España y Rusia, la colaboración olvidada

Se cumple el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial. Hoy, cuando todos los europeos recuerdan con dolor los acontecimientos trágicos de aquella guerra, cabe mencionar también hechos, quizá no tan conocidos, pero que tienen una dimensión humana no menos importante. Me refiero a la colaboración estrecha y amistosa durante aquellos años entre Rusia y España. El inicio de la Gran Guerra supuso una tragedia para millones de europeos. Los disparos fatídicos de Sarajevo paralizaron el curso natural de la vida en la mayoría de los países del Viejo Continente. Las fronteras de las potencias en conflicto se transformaron de repente en obstáculos invencibles para la población civil. Entre los afectados estuvieron los veraneantes que inesperadamente se encontraron en territorio enemigo. Por ejemplo, en agosto de 1914 solo en los balnearios alemanes había unos 40.000 rusos.

España declaró su neutralidad en el conflicto europeo el 7 de agosto. El real decreto aprobado a instancias del presidente del Gobierno, Eduardo Dato, imponía a todos los súbditos de Alfonso XIII una estricta neutralidad de acuerdo con las leyes y los principios del derecho internacional. Al mismo tiempo, España asumió la noble misión de defender a los ciudadanos de los países beligerantes que se encontraban en territorio rival. Desde entonces, y hasta casi el final de la guerra, las embajadas españolas en Berlín y Viena representaron los intereses de Rusia. En los primeros días de la guerra, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia ayudó a organizar en la embajada de España en Petrogrado una oficina de información sobre rusos que se encontraban en territorio enemigo. A través de este organismo se envió dinero a los compatriotas que se encontraban en situación difícil: los parientes de las personas que estaban detenidas en Alemania o Austro-Hungría podían enviarles hasta 300 rublos al mes. Tan solo en el primer día que funcionó este canal, ambos consulados recibieron desde Petrogrado más de 45.000 rublos. El embajador de España en Berlín, Luis Polo de Bernabé, y el embajador en Viena, Antonio de Castro y Casaltiz, así como el enviado en Bruselas, el marqués de Villalobar, cumplieron con gran celo sus obligaciones. Ayudaron a regresar a casa a todos los rusos que pudieron.

El propio Rey de España tuvo una destacada participación en la labor humanitaria. Alfonso XIII aprobó la creación de una oficina de auxilio a los prisioneros, que en el primer año de guerra había conseguido excarcelar y repatriar a 21.000 prisioneros y a cerca de 70.000 ciudadanos de diferentes nacionalidades, muchos de los cuales eran mis compatriotas. La embajada rusa en Madrid llevó con frecuencia las negociaciones con respecto al intercambio de prisioneros. El análisis de los asuntos para la protección de los rusos en territorio enemigo se convirtió en los años de guerra en una de las primeras directrices diplomáticas de esta representación.

Las situaciones más complicadas las supervisaba Alfonso XIII personalmente. Con frecuencia, su intervención garantizó el éxito de una iniciativa de cuyo resultado dependía la vida de una persona. Fue el caso de la liberación de un sacerdote ruso, el arcipreste Nikolái Rhyzhkov, que en 1916-1917 pasó veintidós meses en una cárcel austriaca. Fue juzgado y condenado a muerte. El Rey, respondiendo a la petición urgente del encargado de negocios de Rusia en España, Yuri Soloviev, y preocupado por la suerte del sacerdote, envió un telegrama personal al Emperador austriaco, Carlos I. El arcipreste no solo fue liberado, sino también enviado a Rusia.

Es de sobra conocido un episodio que demuestra la preocupación del Rey por los prisioneros de guerra rusos. A principios del siglo XX, en muchos ejércitos europeos existía la tradición de poner unidades militares específicas bajo la protección simbólica de monarcas extranjeros amigos. El Rey de España también tuvo su «unidad de mando» en el Ejército ruso: el séptimo regimiento de ulanos de Olviopolski. Alfonso XIII consiguió unas condiciones privilegiadas para los soldados y oficiales rusos de su unidad que se encontraban presos en Austro-Hungría.

En 1917 Alfonso XIII realizó intentos de rescatar la familia del último Zar, que estaba detenida en Rusia desde la Revolución de Febrero. El Rey llegó a compartir sus planes con el embajador del Gobierno provisional ruso, Anatoly Nekliudov, que mandó un telegrama al ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Pavel Milyukov, aconsejando responder positivamente a la propuesta del Rey. Sin embargo, el ministro acusó a Nekliudov de «inclinaciones monárquicas» y ordenó destituirlo. Este acto nefasto, a su vez, coincidió con la desfavorable coyuntura política internacional, por lo cual las intenciones nobles de Alfonso XIII acabaron sin resultado.

Los representantes diplomáticos de Rusia expresaron más de una vez su reconocimiento a Alfonso XIII por su preocupación por los derechos de los prisioneros rusos y de las personas encarceladas. Y, supongo, se puede con toda razón considerar la colaboración humanitaria ruso-hispana durante la Gran Guerra como una de las páginas más interesantes de la multisecular historia de las relaciones diplomáticas entre Rusia y España.

Yuri Korchagin, embajador extraordinario y plenipotenciario de Rusia en España.

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