incompleta, muestra un mundo líquido, en constante cambio, donde los acuerdos y las alianzas parecen evolucionar a un segundo estadio más microoperativo, lejos del modelo multilateral de organizaciones mastodónticas. El patrón tradicional, mucho más sujeto a vetos, revisiones y aguijoneado por divisiones internas (véase la Unión Europea sin ir más lejos), exige una urgente remodelación de sus bases si quiere resultar operativo y útil.

Más que como una amenaza, este cambio de paradigma se debe interpretar como una ocasión para nuevas oportunidades. El caso de Egipto demuestra que en este nuevo Gran Juego, países de segunda fila tienen la opción de definir sus propias agendas. Cabe preguntarse si España, hoy segundona en lo internacional, tiene capacidad de corregir una política exterior errática y que dura ya demasiado tiempo.

Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.

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