España, ¿una nación de naciones?

En sus negociaciones para alcanzar un acuerdo de investidura en el parlamento que permita hacer presidente del Gobierno a Pedro Sánchez, el PSOE ha rescatado la definición, ya utilizada otras veces, de España como «nación de naciones». La expresión suele recibirse con estupefacción e incredulidad, incluso entre los socialistas, porque el elemento constitutivo de la nación democrática es el ciudadano y no las naciones concebidas como grupos naturales pre-políticos.

La expresión es sin duda confusa, y la alarma que genera su uso justificada, pues atenta contra los fundamentos mismos de nuestra democracia por mucho que se insista, como hace el propio inventor del concepto, Anselmo Carretero (1908-2002), que la «nación de naciones [es un] concepto que no figura en los tratados de ciencia política ni en los de teoría del Estado, pero que responde a la realidad histórica y nacional de España y reconoce implícitamente la Constitución Española de 1978 que, en su Art. 2, considera a España integrada por diversas nacionalidades y regiones». La verdad es que la Constitución reserva para España el calificativo de nación y no dice nada que de que esté compuesta de naciones. Anselmo Carretero fue, entre otras muchas cosas, un esforzado y devoto político segoviano del Partido Socialista Obrero Español, que desarrolló la mayor parte de su vida en el exilio mexicano tras la Guerra Civil y que, siguiendo la estela de su padre, en lo político y en lo intelectual, publicó numerosísimas obras dedicadas monotemáticamente a la cuestión territorial española. Esta dedicación no fue únicamente intelectual, sino que buscó, y sin duda logró, imprimir sus ideas en la organización del Estado autonómico español, como atestigua su propuesta Al PSOE ante la cuestión de las nacionalidades, presentada, desde México, al XXVII congreso de su partido, celebrado en 1976.

España, ¿una nación de naciones?Resulta evidente que a pesar de las muchas y voluminosas obras que dedicó Carretero hijo al tema territorial español la claridad no es su principal atributo. Tan pronto nos dice que «España es una nación, la nación que forman los españoles, como Francia es la nación que forman los franceses», como que «España es una nación compleja» o incluso que es «una de las naciones más complejas del mundo, compuesta por varios pueblos de diferentes raíces y antecedentes históricos los cuales, a la vez que han conformado su particular identidad, han ido uniéndose –no fundiéndose– en lo que con el curso de los siglos ha llegado a ser la nación española de hoy». Por ello, para entender a Carretero es importante tomar en cuenta que nación, nacionalidad y pueblo significan lo mismo y se pueden utilizar como sinónimos. Así, entre muchísimas otras, en 1948 publicó Las nacionalidades españolas; en 1957 La integración nacional de las Españas; en 1962 Las nacionalidades ibéricas; en 1980 Los pueblos de España; y en 1996 Castilla. Orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Lo que parece meridiano de su posición es que una nación es una forma de identidad colectiva y que la nación española como identidad alberga en su seno identidades diferentes forjadas en las luchas oscuras de la Edad Media y hasta de la Prehistoria que todavía nos acompañan y que esto constituye un caso que singulariza a España. Además, hay otras dos ideas permanentes en su obra: que España es una nación; que está constituida por grupos humanos, pueblos, nacionalidades, comunidades, naciones, con identidades diferenciadas. Pero, ¿para llegar a esto hacía falta tanto papel?

Para ilustrar su punto de vista recurre nuestro autor a una plétora de escritos de historiadores medievalistas con el ánimo de mostrar que las identidades producidas en tiempos remotos tienen un carácter natural resultado del devenir histórico y que, por tanto, no deben ser confundidas con la artificialidad arbitraria de las decisiones políticas. El argumento no deja de ser sorprendente en un socialista (aunque confiesa haber pasado por entusiasmos leninistas en sus mocedades), porque naturalizar las naciones/nacionalidades/pueblos significa hacer que el cambio social sea rehén de un pasado imaginario, lo que es más propio del pensamiento reaccionario. Llama la atención que Carretero no utiliza la ciencia política ni el estudio comparado en sus especulaciones. Es por ello que la posición de Carretero solo puede entenderse contextualizándola.

Gracias a mis amigos mexicanos me consta que don Anselmo Carretero debió ser una excelente persona y que en todas sus empresas dejó impresa su mejor voluntad. Paco me ha contado cómo su vecino Anselmo le hablaba de España los días de mañanitas y piñata; Agustín me contó de la devoción de sus padres por el amigo entrañable que fue; y Diego lo tenía por una figura central y muy querida de la comunidad intelectual española vinculada a la República en el exilio, también amigo de sus padres. La oscuridad de nuestro escritor no viene por tanto de la mala intención sino de lo errado de su método.

En primer lugar, es necesario reseñar la lealtad de Carretero a parientes y amigos como explicación de algunas de sus posiciones. La pasión por las identidades regionales le viene, en primer lugar, de su propio padre, Luis Carretero Nieva (1878-1950) esforzado defensor del regionalismo castellano (El regionalismo castellano, 1917). Obra calificada de «arbitrista» por su afición al trazado abstracto de mapas sobre la correcta organización de los pueblos de España. Pasión que heredó muy ampliada su hijo Anselmo, a la búsqueda de la composición exacta de los grupos naturales que integrarían España.

Carretero participaba por su germanofilia de la concepción orgánica de la nación, que ve en ésta el resultado de su desarrollo desde de las edades oscuras hasta el presente. Esta visión, que culmina en la celebración por Friedrich Meinecke del nacionalismo, tiene entre sus representantes hispánicos más reseñables a Enric Prat de la Riba y ha informado de forma permanente al nacionalismo catalán. Pero si sus vínculos emocionales predisponen a Carretero hacia el autonomismo, son sus fobias las que determinan de forma definitiva su propuesta. Como dejó escrito, él formaba parte de una generación de españoles de izquierdas «que se pasó la vida esforzándose contra algo».

En este sentido, Carretero es un francófobo declarado. Sencillamente no se explica por qué la política progresista española de los dos últimos siglos ha visto en el proyecto revolucionario francés un motivo de emulación. Bajo su punto de vista, «un nacionalista unitario» puede ser «fascista o jacobino, que tanto monta». Así, el régimen de Franco, que le era naturalmente odioso, lo es sobre todo por su modelo territorial y, también, por su defensa de una retórica castellanizante en su narración nacional. Para Carretero, como para su padre, Castilla es cuna de libertad y descentralización (no así León, la «patria del centralismo»).

Además de enemigo de la dictadura, Carretero es contrario a la visión comunista del problema territorial español. El Partido Comunista de España, por indicación soviética, había decretado que España no era una nación sino un Estado plurinacional. De acuerdo con la doctrina del imperialismo de Lenin, una aberración, pues esta ideología sostiene que el progreso solo es posible en el «Estado nacional». Es por ello que los comunistas defenderán el derecho a la autodeterminación de las «naciones dominadas» (País Vasco, Cataluña y Galicia). Como he señalado, para Carretero, España sí es una nación y el discurso de la Castilla como nación dominadora lo combatirá siempre.

En suma, la «nación de naciones» de Carretero se presentó como una propuesta de resolución de la cuestión territorial española que buscaba acomodar los nacionalismos regionales dentro del cuadro de una nación española plural. El afán que lo guiaba era acabar con el unitarismo franquista y con la doctrina comunista de la autodeterminación nacional pero sus argumentos carecen de persuasión. Desde luego, lo que no imaginaba Carretero era que las «otras identidades españolas» aspiraran a la soberanía plena, traicionando el espíritu de las autonomías: que un autogobierno mayor habría de redundar en una unión más firme.

Ángel Rivero es profesor de Teoría Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *