Españosaurios

Sábado 10 de julio, gran manifestación de protesta por la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut con gritos mayoritarios a favor de la independencia. Domingo 11 de julio, sólo 24 horas después, multitud de catalanes celebran la victoria de España sobre Holanda en la final del Mundial de Sudáfrica. ¿Independentistas que apoyan a la selección española? ¡Los catalanes deben de ser esquizofrénicos!

La demencia colectiva es, ciertamente, una interpretación de lo acaecido el pasado fin de semana. Pero no es la única. Ni siquiera es la más razonable. Al fin y al cabo, sólo un loco puede pensar que cientos de miles de ciudadanos han enloquecido simultáneamente. Hay que buscar explicaciones alternativas. Ahí va la mía: todo el mundo sabe que en la selección española que compitió en Sudáfrica predominaban los jugadores del Barça, se jugaba con el estilo del Barça y se usaba la mecánica memorizada y la estrategia del Barça. El director de orquesta era del Barça. La seguridad defensiva era del Barça. El control del centro del campo era del Barça. Los goles (¡todos los goles!) fueron marcados por jugadores del Barça. Los medios de comunicación y los españoles en general hablaban con respeto de los jugadores del Barça: los alababan cuando se lo merecían, les agradecían su buen trabajo, su entrega, su talento y sus conocimientos adquiridos en la Ciutat Esportiva. Incluso aplaudieron a rabiar a Tito Vilanova por diseñar la jugada del córner que Puyol cabeceó a la red alemana en la semifinal. Vicente del Bosque, ex jugador del Madrid con un comportamiento exquisitamente caballeroso, nunca ocultó que el estilo de España era el que se veía cada domingo en el Camp Nou y expresó repetidamente su gratitud al Barça.

Yo mismo fui testigo de ese sentimiento de respeto y agradecimiento cuando el día antes de la final hasta tres personas anónimas que me reconocieron por las calles de Madrid me pararon, me felicitaron yme pidieron que diera las gracias al presidente Joan Laporta por haber construido el gran equipo que fue la base de la selección que acabó ganando el Mundial.

¿Por qué les explico todo esto? Pues porque pienso que muchos catalanes estarían dispuestos a aceptar a España si ésta fuera el reflejo de la selección del 2010: una España donde la gente de Catalunya fuera tratada con respeto institucional, con deferencia ciudadana, con buena educación y, cuando se lo mereciera (como en el caso del esfuerzo fiscal), con agradecimiento. De hecho, mirando hacia atrás, supongo que esa buena sintonía y ese respeto hacia el Barça que reinó en la selección española durante el Mundial es la sintonía y el respeto hacia Catalunya con los que personas como Jordi Pujol soñaron durante décadas. El clima de la selección se parecía al clima de cordialidad entre nacionalidades que había durante los primeros años de la transición, clima que llevó a muchos a creer que el encaje de Catalunya en España era posible y era deseable.

Pero, de repente, todo cambió: con la mayoría absoluta y ya sin necesidad de pactos del Majestic, el PP de José María Aznar se transformó en un despótico partido nacionalista y empezó una cacería de brujas catalanas en la que todo parecía valer para ganar votos: mentiras sobre supuestas persecuciones lingüísticas, boicots económicos, insultos a la inteligencia de la población, desprecio y menosprecio a los líderes políticos catalanes, falta de respeto por las decisiones tomadas por el pueblo de Catalunya, bilis, fomento del odio y utilización arrojadiza de la constitución. Todo esto, alimentado por una pandilla de diplodocus intelectuales y vuvucelópodos mediáticos, acabó por contagiar esa mentalidad jurásica a una izquierda cuyo tradicional anticatalanismo estaba aletargado desde la muerte del dictador. Los ataques a las legítimas aspiraciones de autogobierno de Catalunya empezaron a venir, pues, de los cuatro costados. Y así se llegó a la famosa sentencia con la que un desacreditado tribunal repleto de jueces caducados, recusados y muertos declaró que lo que había pedido el pueblo catalán en un referéndum, que había aprobado el Parlament de Catalunya y las Cortes españolas y que había firmado Su Majestad el Rey no era constitucional (por cierto, vaya papeleta la de Su Majestad, firmando documentos ilegales). El sueño del encaje de Jordi Pujol se iba desvaneciendo y el espejismo de la transición estaba dando lugar a esa realidad desértica, inhóspita e insoportable para una gran parte de la ciudadanía de Catalunya. Aquel marido con el que se había casado a regañadientes hacía treinta años se había convertido en un ogro salvaje que coartaba su libertad. El matrimonio era ya demasiado incómodo para hacerla feliz… y, por primera vez, el divorcio aparecía como la única salida para una mayoría. De ahí las proclamas de independencia durante la manifestación.

Decía Ramon Trias Fargas que Catalunya no sería independiente hasta que no se la obligara. La masiva protesta del sábado no refleja esquizofrenia en los catalanes. Más bien demuestra que una España en la encrucijada está obligada a tomar una decisión: si quiere que el matrimonio sobreviva, debe aplicar el espíritu de la selección campeona del mundo al resto de la sociedad, la política y los medios de comunicación. Si, por otro lado, a España no le importa que se cumpla el sueño de Trias Fargas, sólo tiene que dejar que sus políticos y sus medios sigan empujando a Catalunya hacia la independencia a base de comportarse como auténticos españosaurios.

Xavier Sala i Martín, Columbia University y Fundació Umbele.