España y su defensa

Estos días se conmemoran dos importantes aniversarios: treinta años de la creación del Ministerio de Defensa y veinticinco años de la incorporación de España al Tratado del Atlántico Norte y, por tanto, a la OTAN.

La creación del Ministerio de Defensa (un ministerio civil que sustituía e integraba a los tres antiguos ministerios militares) nos evoca la inolvidable figura del Capitán General Gutiérrez Mellado, sin duda el militar más importante de la Democracia; quien mejor supo entender la necesidad de homologar la posición de nuestras Fuerzas Armadas respecto de la Sociedad con las del resto de los países europeos. Además, llevó personalmente (con un pequeño equipo) a cabo la tarea: una ingente labor y además en medio de incomprensiones y descalificaciones, muchas veces de sus propios compañeros. Fue un adelantado a su tiempo pero, por suerte, vivió lo suficiente para contemplar el reconocimiento a su labor tanto por parte de la Sociedad civil como de sus propios compañeros que le tributaron, en la Academia General Militar, el merecido homenaje de reconocimiento.

Entre sus logros está la creación del Ministerio de Defensa que, en medio de las inevitables tensiones, ha sido un lugar de encuentro entre civiles y militares, una verdadera escuela, un medio fundamental para el mejor conocimiento recíproco, especialmente para que los civiles conocieran mejor a nuestros militares. Creo que no habrá un civil que haya pasado por el Ministerio de Defensa y que no haya cambiado profundamente su idea de los militares y de lo «militar». Estos treinta años también han sido testigos de una muy honda transformación de nuestras Fuerzas Armadas: en su dimensión (reducción necesaria aunque exagerada), en su estructura, en su composición (a través de la profesionalización), en su armamento y material (una extraordinaria modernización de los tres ejércitos) en su despliegue territorial y, por supuesto, una perfecta adaptación en el fondo y en la forma a nuestro ordenamiento constitucional.

Sin duda, un factor esencial en esa transformación ha sido la internacionalización: por una parte por su participación en numerosísimas operaciones internacionales de signo muy diferente (humanitarias, de imposición o mantenimiento de la paz, etc. etc.) en las que, por cierto y es justo reseñarlo, ha dejado una inmejorable impresión (no me refiero a Irak) tanto en las otras fuerzas participantes como en la población civil. Llevamos desplegados en operaciones internacionales un total de ochenta y cuatro mil soldados (84.000) y ni uno sólo de ellos, ni uno sólo, ha dado motivo para sentirnos avergonzados; y las comparaciones son odiosas. Por otra parte por su integración en estructuras militares de carácter internacional, singularmente la OTAN.

Llegamos así a la segunda efeméride: un cuarto de siglo desde la incorporación de España a la OTAN. Todos los que tienen edad suficiente recordarán la profunda división que produjo en la sociedad española esta incorporación que se realizó durante el breve, pero fructífero, mandato del Presidente Calvo-Sotelo, hasta el punto de que fue slogan del PSOE en las elecciones de Octubre de 1982 el de «OTAN, de entrada, no»; fue, por tanto, una división entre los que en aquel momento eran los partidos políticos mayoritarios y fue además una división que duró mucho tiempo, incluso más allá del referéndum de 1986 que consolidó nuestra pertenencia a la Alianza.

Por eso, cuando el pasado 11 de Junio se celebró el aniversario en el Congreso de los Diputados, más de uno se sorprendió del grado de acuerdo con el que los distintos oradores, de diferentes formaciones políticas, celebraron el acontecimiento. Importa subrayar el hecho: desde la transición política han existido muchos consensos digamos iniciales; algunos, por desgracia, se han roto; pero pocas veces se ha llegado desde un profundo y prolongado desacuerdo a un grado de acuerdo tal y como el que hoy existe en torno a la Alianza. En ello han jugado un papel primordial las instituciones: las Fuerzas Armadas, la Diplomacia, los centros de pensamiento, etc. y por supuesto un progresivo entendimiento del problema por parte de los partidos políticos.

El panorama estratégico de nuestros días es sustancialmente diferente al de hace veinticinco años. Terminó la Guerra Fría y con ella la bipolaridad con la consiguiente existencia de bloques simétricos y rígidamente enfrentados por razones ideológicas. Apareció el terrorismo internacional y con él la asimetría y la multipolaridad; la situación actual es mucho más fluida y, por tanto, menos previsible. En este panorama emergente se van consolidando dos realidades:

Primera: la amenaza es cada vez más internacional e incierta en su origen y en sus medios y para hacerla frente es necesaria la cooperación internacional y es imprescindible contar con estructuras asimismo internacionales, la OTAN sigue siendo tan necesaria que si no existiera habría que inventarla. Además es necesario -ya lo están haciendo- que nuestras Fuerzas Armadas desarrollen su capacidad de proyectar la fuerza y de asegurar la sostenibilidad de la misma lejos de nuestro territorio.

Segunda: otra nota esencial de la amenaza actual es su carácter difuso y ambiguo: puede estar protagonizada por elementos militares o civiles, es muy probable que utilice el terrorismo, también es posible que utilice armas de destrucción masiva; puede estar incluso en el interior del país amenazado. En este caso, para hacer frente a la misma debemos extremar la cooperación no sólo entre los distintos ejércitos (acciones combinada y conjunta) sino también con los servicios de inteligencia (civiles y militares). Sobre todo, como dice el Almirante Terán (Panorama Estratégico 2006-2007) es necesario un «enfoque integral» como están demostrando las experiencias de Afganistán e Irak en las que una rápida victoria militar no se ha visto acompañada por una correcta labor de estabilización y reconstrucción, en la que es indispensable la colaboración del estamento civil. Es imprescindible, pues, la cooperación entre militares y civiles y, en estos últimos no sólo de estructuras gubernamentales sino también de ONG´s. La propia Alianza ya está ensayando esta fórmula en Afganistán con los llamados «Equipos de Reconstrucción Provincial» (PRT´s). Así pues, para la Defensa de España y de los españoles, que es de lo que se trata, ambas decisiones, la creación del Ministerio de Defensa y la integración en la OTAN, han constituido un verdadero acierto puesto que nos hacen estar mejor preparados de lo que estábamos antes. En el fondo no es sino una nueva aplicación de la máxima «la unión hace la fuerza».

Quizás no sea ocioso recordar, en tiempos de singularidades y disgregaciones, que esta máxima no sólo es aplicable a cuestiones de Defensa o Seguridad. En Política, en Economía y en general en todo el ámbito social no debe perderse de vista que lo que une refuerza y lo que separa debilita, y debilita a todos, separatistas y separadores.

Los partidos políticos, esenciales para el funcionamiento de la Democracia, tienden a subrayar las diferencias, lo que los separa, pues en definitiva compiten por el voto, pero deben darse cuenta que el electorado quiere libertad, seguridad, prosperidad y bienestar; y todo ello es consecuencia de la fortaleza. Como decía San Agustín: «en lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad».

En definitiva, hemos vivido una historia reciente llena de desencuentros que muchas veces han terminado trágicamente. Hemos vivido también una unidad impuesta artificialmente «desde arriba»; pero llevamos más de treinta años, los del reinado de Juan Carlos I, superando diferencias y aunando criterios. Tenemos ya un acervo común (mucho que perder) que nos debe hacer mirar al futuro con confianza, con seguridad en nuestras posibilidades, los dos aniversarios reseñados son buena prueba de ello. Se dice que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

No lo olvidemos.

Eduardo Serra Rexach, ex ministro de Defensa.