España vuelve a convertirse en una advertencia sobre el coronavirus

Un hombre fuma un cigarrillo con los ojos cubiertos por una máscara mientras participa en una protesta contra el uso de máscaras protectoras en Madrid, el 16 de agosto de 2020. (Juan Medina/REUTERS)
Un hombre fuma un cigarrillo con los ojos cubiertos por una máscara mientras participa en una protesta contra el uso de máscaras protectoras en Madrid, el 16 de agosto de 2020. (Juan Medina/REUTERS)

Al principio, el gobierno español tardó en responder al coronavirus y subestimó la débil y riesgosa posición del país, con su sistema de salud descentralizado y sin fondos suficientes, su envejecida población y su flujo de visitantes internacionales. Pero cuando el COVID-19 intensificó su control letal en la nación, el gobierno impuso una de las cuarentenas más estrictas en Europa. Cuando el país logró aplanar la curva más rápido que algunos de sus vecinos, comenzó a flexibilizar las restricciones.

España nunca coqueteó con la idea de la inmunidad de grupo, como el Reino Unido y Suecia. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, nunca impulsó tratamientos dudosos o cuestionó a la ciencia, como sí han hecho el presidente estadounidense, Donald Trump, y el brasileño Jair Bolsonaro. Como bien recomiendan los manuales de epidemiología, Sánchez le dejó la comunicación de los mensajes diarios a una persona, un epidemiólogo y servidor público. La amplia mayoría de españoles utilizan cubrebocas, y así lo han hecho desde incluso antes de que fuera obligatorio su uso en todos los espacios públicos (al aire libre o no). Sí se han realizado manifestaciones contra las restricciones, pero nunca tan grandes como las de Alemania y Estados Unidos.

A finales de junio, habían solo unos pocos cientos de nuevos casos al día y las cifras de fallecimientos diarios estaban en un solo dígito. Todo parecía estar marchando bien. Hasta que dejó de ser así.

En la actualidad, España tiene nuevamente el nivel más elevado de infección en Europa, la peor tasa de mortalidad del continente, con más de 28,000, y un repunte de casos en Madrid, Cataluña y otras regiones del noreste. Los hospitales todavía no están saturados, y la mayoría de los casos identificados son leves o incluso asintomáticos, ya que las pruebas son generalizadas. Sin embargo, las hospitalizaciones se han cuadruplicado en el último mes. ¿Qué sucedió?

España implementó algunas medidas de políticas públicas erradas que contribuyeron a la nueva oleada de infecciones. Esto ha sucedido también en otros países europeos, como Francia e incluso Alemania, país que ha sido un buen modelo de contención. Los casos se han incrementado también en Bélgica y el Reino Unido. Italia está comenzando a endurecer nuevamente sus medidas, por si acaso.

En España, los restaurantes y bares en locaciones interiores reabrieron en junio, al igual que discotecas, cines y salas de conciertos, con algunas restricciones. En Madrid, el Teatro Real reanudó sus actividades con una presentación socialmente distanciada de La Traviata, frente a una audiencia en vivo. Se les dio la bienvenida a turistas de todas partes de Europa sin aplicarles pruebas ni cuarentenas. No hubo restricciones para los turistas británicos, el grupo más grande de visitantes extranjeros, incluso cuando en junio el número de casos diarios en el Reino Unido duplicaba o triplicaba el número de casos españoles.

En un intento desesperado por salvar la temporada de verano para la industria hotelera y turística en medio de una economía en declive —el turismo representa casi 13% del Producto Interno Bruto de España— el gobierno puso en marcha un nuevo eslogan en las redes sociales y paradas de autobuses, con la intención de estimular la confianza: “Salimos más fuertes”. Sin embargo, es evidente que no estamos realmente “saliendo” de la situación, y es difícil entender cómo los ciudadanos desempleados, ansiosos y aún enfermos podrían estar “más fuertes”.

No hubo un verdadero esfuerzo para convencer a los españoles de que no hicieran lo que más aman hacer: reunirse con amigos y familia. Casi la mitad de los nuevos brotes de infección en julio tuvieron su origen en reuniones familiares.

El gobierno de izquierda, que tiene una mayoría inestable en las Cortes Generales, no mantuvo los poderes extraordinarios de emergencia que utilizó en la primavera y, bajo presión de los partidos de oposición, le regresó todas las responsabilidades a los gobiernos regionales. Las autoridades regionales, las cuales controlan las políticas sanitarias, estimaron erróneamente que tendrían más tiempo antes de la llegada de una probable segunda oleada en otoño, y no contrataron suficientes rastreadores de contacto ni médicos familiares para cubrir las vacaciones. También ignoraron las condiciones precarias de vida de los trabajadores temporales vulnerables que recolectaron frutas y vegetales durante el verano, y fueron azotados por el COVID-19. Mientras tanto, hay pocos planes detallados sobre las aperturas de los colegios, las cuales siguen previstas para mediados de septiembre tras lo que debió haber sido un verano tranquilo.

Algunos de esos errores están siendo enmendados con nuevas restricciones sobre la vida nocturna y las grandes concentraciones, pero los expertos en salud advierten que esas medidas podrían ya ser insuficientes. Los políticos nacionales y regionales, trabajadores sanitarios y ciudadanos tienen más información y mejores herramientas para combatir el coronavirus. Pero no es suficiente.

Cada error ha sido mortal, como lo fue la tentación de confiarse demasiado. La nueva normalidad no funciona si está demasiado cerca de la vieja normalidad. Mientras más rápido lo aceptemos, menos vulnerables seremos a tener más sufrimiento.

María Ramírez es la directora de estrategia de eldiario.es.

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