España y Catalunya (im)posibles

Este miércoles, jornada de reflexión en Catalunya, se cumplirán los dos años de las elecciones generales del 2015. Aquel 20-D fue la expresión más cabal de la crisis que se estaba gestando en el modelo de partidos desde las elecciones europeas del 2014. Los resultados ofrecieron un panorama inmanejable en una cultura política sin práctica en los gobiernos de coalición. El PP se quedó cortísimo con 123 diputados, desplomándose tras la mayoría absoluta del 2011; el PSOE perforó su peor registro electoral con 90 escaños y los dos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, irrumpieron con 69 y 40 diputados en el Congreso, respectivamente. El bipartidismo imperfecto, completado a efectos de su funcionalidad por las bisagras de los nacionalistas vascos y catalanes, saltó por los aires.

Aquellas elecciones propiciaron diez meses de gobierno en funciones y una crisis constitucional que manejó el Rey en el alambre del artículo 99 de la Carta Magna. Por primera vez resultó fallida una investidura –la de Pedro Sánchez apoyada por Albert Rivera– y también de forma inédita un candidato rehusó el encargo de Felipe VI. Lo hizo un Rajoy que se mostró taimadamente audaz con el jefe del Estado. Mientras, se coció la peor crisis de los socialistas. No hubo salida y el país regresó a las urnas en junio del 2016. Solo una traumática abstención del PSOE permitió que el PP (137 escaños) con el apoyo de Ciudadanos (32 diputados) invistieran a Rajoy, tras un primer intento fracasado.

El gallego, desde entonces, pilota el Gobierno con una minoría inédita en nuestra historia constitucional. Lo consigue congelando la labor legislativa, tragando con reversiones normativas de su mayoría absoluta en la décima legislatura y explotando las contradicciones de una oposición heterogénea en la que destaca la enemistad entre el PSOE y UP.

Las encuestas pronostican que lo que ocurrió hace ahora dos años en el conjunto de España suceda en Catalunya. Es decir, que la fragmentación y el enfrentamiento hagan imposible la gobernación y haya que recurrir a nuevos comicios. Y aun  así que, al final, se deba producir algún traumatismo político (como el del PSOE en la investidura de Rajoy en octubre del 2016) para que se logre formar un gobierno catalán.

La probabilidad de que la convocatoria del 21-D resulte fallida es muy alta. Tanto las listas de ERC como de JxCat están encabezadas por un preso preventivo y un fugado de la justicia y los siguientes candidatos, también en la cárcel (es el caso de Jordi Sánchez) o imputados por graves delitos. Las que obtengan serán actas amortizadas. Si España fue imposible después del 20-D del 2015, parece que Catalunya también lo será tras el 21-D del 2017.

Ocurre en Catalunya lo que ocurrió en Madrid: hay dos bloques enfrentados (independentistas y constitucionalistas) pero que internamente están en guerra civil. Junqueras y Puigdemont son compañeros de fatigas pero ferozmente enemigos; e Iceta y Arrimadas se profesan una desconfianza que roza la hostilidad. Y el árbitro de este partido podría ser el populismo de los 'comunes' y morados que demuestra que carece de brújula, con una campaña errática y poco fiable. No se ha sabido dónde estaban antes de hoy y no se sabe dónde estarán pasado mañana.

La gobernabilidad de España –si la que practica el Ejecutivo de Rajoy se tiene por tal– es posible por la reducción a niveles ínfimos del doble ejercicio de la política y de la acción legislativa. La legislatura es de una precariedad constante y su continuidad depende de variables frágiles. En Catalunya las perspectivas son peores porque las trincheras, además de ideológicas (izquierda-derecha), son emocionales. En las diferencias tácticas y estratégicas, de modelo social y económico, se puede hallar una franja de entendimiento. Pero, ¿el arte de lo posible alcanza a moldear de manera pragmática los sentimientos? En Catalunya, como en la España de octubre del 2016, cuando el «no es no» de Sánchez se convirtió en una abstención del PSOE que ha pasado a los anales de la historia, será necesario un acto sacrificial para dotarle de Ejecutivo.

Si las encuestas no fallan clamorosamente, la reversión de la ahora Catalunya imposible en otra posible requerirá de una segunda vuelta electoral. Las de este 21-D son el prolegómeno de otras elecciones sin listas extravagantes ni emociones inflamadas. La condición para sanar la crisis catalana comienza por una renovación de rostros y nombres. Y ahora están, en abigarrada competición, los que han formado parte del problema y quieren serlo de la solución. Imposible.

José Antonio Zarzalejos, periodista.

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