España y la globalización

Entre los hitos que, a lo largo de la historia, han marcado los avances de ese proceso complejo y multidimensional que llamamos globalización, varios han sido protagonizados por España. El más conocido entre los iniciales es el de la expedición que, comandada por Cristóbal Colón hacia el oeste, hermanó para siempre ambas orillas del océano Atlántico. Una aventura que, a su vez, dio comienzo a una Era de los Descubrimientos en la que nuestro país también fue un actor esencial. Hace quinientos años comenzaba en el puerto fluvial de Sevilla la expedición que, al mando de Fernando de Magallanes, culminaría tres años después en la misma ciudad con la llegada de un contingente disminuido en número y a punto de irse a pique, pero exitoso en su objetivo de circunnavegar la Tierra. También el este, el Pacífico, quedaba unido a la memoria y los afectos de España.

España y la globalizaciónCinco siglos después, la globalización vive un momento de turbulencias e incertidumbre, fruto de crisis, transformaciones y retos que la ponen en un cruce de caminos. Dos son los rumbos entre los que podemos escoger: por un lado, aquel que, ante las dificultades, ofrece cancelar la expedición y volver a lo que se recuerda como un puerto seguro, con propuestas centrífugas que nos hablan de cierre de fronteras, nacionalismo económico y, por continuar con los símiles marineros, por el «sálvese quien pueda». Y, por otro, aquel que se hace cargo de los errores, pero, consciente del enorme potencial del viaje, busca mejorar la nave y afinar los objetivos de la expedición.

Este camino, comprometido con la generación de respuestas inclusivas a los retos globales y a las amenazas comunes, es por el que apuesta España en su nueva Estrategia de Acción Exterior 2021-2024. Un marco de prioridades y actuaciones que potencia el valor estratégico de España, sus vínculos históricos, culturales y económicos con distintas regiones del mundo, así como su capacidad de interlocución con los principales actores mundiales. España aspira a ser un actor global por su economía, por su geografía, por su historia o su lengua, pero también por su ambición para trabajar por una globalización que, ahora como hace quinientos años, queremos que tenga una huella española. Una globalización que ahora, como antes, necesitamos rehumanizar.

La Estrategia de Acción Exterior se renueva para responder a los movimientos de fondo que ya estaban presentes antes de la Covid-19, pero que con la pandemia se han acelerado o agravado: el cambio tecnológico, la emergencia climática, el aumento de la desigualdad, la creciente fragilidad institucional en tantas democracias, la crisis del multilateralismo o el auge de nuevos actores en el escenario global. Las circunstancias cambian y con ellas debemos actualizar nuestro diagnóstico del mundo y las herramientas con la que lo gestionamos. La huella española que buscamos habrá de quedar sellada ante retos distintos a los del pasado, pero que exigen de nosotros la misma determinación que entonces.

Para el éxito de cualquier misión es clave identificar bien las prioridades. En esta Estrategia quedan agrupadas en nuestra apuesta por más Europa, para que una Unión Europea más integrada, con más autonomía estratégica, pueda ejercer un mayor protagonismo en el mundo en defensa de sus intereses, sí, pero también de sus valores universales; en la búsqueda de un mejor multilateralismo para explotar el carácter vertebrador y nodal de España, su capacidad de diálogo con diferentes actores y en distintos conflictos; en la implementación de un bilateralismo estratégico selectivo desde el valor añadido que tiene la profundidad de relaciones con determinadas regiones; y, por último, en un compromiso solidario a través de un nuevo impulso y un enfoque renovado de la cooperación al desarrollo. La huella española, para llamarse tal, ha de ser solidaria, como lo es su sociedad. De ahí que la Estrategia ponga especial interés en reflejar los principios y valores que inspiran y definen a España y a los españoles.

El primer rasgo distintivo de nuestra acción exterior debe ser la promoción y la garantía de los derechos humanos. Incluido el apoyo a los procesos de democratización allí donde la experiencia y la ayuda española pueda ser útil. Impulso que, además, contemple mecanismos de defensa y seguridad más efectivos. También, tal y como recalqué en la reciente VI Conferencia de Embajadores, el fomento de una política exterior feminista e impulsora de la diversidad, de la igualdad y de la no discriminación.

En segundo lugar, la apuesta por una economía más integrada e inclusiva, construida alrededor de un nuevo contrato social. La acción exterior no es ajena a las fracturas sociales, ni a las grandes transformaciones que en muchos casos son vistas con incertidumbre y recelo por muchos ciudadanos. De ahí que la Estrategia realce el valor de una diplomacia económica al servicio del crecimiento y el empleo, es decir, de la cohesión social. Una diplomacia que se implique aún más en todos los retos que afrontamos como sociedad y país, incluidos el desequilibrio demográfico y el fenómeno migratorio. En tercer lugar, la lucha por un planeta más sostenible a través de la diplomacia climática en la que España aspira a seguir estando en la vanguardia de la gestión del medio ambiente, la protección de la biodiversidad y las políticas de transición ecológica. Reto que debe enfrentarse a nivel global con la misma premisa innegociable con la que lo encaramos dentro de nuestras fronteras: apostar por un cambio hacia la sostenibilidad en el que nadie quede atrás.

Por último, hemos de adaptar los mecanismos de gobernabilidad global reformando y fortaleciendo el multilateralismo. Capítulo específico merece nuestra voluntad de impulsar una Europa más federal en la que avancemos hacia una unión económica y monetaria, una Europa más social, comprometida con la agenda verde y con una gestión más coordinada de sus fronteras. Si algo hemos aprendido en esta crisis del covid es que más Europa nos protege más.

Todo ello requiere una adaptación de los instrumentos con los que pretendemos materializar la acción exterior desde la digitalización del servicio exterior hasta mayores sinergias en el amplio ecosistema de instituciones e individuos del sector privado y de la sociedad civil. Instrumentos que deben ser tan ambiciosos como lo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, con los que estamos firmemente comprometidos. No cambian los principios y valores, sino la forma y los medios con los que los ponemos al servicio de la sociedad.

Tampoco varían prioridades específicas como la relación transatlántica, la vecindad mediterránea o el entorno europeo. Ni las de carácter histórico, cultural y afectivo hacia los países hermanos de América Latina, escenario de aquella primera globalización en la que nuestras señas de identidad estuvieron presentes. Un vínculo que llega hasta hoy y que hemos de cuidar y reforzar, sin por ello olvidar regiones de especial dinamismo como el África Subsahariana o el Indo-Pacífico.

El español Juan Sebastián Elcano, que había sustituido al caído Magallanes, resumió su hazaña en una frase con implicaciones profundas: «Hemos descubierto toda la redondeza del mundo». Una realidad que tiene un significado que trasciende lo meramente físico y que alude a nuestro destino común y al valor de la aportación española: cuanto más creemos alejarnos, más llamados estamos a encontrarnos.

Arancha González Laya es ministra de Asuntos Exteriores.

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